Hubo un tiempo en que volar era un lujo al alcance de muy pocos, en el que las compañías mimaban a sus clientes como si de huéspedes de un hotel de lujo se trataran. Una época en la que todavía no habían aterrizado las low cost y ser azafata de vuelo se consideraba el súmmum de toda aspirante al éxito y el glamour. Eran tiempos en los que su función iba mucho más allá de vender boletos de lotería en aviones borreguero, en los que la sonrisa iba siempre por delante. ¿O acaso alguien se imagina a una niña soñando con ser azafata de Ryanair y recibir con cara de perro a los turistas de bajo coste? Los años han pasado y volar ya no es lo que era.
En esa época de lujo y estatus, recién estrenados los años 60, en los que la aerolínea PanAm vivía su etapa de máximo esplendor, está ambientada la que hasta el momento es la serie más innovadora en lo que llevamos de temporada. Sí, sí, innovadora a pesar de las infundadas comparaciones con Mad men mucho antes de su estreno. Porque puede que idear una trama en los 60 viniera a rebufo del éxito de los agentes publicitarios de la AMC, incluso centrarla en una profesión rodeada de fascinación, pero visto el resultado está claro que ambas producciones persiguen objetivos, y también públicos, bien distintos.
Si en algo se diferencia Pan Am de Mad men es que no busca convertirse en una serie de culto. Para algunos espectadores, sobre todo los que la empalmen tras Mujeres Desesperadas, su ubicación original en la parrilla de la ABC estadounidense, será todo un consuelo. El ritmo es ágil, los planos, aunque bellísimos, no buscan una trascendencia y los personajes encierran menos carga psicológica. Y aunque puedan parecer deméritos, lo cierto es que el ritmo, la estética y las protagonistas son los que la convierten en una serie comercial pero de gran calidad. Según cómo se mire, el mérito es más bien doble.
El principal atractivo de Pan Am reside en su planteamiento. ¿Por qué a nadie se le había ocurrido antes ambientar una serie en la ajetreada vida de una azafata? TV3 ya probó suerte hace unos años con la notable sitcom Jet Lag, pero dudo que los guionistas estadounidenses tomen como referencia a la televisión catalana. El caso es que una profesión tan inestable, con tal cantidad de anécdotas que incluso deben superar a la ficción, merecía su hueco en el olimpo de las grandes series televisivas.
Y Pan Am va camino de conseguirlo. Su factura es impecable, sobre todo en lo que se refiere a ambientación (impresionante el recorrido en taxi de Christina Ricci con el imponente edificio Pan Am en Nueva York, hoy convertido en Metlife, de fondo). Los líos de faldas se mezclan de forma ágil con una prometedora trama de espionaje en pleno contexto de la Guerra Fría. Y por si fuera poco, la arriesgada apuesta por un casting muy coral consigue desprender la química necesaria, con personajes entrañables desde el primer minuto como el de la hermana mayor Kate Cameron. Una serie fresca, ágil y original que se desmarca, de momento, del resto de estrenos de la temporada.
Pan Am se estrenó el domingo en la ABC con 10.868.000 espectadores y unos demográficos de 3,1. Estas cifras suponen un incremento del 16 y del 7% respecto a los datos que cosechó Cinco hermanos el año pasado.
En esa época de lujo y estatus, recién estrenados los años 60, en los que la aerolínea PanAm vivía su etapa de máximo esplendor, está ambientada la que hasta el momento es la serie más innovadora en lo que llevamos de temporada. Sí, sí, innovadora a pesar de las infundadas comparaciones con Mad men mucho antes de su estreno. Porque puede que idear una trama en los 60 viniera a rebufo del éxito de los agentes publicitarios de la AMC, incluso centrarla en una profesión rodeada de fascinación, pero visto el resultado está claro que ambas producciones persiguen objetivos, y también públicos, bien distintos.
Si en algo se diferencia Pan Am de Mad men es que no busca convertirse en una serie de culto. Para algunos espectadores, sobre todo los que la empalmen tras Mujeres Desesperadas, su ubicación original en la parrilla de la ABC estadounidense, será todo un consuelo. El ritmo es ágil, los planos, aunque bellísimos, no buscan una trascendencia y los personajes encierran menos carga psicológica. Y aunque puedan parecer deméritos, lo cierto es que el ritmo, la estética y las protagonistas son los que la convierten en una serie comercial pero de gran calidad. Según cómo se mire, el mérito es más bien doble.
El principal atractivo de Pan Am reside en su planteamiento. ¿Por qué a nadie se le había ocurrido antes ambientar una serie en la ajetreada vida de una azafata? TV3 ya probó suerte hace unos años con la notable sitcom Jet Lag, pero dudo que los guionistas estadounidenses tomen como referencia a la televisión catalana. El caso es que una profesión tan inestable, con tal cantidad de anécdotas que incluso deben superar a la ficción, merecía su hueco en el olimpo de las grandes series televisivas.
Y Pan Am va camino de conseguirlo. Su factura es impecable, sobre todo en lo que se refiere a ambientación (impresionante el recorrido en taxi de Christina Ricci con el imponente edificio Pan Am en Nueva York, hoy convertido en Metlife, de fondo). Los líos de faldas se mezclan de forma ágil con una prometedora trama de espionaje en pleno contexto de la Guerra Fría. Y por si fuera poco, la arriesgada apuesta por un casting muy coral consigue desprender la química necesaria, con personajes entrañables desde el primer minuto como el de la hermana mayor Kate Cameron. Una serie fresca, ágil y original que se desmarca, de momento, del resto de estrenos de la temporada.
Pan Am se estrenó el domingo en la ABC con 10.868.000 espectadores y unos demográficos de 3,1. Estas cifras suponen un incremento del 16 y del 7% respecto a los datos que cosechó Cinco hermanos el año pasado.
Comentarios
Muy buena la entrada
jesn