
La primera hora de la cinta francesa deja en segundo lugar a Celda 211. Sin recurrir al motín carcelario como arranque eficaz, Audiard nos introduce, junto al protagonista, en una trama agonizante y, por momentos, aterradora. Malik El Djebena, un joven árabe de diecinueve años, ingresa en prisión para cumplir una condena de seis. Dentro le espera una bienvenida difícil de soportar, en un lugar donde las reglas están marcadas por una mafia de corsos y un líder implacable llamado César Luciani.

Pero la historia de El Djebena es la de una superación personal, de un estado de sumisión a otro de liderazgo, ganándose por el camino el respeto y la confianza de todos los frentes, incluidos los opuestos. Es en este punto de la película donde el relato adquiere unos rasgos distintos y pierde su trepidante ritmo inicial. Desde el momento en que el protagonista comienza a jugar sus cartas el filme se pierde en un mar de nombres y de actos confusos de difícil digestión.

En ocasiones, los directores se empeñan en sumarle minutos innecesarios a filmes que la mayoría de las veces no lo requieren, como si la duración equivaliera a prestigio y profundidad. En el caso de Un profeta, los 150 minutos suponen un lastre para el excelente planteamiento del filme. Ni siquiera el buen hacer del joven Tahar Rahim ni el carisma del veterano Niels Arestrup, totalmente a la altura de Luis Tosar, consiguen suplir la redundancia de las escenas finales. Es por culpa de la descompensación narrativa que esta batalla ficticia entre países vecinos la termina venciendo, por la mínima, el drama carcelario español.
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