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El embolado de Julianne Moore

¿Cómo es posible que una película protagonizada por Julianne Moore y Samuel L. Jackson se estrene en tan sólo tres salas de Barcelona? Era la pregunta que rondaba por mi cabeza momentos antes de entrar en uno de esos tres cines en los que proyectaban El color del crimen. Dos horas más tarde, al atravesar la salida de emergencia, entendí perfectamente el motivo. La película es un bodrio.
Capítulos de Sin rastro desarrollan mucho mejor en 45 minutos lo que este filme alarga a 120, la misteriosa desaparición de un niño blanco cerca de un gueto habitado por negros en New Jersey. Desde el momento en que la policía decide acordonar toda la colonia para encontrar al secuestrador, estalla un conflicto racial con dramáticas consecuencias.
La película muestra, a su manera, algunos de los males que azotan Estados Unidos. Como es evidente, uno de ellos el racismo y las desigualdades sociales, pero también algunos otros que producen igual repugnancia, como es por ejemplo esa tendencia al asociacionismo obsesivo y al victimismo exagerado. Lo observamos cuando aparece en escena esa asociación de madres que monta un auténtico espectáculo para buscar al niño desaparecido. Y se evidencia también con Brenda Martin, el personaje de sufrida madre que interpreta Julianne Moore.
Muecas, lloriqueos, sollozos, griteríos, es todo lo que nos depara la protagonista, hasta tal punto que uno termina por odiar a la mismísima Julianne Moore! A la actriz de El fin del romance, de Lejos del cielo, de Las horas, de Hannibal! ¿Qué hace una mujer como ella en un telefilme barato como este? Sorprende que se haya dejado engatusar por el pobre guión de esta película, como también sorprende que en su momento Catherine Zeta-Jones y Julia Roberts decidieran intervenir en La pareja del año otro de los bodrios que también ha dirigido el norteamericano Joe Roth. Qué tendrá este hombre, que toda buena actriz que pasa por sus manos acaba teniendo una mancha en su expediente.
De todo menos talento, está claro. La historia no es más que una anécdota convertida en un argumento que cae por sí solo. La combinación de misterio con denuncia fracasa en los dos sentidos. El color del crimen ni inquieta ni conciencia. El filme ni siquiera se salva con Samuel L. Jackson en el papel de policía mediador ya que, como todos, es un personaje poco sólido y carente de interés, como lo es en sí todo el largometraje. Es justo, por tanto, no sólo que no ocupe un lugar preferente en la cartelera sino que en pocos días desaparezca por completo de ella.

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