El último grito en críticas deconstructivas consiste en comparar El orfanato con Los otros con la única argumentación de que ambas películas se desarrollan en un siniestro caserío poblado de fantasmas. Si a ello le sumamos las supuestas similitudes interpretativas entre Belén Rueda y Nicole Kidman ya tenemos la mejor forma de dejar por tierra un filme sin ningún tipo de razonamiento lógico. Cabe recordar que lo mismo le sucedió a Amenábar cuando todos se empeñaron en calificar de copia de El sexto sentido a su penúltima obra, al menos en lo que a final rocambolesco se refiere.
Las influencias son evidentes y las comparaciones, odiosas, porque, puestos a comparar, casi prefiero quedarme con la ópera prima de Bayona que con Los otros, quizá porque la moda del terror psicológico terminó por aburrirme. El orfanato, en cambio, es el miedo en estado puro. El cine de terror clásico. Estamos de acuerdo en que no hay nada mejor que sugerir antes que evidenciar en imágenes, pero el pavor que desprenden algunas escenas de la película protagonizada por Belén Rueda no logra provocarlo la de Amenábar. Al fin y al cabo con el cine de terror lo que uno espera es saltar de la butaca. Y son más de uno los brincos que uno pega con El orfanato.
Un niño con una terrorífica máscara en la cabeza inicia la sesión de escenas dignas de sufrir. Las risas nerviosas se acumulan en la sala de cine. Minutos más tarde, el que sin duda es el momento más escalofriante del filme, protagonizado por una siempre acertada Montserrat Carulla. Así hasta completar cuatro o cinco escenas de gran sobresalto envueltas en un halo de misterio. Un misterio provocado, no solo por las apariciones fantasmales, sino estimulado con impresionantes movimientos de cámara como el picado con el que acompañamos a Belén Rueda en silla de ruedas.
Pocas veces resulta tan gratificante compartir espacio con combos de palomitas y litronas de Coca-cola. El murmullo que acompaña a algunas escenas del filme en la sala de proyección evidencia que El orfanato es capaz de contener la respiración de toda una platea. Un ejemplo: Laura juega al ‘un, dos, tres, pica pared’ y la cámara acompaña cada uno de sus giros con una tensa panorámica. En raras ocasiones había visto una implicación mayor de los espectadores en una película que desde luego absorbe de principio a fin.
El tempo de la cinta no decae en ningún momento, salvo algunas reiterativas escenas de transición basadas en columpios autosuficientes y puertas semiautomáticas. Puede que algún momento sea más prescindible que otro, como la aparición como médium de Geraldine Chaplin, pero aún en este caso, la escena resulta impecable y perturbadora. Como le sucede también a una fotografía impropia del cine patrio. O como impropia resulta también la interpretación de una Belén Rueda que, lejos del costumbrismo de Los Serrano logra bordar de forma natural el desgarrador papel de una madre enloquecida por la pérdida de su hijo enfermo.
Mención aparte merece, como ocurre siempre con este tipo de películas, su desenlace. Cuando las apariciones sobrenaturales se suceden una tras otra, el espectador pide a gritos una explicación razonable a lo inexplicable. Bayona y el guionista Sergio Sánchez logran satisfacer la demanda con un sorprendente final que invita a la retrospección y, por qué no, a un segundo visionado para esclarecer posibles dudas.
Guillermo del Toro no podría haber apuntado mejor a la diana. Es evidente que sin el bolsillo del productor mejicano, sobre todo en materia de promoción, esta ópera prima hubiera pasado sin pena ni gloria por nuestra cartelera. O al menos no se hubiera convertido en el segundo mejor estreno del cine español tras la impresentable Torrente 3. Merecida inversión, en todo caso, para un joven director que ha logrado con El orfanato una inmejorable carta de presentación.
Las influencias son evidentes y las comparaciones, odiosas, porque, puestos a comparar, casi prefiero quedarme con la ópera prima de Bayona que con Los otros, quizá porque la moda del terror psicológico terminó por aburrirme. El orfanato, en cambio, es el miedo en estado puro. El cine de terror clásico. Estamos de acuerdo en que no hay nada mejor que sugerir antes que evidenciar en imágenes, pero el pavor que desprenden algunas escenas de la película protagonizada por Belén Rueda no logra provocarlo la de Amenábar. Al fin y al cabo con el cine de terror lo que uno espera es saltar de la butaca. Y son más de uno los brincos que uno pega con El orfanato.
Un niño con una terrorífica máscara en la cabeza inicia la sesión de escenas dignas de sufrir. Las risas nerviosas se acumulan en la sala de cine. Minutos más tarde, el que sin duda es el momento más escalofriante del filme, protagonizado por una siempre acertada Montserrat Carulla. Así hasta completar cuatro o cinco escenas de gran sobresalto envueltas en un halo de misterio. Un misterio provocado, no solo por las apariciones fantasmales, sino estimulado con impresionantes movimientos de cámara como el picado con el que acompañamos a Belén Rueda en silla de ruedas.
Pocas veces resulta tan gratificante compartir espacio con combos de palomitas y litronas de Coca-cola. El murmullo que acompaña a algunas escenas del filme en la sala de proyección evidencia que El orfanato es capaz de contener la respiración de toda una platea. Un ejemplo: Laura juega al ‘un, dos, tres, pica pared’ y la cámara acompaña cada uno de sus giros con una tensa panorámica. En raras ocasiones había visto una implicación mayor de los espectadores en una película que desde luego absorbe de principio a fin.
El tempo de la cinta no decae en ningún momento, salvo algunas reiterativas escenas de transición basadas en columpios autosuficientes y puertas semiautomáticas. Puede que algún momento sea más prescindible que otro, como la aparición como médium de Geraldine Chaplin, pero aún en este caso, la escena resulta impecable y perturbadora. Como le sucede también a una fotografía impropia del cine patrio. O como impropia resulta también la interpretación de una Belén Rueda que, lejos del costumbrismo de Los Serrano logra bordar de forma natural el desgarrador papel de una madre enloquecida por la pérdida de su hijo enfermo.
Mención aparte merece, como ocurre siempre con este tipo de películas, su desenlace. Cuando las apariciones sobrenaturales se suceden una tras otra, el espectador pide a gritos una explicación razonable a lo inexplicable. Bayona y el guionista Sergio Sánchez logran satisfacer la demanda con un sorprendente final que invita a la retrospección y, por qué no, a un segundo visionado para esclarecer posibles dudas.
Guillermo del Toro no podría haber apuntado mejor a la diana. Es evidente que sin el bolsillo del productor mejicano, sobre todo en materia de promoción, esta ópera prima hubiera pasado sin pena ni gloria por nuestra cartelera. O al menos no se hubiera convertido en el segundo mejor estreno del cine español tras la impresentable Torrente 3. Merecida inversión, en todo caso, para un joven director que ha logrado con El orfanato una inmejorable carta de presentación.
Comentarios
Mi opinión personal es que se le ha dado mucho bombo inmerecido.
P.D: A nivel interpretativo, de fotografía, etc, está muy bien realizada. Es el guión lo que me parece triste y predecible.
No está mal, pero tampoco han sido tantos sustos los que da esta película.
Pasky
Cada uno que haga lo que quiera, pero eso de comparar las películas es algo que no me va, porque si nos ponemos quisquillosos ya ninguna película tendría nada de original, porque si no todo, casi todo está inventado ya. ¿O es muy original ver a un superheroe volar? ¿O una peli de asesinato en la que siempre cogen al malo que resulta que era un perturbado que le tenía ganas a la protagonista?
Mi nota: un peaso 9 xDD
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bapesta