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Exageradas promesas

Hay dos tipos de persona. Quien lee las críticas de cine antes de ver una película y quien se las revisa justo después (una tercera tipología considera a los críticos seres pedantes con un ego tan grande que no merece la pena perder el tiempo leyendo su sarta de idioteces). Yo me encuentro entre la primera especie, la de las personas incautas que se dejan llevar por el canto de sirena de los críticos. Por un lado nos beneficia, ya que gracias a sus dictámenes, más bien sentencias, podemos descubrir joyas y desechar bodrios con más o menos acierto. Sin embargo, el inconveniente que conlleva arrastrarse por la marea es precisamente la pérdida de control sobre nuestra propia opinión.
Calificada de ‘imprescindible’, ‘brillante’ y ‘memorable’, Promesas del Este es de aquellas grandes películas encumbradas a obra maestra por obra y gracia del efecto mariposa de los críticos. Después de lograr el galardón del público en el Festival de Toronto, al último filme de David Cronenberg no le han dejado de llover piropos. Un efecto mimético que culmina en un espectador aturdido al que no le queda más remedio que acudir al cine con una enorme expectación.
Con expectativas tan altas, sin embargo, ocurre a menudo el efecto contrario. Promesas del Este ni es una obra maestra ni resulta memorable por dos sencillas razones. Su argumento está lejos de ser ‘complejo’ (tal como lo califica alguna de las críticas leídas con anterioridad) y sólo una escena, ampliamente comentada por todos, resulta inolvidable. Por lo demás, se trata de una película excelente pero sin los méritos que debe reunir una obra maestra del calibre de, por ejemplo, El padrino o su secuela.
Las críticas, por tanto, juegan en contra del espectador que decide ojearlas antes de ver la película. Promesas del Este seguro que resulta mucho más gratificante de ver sin ningún tipo de influencia previa. La historia, narrada a través del diario de una joven inmigrante del este que muere dejando tras de sí una recién nacida, introduce a una inocente comadrona protagonizada por Naomi Watts en una oscura familia criminal rusa. Salvo alguna sorpresa, más o menos predecible, el argumento no depara ningún golpe de efecto que consiga atrapar al espectador de la manera que lo hace un filme de características argumentales similares como Infiltrados. Ni tan siquiera el desenlace se salva de la previsibilidad.
La escena que, sin embargo, es digna de obra maestra y de mención, la protagoniza un excelente Viggo Mortensen hacia el final del metraje. La densa nebulosa de una sauna envuelve una pelea cardiaca, visualmente preciosa, que catapulta al actor al estrellato de la interpretación. Pocos grandes de Hollywood pondrían todo su talento y su cuerpo ante las cámaras en una escena tan explícita como brutal. El riesgo y el compromiso de Mortensen bien le merecen un reconocimiento. No podemos decir lo mismo, sin embargo, de su compañera de reparto, una Naomi Watts totalmente desaprovechada en un insulso papel.
Promesas del Este, por último, no es mejor que Una historia de violencia, otra de las afirmaciones vertidas por algunos críticos. Ni resulta tan intensa, ni tan sugerente como la historia de un personaje anónimo convertido de la noche a la mañana en héroe y villano. En aquella ocasión, mereció la pena ser del tipo de personas que se leen las críticas antes de ver la película, pues las expectativas se vieron cumplidas. Con este comentario, menos efusivo, me queda el consuelo de que alguien, virgen de exageradas promesas, quede plenamente satisfecho tras ver la película y la considere mucho más buena de lo que comento.

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