Héroes pertenece a ese tipo de películas que, de antemano, da pereza ver. Cintas que reivindican la inocencia de los años mozos las hay a patadas. Las comparaciones con Los goonies o Verano azul (de la que bebe más que ninguna) tampoco contribuían a abrir el apetito. Ni siquiera para comprobar en qué bando se encontraba el parecido, si en el del homenaje o el del plagio. Pero llegaron las críticas y sus alabanzas y no hubo más remedio que ir a cotejarlas. Y efectivamente, Héroes merece todo el reconocimiento al menos por un motivo: apunta y dispara de lleno a la fibra sensible.
Dudo que únicamente los que crecimos en los años 80 nos sintamos identificados con el filme. Las bicicletas con bandera, el helado Drácula o los tigretones son guiños que activarán los recuerdos y las sonrisas de unos cuantos (en mi caso fue un cilindro de plástico que, colgado al cuello, guardaba nuestros pequeños tesoros). Pero lo que realmente despierta la cinta es la nostalgia por una época generalmente feliz, por esa sensación de libertad sin fronteras que jamás se volverá a repetir.
El tema, como decía, no supone ninguna novedad. Las críticas a las ataduras y responsabilidades de la edad adulta han plagado la gran pantalla. Pero es la forma, cercana y sensible, con la que Pau Freixas nos ha trasladado a nuestra infancia la que convierte a Héroes en algo excepcional. Este es el tipo de película que le encantaría rodar a Emilio Aragón pero que jamás alcanzará, porque aquí la nostalgia no deja el regusto rancio de tantas otras.
Héroes recoge las aventuras de una pandilla de amigos de doce años durante las vacaciones de verano. Cuentan que el director reunió a sus jóvenes protagonistas en un campamento varias semanas para que convivieran y el experimento, sin duda, ha surtido efecto. La conexión entre ellos es asombrosamente natural y parece que eso ha contribuido a destensar las interpretaciones, algo muy poco común en nuestro cine y, sobre todo, entre actores de tan poca edad.
Es cierto que la historia no se libra de los estereotipos. En la pandilla no falta ni el tonto ni el empollón ni el más gamberro. Las diferencias entre los dos protagonistas adultos también son demasiado forzadas. El típico publicista engreído que sólo vive para el trabajo contra la hippy en busca de la felicidad. Todo parece más visto que el tebeo y, sin embargo, el guión consigue que lo obviemos.
Las comparaciones con Los Goonies no pasan de un póster colgado en la pared en forma de homenaje. Héroes, más que una aventura, es el reflejo de la amistad más pura, la que todavía no ha sufrido los estragos del tiempo y de la madurez. Este grupo de chavales entrañable consigue erizarnos la piel con un primer beso o con una simple bronca infantil, si bien todo queda demasiado marcado por una banda sonora omnipresente. Esto y algún que otro recurso narrativo de última hora, totalmente inesperado, casi conducen al filme hacia el abismo de lo fácil. Pero de nuevo uno anda tan inmerso en su pasado que se olvida por completo de buscar dónde está el truco de la magia.
Al salir del cine se acumulan las sensaciones. Impotencia, por no poder controlar el paso del tiempo. Tristeza, por la imposibilidad de reproducir con los años esos buenos momentos. También por la inocencia perdida. ¡La vida parecía tan fácil! Alegría, por haber visto reflejada tu infancia en pantalla y, sobre todo, pena. Pena por no ver una cinta tan sencilla pero tan emotiva como futura aspirante al Goya. Nos queda, aún así, un pequeño huequecito para la esperanza.
Dudo que únicamente los que crecimos en los años 80 nos sintamos identificados con el filme. Las bicicletas con bandera, el helado Drácula o los tigretones son guiños que activarán los recuerdos y las sonrisas de unos cuantos (en mi caso fue un cilindro de plástico que, colgado al cuello, guardaba nuestros pequeños tesoros). Pero lo que realmente despierta la cinta es la nostalgia por una época generalmente feliz, por esa sensación de libertad sin fronteras que jamás se volverá a repetir.
El tema, como decía, no supone ninguna novedad. Las críticas a las ataduras y responsabilidades de la edad adulta han plagado la gran pantalla. Pero es la forma, cercana y sensible, con la que Pau Freixas nos ha trasladado a nuestra infancia la que convierte a Héroes en algo excepcional. Este es el tipo de película que le encantaría rodar a Emilio Aragón pero que jamás alcanzará, porque aquí la nostalgia no deja el regusto rancio de tantas otras.
Héroes recoge las aventuras de una pandilla de amigos de doce años durante las vacaciones de verano. Cuentan que el director reunió a sus jóvenes protagonistas en un campamento varias semanas para que convivieran y el experimento, sin duda, ha surtido efecto. La conexión entre ellos es asombrosamente natural y parece que eso ha contribuido a destensar las interpretaciones, algo muy poco común en nuestro cine y, sobre todo, entre actores de tan poca edad.
Es cierto que la historia no se libra de los estereotipos. En la pandilla no falta ni el tonto ni el empollón ni el más gamberro. Las diferencias entre los dos protagonistas adultos también son demasiado forzadas. El típico publicista engreído que sólo vive para el trabajo contra la hippy en busca de la felicidad. Todo parece más visto que el tebeo y, sin embargo, el guión consigue que lo obviemos.
Las comparaciones con Los Goonies no pasan de un póster colgado en la pared en forma de homenaje. Héroes, más que una aventura, es el reflejo de la amistad más pura, la que todavía no ha sufrido los estragos del tiempo y de la madurez. Este grupo de chavales entrañable consigue erizarnos la piel con un primer beso o con una simple bronca infantil, si bien todo queda demasiado marcado por una banda sonora omnipresente. Esto y algún que otro recurso narrativo de última hora, totalmente inesperado, casi conducen al filme hacia el abismo de lo fácil. Pero de nuevo uno anda tan inmerso en su pasado que se olvida por completo de buscar dónde está el truco de la magia.
Al salir del cine se acumulan las sensaciones. Impotencia, por no poder controlar el paso del tiempo. Tristeza, por la imposibilidad de reproducir con los años esos buenos momentos. También por la inocencia perdida. ¡La vida parecía tan fácil! Alegría, por haber visto reflejada tu infancia en pantalla y, sobre todo, pena. Pena por no ver una cinta tan sencilla pero tan emotiva como futura aspirante al Goya. Nos queda, aún así, un pequeño huequecito para la esperanza.
Comentarios
Supongo que no la veré por los mismos motivos que es recomendable... me parece muy temprano para sentir nostalgia por mi niñez... ya tendré tiempo de eso.
Justamente acabo de empezar a leer su nuevo libro con titulo largo, algo asi como "cosas que podiamos haber sido tu y yo, si no fueramos tu y yo..".
jesn
jesn
Planta 4ª era casi bibliográfico en ciertas partes, a ver si se nos va a encasillar en esto...
De Espinosa nos falta ver 'No me pidas que te bese, porque te besaré'!
jajjajaja
jesn.