Desde aquí, deseo mejor suerte a Los ojos de julia en su estreno oficial de la que tuvo anoche durante su presentación en la gala inaugural del Festival de Sitges. Tras un prometedor arranque, con el espectador ya inmerso en la trama, la proyección sufrió un fallo técnico a los quince minutos del inicio. Momento ‘tierra trágame’ para los organizadores del certamen, que tuvieron que contemplar cómo Belén Rueda les sacaba las castañas del fuego, subiendo al escenario, dando la cara y pidiendo disculpas. Un gesto que ya dice bastante a favor de la profesionalidad de la actriz fuera de cámara.
Porque de su trabajo en la ficción apenas hay nada que objetar. Belén Rueda en Los ojos de Julia está soberbia, llevando todo el peso de una película que le cede todo el protagonismo, y además por partida doble. Si la intérprete ya nos convence en la piel de Julia, encarnando a su hermana Sara en el arranque del filme nos deja con los pelos de punta y la boca abierta. Sin duda, su apuesta por el cine de terror y por los jóvenes talentos la está catapultando a lo más alto del cine patrio.
Guillem Morales, por su parte, hizo mal anoche en restar mérito a su ópera prima, El habitante incierto. Una obra de culto, que nadie ha visto y que nadie entendió, “ni siquiera yo”, manifestó durante la presentación. Pues bien, aunque su primer filme pasara desapercibido por la taquilla, sin duda es muy recomendable su visionado para comprobar que entre su debut y Los ojos de Julia existen muchas similitudes, configurándole al director, ya de tan joven, un sello personal dentro del género.
La principal baza de ambos filmes la encontramos en el clima que ha sabido crear Morales, en el que todo está meticulosamente estudiado para inquietar al espectador, para influirle una desesperación incontenible por conocer el final. En pocas películas la necesidad de resolver el misterio se vuelve tan imprescindible. Y si en El habitante incierto nos urgía conocer la identidad del misterioso huésped que aterraba la existencia del protagonista, en esta ocasión nos mordemos las uñas por saber quién causó el suicidio de la hermana ciega de Julia.
El director juega con la ceguera, no sólo física sino también social, para ofrecernos tres secuencias que, desde luego, perdurarán en nuestra retina. La primera tiene lugar en un vestuario, con cuatro ciegas conversando desnudas mientras una presencia las espía. Más adelante, un plano subjetivo nos adentra en la percepción de alguien que se cree invisible, que pasa desapercibido para todo el mundo. Y por último, un conjunto de flashes que convierten la típica escena violenta final en toda una obra maestra.
Son ejercicios de este tipo, dotados de ingenio y originalidad, los que aportan el plus necesario a Los ojos de Julia, porque en el desarrollo y, sobre todo, el desenlace del filme, se producen una serie de retrocesos. Puede que en El habitante incierto no se entendiera la resolución de la trama, pero la gran experiencia del filme recaía precisamente en el crescendo del misterio sin resolver. En esta segunda obra, en cambio, la historia se ralentiza por momentos y desemboca en un final que se resuelve demasiado pronto y que, para colmo, viene acompañado de un epílogo demasiado ñoño.
Aún así, son males menores que no desmerecen la globalidad de una cinta que nos depara excelentes momentos. Las comparaciones inevitables con El orfanato, con la que Los ojos de Julia comparte desde la producción hasta los compositores de la banda sonora, se saldan de forma inevitable a favor del debut de Juan Antonio Bayona. Pero desde luego, Guillermo del Toro nos demuestra que tiene buen ojo para elegir a discípulos y que su tocayo Morales es un director al que conviene seguir la pista.
Porque de su trabajo en la ficción apenas hay nada que objetar. Belén Rueda en Los ojos de Julia está soberbia, llevando todo el peso de una película que le cede todo el protagonismo, y además por partida doble. Si la intérprete ya nos convence en la piel de Julia, encarnando a su hermana Sara en el arranque del filme nos deja con los pelos de punta y la boca abierta. Sin duda, su apuesta por el cine de terror y por los jóvenes talentos la está catapultando a lo más alto del cine patrio.
Guillem Morales, por su parte, hizo mal anoche en restar mérito a su ópera prima, El habitante incierto. Una obra de culto, que nadie ha visto y que nadie entendió, “ni siquiera yo”, manifestó durante la presentación. Pues bien, aunque su primer filme pasara desapercibido por la taquilla, sin duda es muy recomendable su visionado para comprobar que entre su debut y Los ojos de Julia existen muchas similitudes, configurándole al director, ya de tan joven, un sello personal dentro del género.
La principal baza de ambos filmes la encontramos en el clima que ha sabido crear Morales, en el que todo está meticulosamente estudiado para inquietar al espectador, para influirle una desesperación incontenible por conocer el final. En pocas películas la necesidad de resolver el misterio se vuelve tan imprescindible. Y si en El habitante incierto nos urgía conocer la identidad del misterioso huésped que aterraba la existencia del protagonista, en esta ocasión nos mordemos las uñas por saber quién causó el suicidio de la hermana ciega de Julia.
El director juega con la ceguera, no sólo física sino también social, para ofrecernos tres secuencias que, desde luego, perdurarán en nuestra retina. La primera tiene lugar en un vestuario, con cuatro ciegas conversando desnudas mientras una presencia las espía. Más adelante, un plano subjetivo nos adentra en la percepción de alguien que se cree invisible, que pasa desapercibido para todo el mundo. Y por último, un conjunto de flashes que convierten la típica escena violenta final en toda una obra maestra.
Son ejercicios de este tipo, dotados de ingenio y originalidad, los que aportan el plus necesario a Los ojos de Julia, porque en el desarrollo y, sobre todo, el desenlace del filme, se producen una serie de retrocesos. Puede que en El habitante incierto no se entendiera la resolución de la trama, pero la gran experiencia del filme recaía precisamente en el crescendo del misterio sin resolver. En esta segunda obra, en cambio, la historia se ralentiza por momentos y desemboca en un final que se resuelve demasiado pronto y que, para colmo, viene acompañado de un epílogo demasiado ñoño.
Aún así, son males menores que no desmerecen la globalidad de una cinta que nos depara excelentes momentos. Las comparaciones inevitables con El orfanato, con la que Los ojos de Julia comparte desde la producción hasta los compositores de la banda sonora, se saldan de forma inevitable a favor del debut de Juan Antonio Bayona. Pero desde luego, Guillermo del Toro nos demuestra que tiene buen ojo para elegir a discípulos y que su tocayo Morales es un director al que conviene seguir la pista.
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