Alatriste. El laberinto del fauno. El orfanato. Ágora. Celda 211. Todos estos taquillazos tienen algo en común, y es que tras ellos se esconde la mano (y el bolsillo) de Paolo Vasile, el mandamás de Telecinco Cinema. Mientras el canal de televisión se dedica a promocionar el morbo, su división cinematográfica ha ido encadenando año tras año grandes peliculones (con perdón por el guiño a la competencia de Planeta). Pero esta temporada una de las grandes apuestas de la productora, Agnosia, supone un revés cualitativo que, sin duda, mancha su impecable currículum.
El thriller de época fracasa estrepitosamente en ambos aspectos. Ni provoca el más mínimo suspense ni aprovecha su amplitud de medios para recrear de forma sorprendente la Barcelona del siglo XIX. Y es una lástima. Tanto el título como la premisa del filme podrían haber deparado al espectador una experiencia interesante, si no fuera porque el director Eugenio Mira se ha visto incapaz de obtener una buena mezcla entre la intriga y el romance que tenía entre manos.
El diagnóstico que hace el doctor al inicio de la película sobre la agnosia es un buen ejemplo. Busca por todos los medios ser eficaz y enganchar al espectador, pero la escena fracasa en el intento y desprende un sentimiento cercano al ridículo que se alargará durante todo el filme. Las escasas secuencias de impacto de Agnosia, como la que tiene lugar a la salida de una iglesia al final del metraje, pierden todo su mérito impostadas en una trama que ni engancha ni conmueve. El resto, con tanto abuso de interiores y decorados malogrados, dejan en bastante buen lugar la escenografía de Amar en tiempos revueltos.
Lástima también que los actores no contribuyan a aportar un mínimo de verosimilitud a la historia. Bárbara Goenaga está simplemente correcta en el papel de afectada de esta extraña enfermedad, que impide interpretar de forma correcta los estímulos exteriores. Sin embargo, el que desde luego resta puntos a la credibilidad de Agnosia es un Eduardo Noriega que alumbra en alfombras rojas pero desentona en pantalla grande. Si los flashes lo adoran en presentaciones como las de anoche en el Festival de Sitges, las cámaras de cine deberían huir despavoridas del actor cántabro, cuya capacidad de interpretación es inversamente proporcional a su belleza.
El thriller de época fracasa estrepitosamente en ambos aspectos. Ni provoca el más mínimo suspense ni aprovecha su amplitud de medios para recrear de forma sorprendente la Barcelona del siglo XIX. Y es una lástima. Tanto el título como la premisa del filme podrían haber deparado al espectador una experiencia interesante, si no fuera porque el director Eugenio Mira se ha visto incapaz de obtener una buena mezcla entre la intriga y el romance que tenía entre manos.
El diagnóstico que hace el doctor al inicio de la película sobre la agnosia es un buen ejemplo. Busca por todos los medios ser eficaz y enganchar al espectador, pero la escena fracasa en el intento y desprende un sentimiento cercano al ridículo que se alargará durante todo el filme. Las escasas secuencias de impacto de Agnosia, como la que tiene lugar a la salida de una iglesia al final del metraje, pierden todo su mérito impostadas en una trama que ni engancha ni conmueve. El resto, con tanto abuso de interiores y decorados malogrados, dejan en bastante buen lugar la escenografía de Amar en tiempos revueltos.
Lástima también que los actores no contribuyan a aportar un mínimo de verosimilitud a la historia. Bárbara Goenaga está simplemente correcta en el papel de afectada de esta extraña enfermedad, que impide interpretar de forma correcta los estímulos exteriores. Sin embargo, el que desde luego resta puntos a la credibilidad de Agnosia es un Eduardo Noriega que alumbra en alfombras rojas pero desentona en pantalla grande. Si los flashes lo adoran en presentaciones como las de anoche en el Festival de Sitges, las cámaras de cine deberían huir despavoridas del actor cántabro, cuya capacidad de interpretación es inversamente proporcional a su belleza.
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