Gritos de júbilo en una de las sesiones más participativas del Festival de Sitges. La euforia y los aplausos no son por un beso de tornillo en pantalla entre los dos protagonistas, no. La reacción enfervorizada y totalmente espontánea del público se debe a una de las escenas más gore de Secuestrados, cuando Manuela Vellés se desahoga bien a gusto con uno de sus raptores. Es lo que tiene un certamen de estas características, que los frikis acuden (acudimos) en busca de sangre.
Y Miguel Ángel Vivas nos la sirve en bandeja y ración doble. Porque si algo tiene su última película es violencia hiperrealista a raudales. El secuestro de una familia de ricachones en su nueva mansión a cargo de una banda de albaneses se vive desde la butaca con la máxima tensión, con la incomodidad que suponen las reacciones en caliente y los gritos de histeria como telón de fondo.
Secuestrados no lograría su principal objetivo, incomodar, si no fuera por la excelente tarea de casting. No es nada fácil ponerse en la situación y perder los estribos con la credibilidad que demuestran las tres víctimas del rapto. El matrimonio en la ficción que conforman Fernando Cayo y Ana Wagener ya es todo un ejemplo para la interpretación de este país, plagada de sobreactuaciones y mediocridades. Pero, sin duda, la aportación de Manuela Vellés es la muestra perfecta de cómo salir reforzada de un reto tan suicida como el que le planteaba esta cinta.
Por otro lado, la película que José Luis Moreno jamás querría ver poco tiene en común con las dos versiones de Funny Games, aunque todas ellas se centren en el secuestro sin escrúpulos de una familia en su hogar. Los tópicos geográficos parecen caer sobre los dos proyectos, porque mientras la cinta del alemán Haneke desprende frialdad y cálculo por los cuatro costados, en Secuestrados todo es más a la española, con griterío y arrebato. Aunque ya decimos que comparar ambas películas es un pasatiempo bastante inútil.
Aún así, no será porque la labor de Vivas merezca crítica alguna. Secuestrados arranca desde la simpleza para ir adoptando un clímax que se alargará sin interrupción hasta el final del metraje. Por si fuera poco, el director tiene la gentileza de revestir la adrenalina con un ejercicio visual muy efectista pero brillante. Tras desdoblar la pantalla en dos acciones simultáneas, al más puro estilo 24, ambas vuelven a fundirse en un abrazo. Un motivo más para arrancar los aplausos del público, no sólo del de Sitges sino de plateas menos entregadas. Una de las gratas sorpresas del festival bien mereció la papeleta de 4 sobre 5 a la salida del Auditorio Melià. Suerte en el Premio del público.
Y Miguel Ángel Vivas nos la sirve en bandeja y ración doble. Porque si algo tiene su última película es violencia hiperrealista a raudales. El secuestro de una familia de ricachones en su nueva mansión a cargo de una banda de albaneses se vive desde la butaca con la máxima tensión, con la incomodidad que suponen las reacciones en caliente y los gritos de histeria como telón de fondo.
Secuestrados no lograría su principal objetivo, incomodar, si no fuera por la excelente tarea de casting. No es nada fácil ponerse en la situación y perder los estribos con la credibilidad que demuestran las tres víctimas del rapto. El matrimonio en la ficción que conforman Fernando Cayo y Ana Wagener ya es todo un ejemplo para la interpretación de este país, plagada de sobreactuaciones y mediocridades. Pero, sin duda, la aportación de Manuela Vellés es la muestra perfecta de cómo salir reforzada de un reto tan suicida como el que le planteaba esta cinta.
Por otro lado, la película que José Luis Moreno jamás querría ver poco tiene en común con las dos versiones de Funny Games, aunque todas ellas se centren en el secuestro sin escrúpulos de una familia en su hogar. Los tópicos geográficos parecen caer sobre los dos proyectos, porque mientras la cinta del alemán Haneke desprende frialdad y cálculo por los cuatro costados, en Secuestrados todo es más a la española, con griterío y arrebato. Aunque ya decimos que comparar ambas películas es un pasatiempo bastante inútil.
Aún así, no será porque la labor de Vivas merezca crítica alguna. Secuestrados arranca desde la simpleza para ir adoptando un clímax que se alargará sin interrupción hasta el final del metraje. Por si fuera poco, el director tiene la gentileza de revestir la adrenalina con un ejercicio visual muy efectista pero brillante. Tras desdoblar la pantalla en dos acciones simultáneas, al más puro estilo 24, ambas vuelven a fundirse en un abrazo. Un motivo más para arrancar los aplausos del público, no sólo del de Sitges sino de plateas menos entregadas. Una de las gratas sorpresas del festival bien mereció la papeleta de 4 sobre 5 a la salida del Auditorio Melià. Suerte en el Premio del público.
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