¿Cuándo nos hacemos viejos? ¿En qué
momento empezamos a observar el mundo a larga distancia? ¿Son los años
los que marcan el inicio de la cuenta atrás? Paolo Sorrentino ha querido reflexionar en su nueva película sobre la vejez y lo ha hecho siguiendo la alargada sombra de La gran belleza,
persiguiendo su estética hipnótica, su extravagante mezcla de
sofisticación y sordidez, pero con una notable diferencia: derrochando
un inesperado humor británico.
Que Youth es una producción
italiana lo captamos por el inconfundible estilo de su director, por
esos travellings embaucadores que nos descubren a paso muy lento una
puesta en escena surreal y chocante. Pero a ese sello innegable de
Sorrentino, que aquí se impregna con menor esplendor que en La gran belleza, se
le unen ahora brillantes diálogos plagados de fina ironía y que en boca
de dos astros como Michael Kaine y Harvey Keitel se convierten en todo
un disfrute.
Un compositor jubilado y un director de
cine en busca de su testamento cinematográfico observan su entorno
desmoronado desde la tranquilidad y la despreocupación que brindan los
años. Una amistad entrañable que perdura a golpe de sarcasmo y
mofas en torno a las inclemencias prostáticas y otros traumas de la
vejez. Aunque si algo se concluye de esta paradójica juventud
de Sorrentino es que hay vidas que se marchitan mucho antes de la
jubilación. Vidas sin rumbo que confluyen en un hotel decadente de los
Alpes, un sanatorio de lujo para almas en pena, y que consolidan al
director italiano como el mejor retratista de la frivolidad.
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