Adaptar a Shakespeare debe ser lo más parecido a un marrón de proporciones épicas para un director de cine.
¿Cómo extrapolarlo a la gran pantalla sin ofender a los salvaguardas de
tan magnánima obra? Muchos optaron por el escudo de la versión libre,
léase Luhrmann o más recientemente Joss Whedon, pero pocos han tenido el
coraje de rendirle fidelidad al espíritu del texto original con tan
poca experiencia a sus espaldas como la que tenía el australiano Justin
Kurzel antes de asumir tan temible reto.
El director no sólo supera el desafío
con sobrada solvencia. Deja para la historia la adaptación total de
Macbeth, una traslación casi definitiva que bendito aquél que ose querer
rebasarla. Dificilísimo lo tendría para encontrar un binomio tan
perfecto entre paisaje y fotografía, fundidos mediante una neblina y un
cromatismo arrebatadores, asfixiantes, a la altura de una historia de
ambición y poder que conduce a la tragedia teñida en sangre. Cuasi
imposible captar de nuevo, con tanto rigor, con tanta eficacia, el
obsesivo y peligroso bucle del protagonista por alcanzar su profético
destino. Pero, sobre todo, ardua tarea la del pobre desdichado
que quiera encontrar sustitutos para una sibilina Cotillard y un
poderoso Fassbender. Ellos son, sin duda, los Macbeth perfectos.
Comentarios