Comienza a aburrir. Que el continente se
trague al contenido para convertirse en el reclamo de una película es
una tendencia preocupante. Es la senda que ha seguido Victoria para
captar nuestra atención. 140 minutos de filme en un solo plano
secuencia. La cámara no descansa. Se adentra en discotecas, ascensores,
cafeterías. Nos sumerge en persecuciones, huidas en coche, tiroteos.
Todo en una sola noche. Un mérito incuestionable para el director y un
milagro de la técnica. Sin duda. Pero cabe preguntarse qué
habría sido de la cinta sin su revestimiento. Porque esta juerga
nocturna entre una joven española y un grupo de chicos berlineses en
realidad tiene muy poco que contar.
Nos dijeron que Victoria era un thriller -apasionante,
añadieron algunos-, que la noche se complicaría para estos jóvenes con
un atraco de imprevisibles consecuencias. Pero hasta que llega la acción
pasan prácticamente 60 minutos. Una interminable hora en la que pides a
gritos que suceda el milagro. Y cuando llega, tampoco es para tanto.
Una huida hacia adelante con escasas sorpresas, salvo quizá la osadía de
la actriz catalana Laia Costa de convertirse en el eje sobre el que
orbita el famoso plano secuencia. La sensación final es que el señuelo de Victoria también se convierte en su principal escollo. Porque a esta supuesta originalidad sólo la salva una potente apuesta visual que nos haga olvidar su vacío argumental.
Comentarios