Guardamos un concepto de los japoneses bastante definido, hasta el punto que los consideramos la antítesis de nuestra gracia y salero mediterráneos. Sólo han hecho falta las últimas imágenes del trágico tsunami para reafirmar nuestras nociones. Los nipones se nos antojan cerrados, de sentimiento contenido, introvertidos. Muy suyos. De ahí que las películas asiáticas, y especialmente los romances, nos resulten fríos, demasiado asépticos para nuestros estándares de pasión desenfrenada. Tokio blues no es una excepción, a pesar de que adapte una novela tan poco gélida como el best-seller de Murakami.
Sin duda, el conflicto interior de Watanabe, el atormentado protagonista de Tokio blues, daba para un buen drama romántico que habría hecho las delicias de cualquier director occidental. De hecho, si no fuera por los nombres y las referencias japonesas sería difícil adivinar la procedencia del autor de la novela. Murakami nos desmontaba tópicos culturales con su escritura sensible e intimista, con cuyos personajes resultaba muy fácil empatizar. Con el traslado a la pantalla de su libro no ocurre lo mismo, bien por la inexpresividad que suelen desprender los actores japoneses, o más bien porque el guión se ocupa bien poco de contextualizar sus temores.
La vida del joven Watanabe está marcada por tres mujeres, aunque su amor imposible sea sólo uno, el que le da y le quita constantemente Naoko. Ambos estaban unidos y marcados por Kizuki, gran amigo de él y novio de ella, que un buen día se quita la vida de improviso y sin motivo aparente. Desde ese momento, la relación entre ellos iniciará un tormentoso tira y afloja que Watanabe sólo será capaz de soportar con la ayuda de dos chicas: Midori y Reiko.
A pesar de la influencia de estas dos jóvenes y de su fuerte presencia en la novela, la adaptación de Tokio blues ha decidido relegarlas a un segundo plano y dotarlas de una personalidad que para nada se ajusta a la novela original. Y es una lástima, porque sin duda aportaban una gran dosis de frescura a la trama, por no hablar de su poderosa influencia sobre el protagonista. Midori, compañera de la universidad de Watanabe, era vitalidad y desenfado. Reiko, tutora de Naoko, madurez y sensatez. El filme, sin embargo, las condena a ser meras comparsas.
La elección de centrar la mirada exclusivamente en los dos amantes era arriesgada y yo diría que desafortunada. Sin acceso a los pensamientos del protagonista iba a resultar muy complicado reflejar en pantalla sus motivaciones. Y es que aunque la novela esté narrada con una gran sensibilidad, la historia de amor está marcada por los silencios y por la distancia. En imágenes, la relación entre Watanabe y Naoko iba a parecer un romance a la japonesa, tan extraño y desapasionado para el espectador occidental.
A pesar de todo, puede que se echen de menos frases que encojan el corazón de los más sensibles. O caricias y besos de película que nos convenzan de que esta historia de amor es tan válida como cualquier otra. Pero el director ha suplido la ausencia de esa pasión a la que nos ha malacostumbrado Hollywood con una puesta en escena que destila emotividad y belleza. Quizá los japoneses no sepan exteriorizar sus sentimientos pero desde luego, tal como demuestra Tokio blues, se las ingenian para expresarlos con formas menos convencionales y mucho más complejas.
Sin duda, el conflicto interior de Watanabe, el atormentado protagonista de Tokio blues, daba para un buen drama romántico que habría hecho las delicias de cualquier director occidental. De hecho, si no fuera por los nombres y las referencias japonesas sería difícil adivinar la procedencia del autor de la novela. Murakami nos desmontaba tópicos culturales con su escritura sensible e intimista, con cuyos personajes resultaba muy fácil empatizar. Con el traslado a la pantalla de su libro no ocurre lo mismo, bien por la inexpresividad que suelen desprender los actores japoneses, o más bien porque el guión se ocupa bien poco de contextualizar sus temores.
La vida del joven Watanabe está marcada por tres mujeres, aunque su amor imposible sea sólo uno, el que le da y le quita constantemente Naoko. Ambos estaban unidos y marcados por Kizuki, gran amigo de él y novio de ella, que un buen día se quita la vida de improviso y sin motivo aparente. Desde ese momento, la relación entre ellos iniciará un tormentoso tira y afloja que Watanabe sólo será capaz de soportar con la ayuda de dos chicas: Midori y Reiko.
A pesar de la influencia de estas dos jóvenes y de su fuerte presencia en la novela, la adaptación de Tokio blues ha decidido relegarlas a un segundo plano y dotarlas de una personalidad que para nada se ajusta a la novela original. Y es una lástima, porque sin duda aportaban una gran dosis de frescura a la trama, por no hablar de su poderosa influencia sobre el protagonista. Midori, compañera de la universidad de Watanabe, era vitalidad y desenfado. Reiko, tutora de Naoko, madurez y sensatez. El filme, sin embargo, las condena a ser meras comparsas.
La elección de centrar la mirada exclusivamente en los dos amantes era arriesgada y yo diría que desafortunada. Sin acceso a los pensamientos del protagonista iba a resultar muy complicado reflejar en pantalla sus motivaciones. Y es que aunque la novela esté narrada con una gran sensibilidad, la historia de amor está marcada por los silencios y por la distancia. En imágenes, la relación entre Watanabe y Naoko iba a parecer un romance a la japonesa, tan extraño y desapasionado para el espectador occidental.
A pesar de todo, puede que se echen de menos frases que encojan el corazón de los más sensibles. O caricias y besos de película que nos convenzan de que esta historia de amor es tan válida como cualquier otra. Pero el director ha suplido la ausencia de esa pasión a la que nos ha malacostumbrado Hollywood con una puesta en escena que destila emotividad y belleza. Quizá los japoneses no sepan exteriorizar sus sentimientos pero desde luego, tal como demuestra Tokio blues, se las ingenian para expresarlos con formas menos convencionales y mucho más complejas.
Comentarios
Una de las últimas películas que vi es José Martí: el ojo del canario. Me pareció algo larga, pero bastante bien contada.
kyot_
El libro se digiere muchísimo mejor que la peli, pero no es mala del todo eh? Tiene cosas buenas, sobre todo la fotografía. Pero me dio rabia que no aprovechara más los personajes de Midori y la otra, que tienen más personalidad que la sosainas de Naoko!!
Así, no me leo nada más de Murakami?
Y yo bien, disfrutando del sol, que no entiendo como estos alemanes están tan blancos y se ponen rojos al llegar a tierras españolas, cuando aquí hace un solazo increíble y si no te pones crema, te quemas también. Incomprensible.
kyot_
Y te has leído ya el último de Murakami, ese tocho que se llama 1Q84?
El de 1Q84 me lo he leído, aunque son 3 partes y solo han salido las 2 primeras. La tercera no ha salido ni en Japón creo. Y es lo que te digo, que se empeña en hacer novelas superlargas, perdiendo el norte completamente. Es su peor novela, a mi gusto. Mantiene su estilo, que me gusta, pero se pasa de páginas.
kyot_