Scott Fitzgerald. Ernest Hemingway. Salvador Dalí. Juan Belmonte. Luis Buñuel. Man Ray. Gertrude Stein. Háganme caso y consulten en la Wikipedia cada uno de estos nombres antes de acudir al cine para ver la última de Woody Allen. Sobre todo si la cita es en un Renoir (las salas del flamante director de la Academia de cine español) o parecido. Que no les pille desprevenidos ninguna mención a ilustres personalidades de la cultura y, si lo hace, disimúlenlo lo mejor que puedan. Sobre todo, rían como el que más cuando toque, aunque no entiendan el chiste. Hay que salir del trago con la cabeza bien alta.
Y es que con Midnight in Paris conviene, más que nunca antes en el cine de Woody Allen, sacarle todo el lustre a nuestras gafas de pasta. El público asiduo encontrará en la película muchas más ocasiones para desplegar sus conocimientos. Esta vez no asistimos a los delirantes pensamientos a los que nos tiene acostumbrados el director. Son artistas de diferentes corrientes los que se agolpan en la pantalla con derroches de humor. Y es necesario un cierto bagaje cultural para captar toda su esencia.
Pero no sientan ningún tipo de complejo. Más de la mitad de la sala, sino más, reacciona ante estímulos, ríe por inercia. Tal como están los índices de lectura en nuestro país, con un porcentaje tan elevado de absentismo escolar, ¿alguien puede creerse que todo un aforo entienda el humor intelectual de la cinta de Allen? Desde luego que no. Pero a ver quien es el guapo que reconoce su incultura.
Tampoco conviene asustarse. Midnight in Paris no es coto exclusivo para concursantes de Saber y ganar. Es más bien el filme ideal para desenfundar el instinto pedante. Lo bueno es que la película también se reserva el derecho de criticar despiadadamente a esta especie humana en ascenso. El director vierte todos sus conocimientos en un guión inteligente pero a su vez se mofa de los alardes intelectuales, algo por lo que se caracterizan muchos de sus seguidores. Con lo cual, el paradójico ejercicio tiene su guasa.
¿Y dónde queda París a todo esto? Pues desde luego más bien parada que Barcelona. Los espectadores al menos reconocerán una ciudad de la luz más o menos real. Idealizadamente romántica, pero sin rallar la ciencia ficción. En esta ocasión podemos hablar de un homenaje a la época dorada del que fue cobijo de grandes artistas y no de un panfleto repleto de referencias turísticas. Se nota que Mediapro, productora del filme, no es gabacha.
Lástima que Midnight in Paris prefiera viajar en el tiempo de forma surrealista, porque deja en segundo plano la trama suculenta y más propicia a las carcajadas. El triángulo que conforman el protagonista (un escritor frustrado, fantástico Owen Wilson), su prometida (con sus adinerados padres) y el amigo pedante daría para una buena dosis de situaciones de enredo como las que destila normalmente la filmografía del director neoyorquino.
Puede que los bohemios fueran unos cachondos, que la nouvelle vague escondiera un trasfondo humorístico que yo no he sabido captar en toda su dimensión, pero desde luego me quedo con el Woody Allen más auténtico, más superficial si quieren, el de la verborrea y la empanada mental. Ah! Y Carla Bruni, fenomenal.
Y es que con Midnight in Paris conviene, más que nunca antes en el cine de Woody Allen, sacarle todo el lustre a nuestras gafas de pasta. El público asiduo encontrará en la película muchas más ocasiones para desplegar sus conocimientos. Esta vez no asistimos a los delirantes pensamientos a los que nos tiene acostumbrados el director. Son artistas de diferentes corrientes los que se agolpan en la pantalla con derroches de humor. Y es necesario un cierto bagaje cultural para captar toda su esencia.
Pero no sientan ningún tipo de complejo. Más de la mitad de la sala, sino más, reacciona ante estímulos, ríe por inercia. Tal como están los índices de lectura en nuestro país, con un porcentaje tan elevado de absentismo escolar, ¿alguien puede creerse que todo un aforo entienda el humor intelectual de la cinta de Allen? Desde luego que no. Pero a ver quien es el guapo que reconoce su incultura.
Tampoco conviene asustarse. Midnight in Paris no es coto exclusivo para concursantes de Saber y ganar. Es más bien el filme ideal para desenfundar el instinto pedante. Lo bueno es que la película también se reserva el derecho de criticar despiadadamente a esta especie humana en ascenso. El director vierte todos sus conocimientos en un guión inteligente pero a su vez se mofa de los alardes intelectuales, algo por lo que se caracterizan muchos de sus seguidores. Con lo cual, el paradójico ejercicio tiene su guasa.
¿Y dónde queda París a todo esto? Pues desde luego más bien parada que Barcelona. Los espectadores al menos reconocerán una ciudad de la luz más o menos real. Idealizadamente romántica, pero sin rallar la ciencia ficción. En esta ocasión podemos hablar de un homenaje a la época dorada del que fue cobijo de grandes artistas y no de un panfleto repleto de referencias turísticas. Se nota que Mediapro, productora del filme, no es gabacha.
Lástima que Midnight in Paris prefiera viajar en el tiempo de forma surrealista, porque deja en segundo plano la trama suculenta y más propicia a las carcajadas. El triángulo que conforman el protagonista (un escritor frustrado, fantástico Owen Wilson), su prometida (con sus adinerados padres) y el amigo pedante daría para una buena dosis de situaciones de enredo como las que destila normalmente la filmografía del director neoyorquino.
Puede que los bohemios fueran unos cachondos, que la nouvelle vague escondiera un trasfondo humorístico que yo no he sabido captar en toda su dimensión, pero desde luego me quedo con el Woody Allen más auténtico, más superficial si quieren, el de la verborrea y la empanada mental. Ah! Y Carla Bruni, fenomenal.
Comentarios
Hombre, pues los que suelen ir a ver a Woody Allen, yo creo que si... más que nada porque no creo que un absentista escolar no tenga nada mejor que hacer que meterse a ver Medianoche en París...
Tampoco estoy de acuerdo en que deje en segundo plano la más suculenta de las tramas. Para esa trama en concreto ya hay muchas otras películas que tratan esos triangulos. Precisamente lo más genial de la pelicula (y creo que se recordará mucho tiempo) son los chistes de Dalí y Buñuel.
No dudo de que fueran geniales los chistes de Dalí y Buñuel. Yo quizá no los entendí. Pero me hizo mucha más gracia el pique entre el novio y el amigo pedante.
Tu crees que todo el mundo sabe quien es Gertrude Stein. A mi me gusta Woody Allen y no tengo ni idea.
Y dedicarle dos palabras a Carla Bruni roza la maestría.
¡¡Me gusta esta crítica!!
Y no vas a decir nada del guiño que os he dedicado con Saber y ganar?? ;)