Hay películas que cumplen a rajatabla los tópicos predominantes sobre el cine español. Guiones ligeros, personajes simplones, sonido de andar por casa y una percepción general de que el Ministerio de cultura, Televisión Española y Canal+ no han sido muy generosos con el presupuesto. Sin duda, esa es la impresión que hace que gran parte del público de la espalda al cine local, evitando incluso a los productos honrosos que ya no son la excepción. Pero entonces llega David Serrano con su última comedia musical y alimenta de nuevo las malas lenguas que, esta vez con razón, despotrican de toda cinta made in Spain.
Basta ver la vergonzosa introducción de Una hora más en Canarias para que a uno le entren ganas de abandonar la sala. Cualquier comparación con El otro lado de la cama es una broma de mal gusto, puesto que la frescura y originalidad de la primera dan paso aquí a la cutrez más absoluta. El nivel de las canciones y de las coreografías es un fiel reflejo de la trama que nos espera: estúpida, caótica y sin sentido. Capítulos de Aída han tenido argumentos más sofisticados, con enredos más ingeniosos, que esta producción injustamente sobrepublicitada.
No pierdan detalle. Una chica quiere recuperar a toda costa el amor de su exnovio, comprometido con una ingenua jovencita. Para ello, se alía con su hermana y engatusan al chaval para montar un chiringuito en las Canarias, donde los planes, lógicamente, no saldrán como esperaban. El chaval en cuestión es Quim Gutiérrez, una joven promesa que todavía espera con el pulgar levantado a que pase una nueva oportunidad como Azuloscurocasinegro. Mientras, no está el sector para tirar cohetes, se esfuerza en dotar de credibilidad al humor marrón oscuro y nada negro de Una hora más en Canarias, constituyendo una de sus dos gratas sorpresas.
La otra es sin duda Miren Ibarguren, la única capaz de provocar con sus breves apariciones las dos o tres carcajadas con las que cuenta el filme. Su papel de novia histérica y psicópata es de lo más garbancero, pero al menos sirve de contrapunto en una historia con escasas concesiones a la comedia. En cambio, Angie Cepeda y Juana Acosta, los otros dos ángulos de este cuadrado amoroso, terminan agotando al espectador con sus maquinaciones de serie barata. La química entre las dos colombianas y los dos españoles brilla por su ausencia, discurriendo las unas y los otros en paralelo, cada cual a su rollo.
Como pegotes desubicados funcionan también los escasos números musicales que, por llamarlos de alguna forma, terminan de hundir la película en los más bajos fondos del cine español. Podría parecer que el nivel de improvisación, casi casi amateur, que desprenden las coreografías en plena calle es intencionado, con tintes satíricos. Pero estaríamos sobrevalorando un producto sin ningún miedo al ridículo, una nueva mancha negra en el panorama desolador de la comedia española. Un motivo más para que González-Sinde se eche a temblar y termine culpando de la debacle a la socorrida piratería.
Basta ver la vergonzosa introducción de Una hora más en Canarias para que a uno le entren ganas de abandonar la sala. Cualquier comparación con El otro lado de la cama es una broma de mal gusto, puesto que la frescura y originalidad de la primera dan paso aquí a la cutrez más absoluta. El nivel de las canciones y de las coreografías es un fiel reflejo de la trama que nos espera: estúpida, caótica y sin sentido. Capítulos de Aída han tenido argumentos más sofisticados, con enredos más ingeniosos, que esta producción injustamente sobrepublicitada.
No pierdan detalle. Una chica quiere recuperar a toda costa el amor de su exnovio, comprometido con una ingenua jovencita. Para ello, se alía con su hermana y engatusan al chaval para montar un chiringuito en las Canarias, donde los planes, lógicamente, no saldrán como esperaban. El chaval en cuestión es Quim Gutiérrez, una joven promesa que todavía espera con el pulgar levantado a que pase una nueva oportunidad como Azuloscurocasinegro. Mientras, no está el sector para tirar cohetes, se esfuerza en dotar de credibilidad al humor marrón oscuro y nada negro de Una hora más en Canarias, constituyendo una de sus dos gratas sorpresas.
La otra es sin duda Miren Ibarguren, la única capaz de provocar con sus breves apariciones las dos o tres carcajadas con las que cuenta el filme. Su papel de novia histérica y psicópata es de lo más garbancero, pero al menos sirve de contrapunto en una historia con escasas concesiones a la comedia. En cambio, Angie Cepeda y Juana Acosta, los otros dos ángulos de este cuadrado amoroso, terminan agotando al espectador con sus maquinaciones de serie barata. La química entre las dos colombianas y los dos españoles brilla por su ausencia, discurriendo las unas y los otros en paralelo, cada cual a su rollo.
Como pegotes desubicados funcionan también los escasos números musicales que, por llamarlos de alguna forma, terminan de hundir la película en los más bajos fondos del cine español. Podría parecer que el nivel de improvisación, casi casi amateur, que desprenden las coreografías en plena calle es intencionado, con tintes satíricos. Pero estaríamos sobrevalorando un producto sin ningún miedo al ridículo, una nueva mancha negra en el panorama desolador de la comedia española. Un motivo más para que González-Sinde se eche a temblar y termine culpando de la debacle a la socorrida piratería.
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kyot_