Dennis Lehane es sello de garantía. Tres de sus novelas se han trasladado a la gran pantalla con excelente resultado, respaldadas por dos directores de renombre y un prometedor debutante. El primero en echarle el ojo fue Clint Eastwood que, en pleno auge de su carrera como realizador, sumó una nueva obra maestra a su filmografía adaptando a la perfección la sórdida atmósfera de Mystic River. Ben Affleck, por su parte, decidió debutar tras las cámaras por todo lo alto con la novela Desapareció una noche, mientras que Martin Scorsese apostó por Shutter island, uno de los trabajos más adictivos y turbadores del escritor estadounidense.
Compré el último libro de Lehane publicado en español, Cualquier otro día, por pura adscripción, desconociendo por completo su posible adaptación a la gran pantalla. Pero a medida que se acercaba el final de sus más de 700 páginas caí en la cuenta. No es solamente que el autor ya estará por inercia en el punto de mira de los productores, sino que la novela cuenta con todos los elementos para su traslado inmediato al cine. Y efectivamente. En 2008, diferentes medios publicaron la noticia de que el nuevo director consagrado encargado de adaptar a Lehane sería Sam Raimi. The given day, título original de la obra, verá la luz previsiblemente en 2012, si bien Raimi parece haberse enfrascado con mayor énfasis en reinventar a Jack Ryan o en adaptar el videojuego World of Warcraft.
Así, Cualquier otro día tiene todos los números para caer en saco roto. En los tiempos que corren, además, su adaptación requeriría un esfuerzo económico demasiado arriesgado para afrontar. El libro recrea una de las grandes huelgas de la historia, la que llevaron a cabo el 9 de septiembre de 1919 los policías de la ciudad de Boston. A la inevitable recreación de época se le añade la brutal oleada de disturbios que conllevó la insólita medida sindical. Demasiado dinero para una temática que se aleja bastante de la intriga a la que Lehane nos tiene acostumbrados.
A pesar del riesgo, la operación podría tener sus recompensas. Y es que estamos ante una gran novela histórica susceptible de convertirse en obra maestra. Por un lado, Lehane reivindica el papel de los sindicatos mirando al pasado, cuando la sola idea de una huelga se consideraba el peor de los sacrilegios. Más de un responsable de UGT y CCOO sentirá vergüenza al comprobar la función prácticamente testimonial a la que han derivado estas instituciones.
Danny Coughlin es el hijo del capitán de la policía de Boston, donde las jornadas se alargan más allá de las 60 horas semanales y los uniformes y las balas corren a cargo de los empleados públicos. Cuando comienzan a surgir en la ciudad las primeras organizaciones de trabajadores, el joven policía se debatirá entre la fidelidad a su padre y la reivindicación de sus propios derechos. Mientras, Luther Laurence, el otro protagonista de la historia, mantiene una lucha mucho más complicada contra el arraigado racismo de la sociedad norteamericana hacia los negros. En sus planes no se contempla la posibilidad de alzar la voz, simplemente la de sobrevivir.
Al gran conflicto social se le suman los conflictos personales de cada uno, cargados de una enorme tensión dramática a la que también contribuyen sus respectivas historias amorosas. Muchos ingredientes para triunfar pero también para cometer grandes errores, el más peligroso de ellos, la saturación de tramas. Cualquier otro día no será fácil de guionizar, pues cuenta con demasiados elementos difíciles de obviar, ni tampoco de interpretar. Se requieren dos grandes actores capaces de llevar todo el peso de la trama, junto a un tercer protagonista con menos peso en la historia, y secundarios de lujo en papeles de malvado (Robert Duvall encarnando al tío de Danny se me antoja indispensable). Demasiado esfuerzo, creativo y económico, para que el proyecto tire adelante. Pero demasiado goloso también como para desaprovechar semejante material. Crucemos los dedos.
Compré el último libro de Lehane publicado en español, Cualquier otro día, por pura adscripción, desconociendo por completo su posible adaptación a la gran pantalla. Pero a medida que se acercaba el final de sus más de 700 páginas caí en la cuenta. No es solamente que el autor ya estará por inercia en el punto de mira de los productores, sino que la novela cuenta con todos los elementos para su traslado inmediato al cine. Y efectivamente. En 2008, diferentes medios publicaron la noticia de que el nuevo director consagrado encargado de adaptar a Lehane sería Sam Raimi. The given day, título original de la obra, verá la luz previsiblemente en 2012, si bien Raimi parece haberse enfrascado con mayor énfasis en reinventar a Jack Ryan o en adaptar el videojuego World of Warcraft.
Así, Cualquier otro día tiene todos los números para caer en saco roto. En los tiempos que corren, además, su adaptación requeriría un esfuerzo económico demasiado arriesgado para afrontar. El libro recrea una de las grandes huelgas de la historia, la que llevaron a cabo el 9 de septiembre de 1919 los policías de la ciudad de Boston. A la inevitable recreación de época se le añade la brutal oleada de disturbios que conllevó la insólita medida sindical. Demasiado dinero para una temática que se aleja bastante de la intriga a la que Lehane nos tiene acostumbrados.
A pesar del riesgo, la operación podría tener sus recompensas. Y es que estamos ante una gran novela histórica susceptible de convertirse en obra maestra. Por un lado, Lehane reivindica el papel de los sindicatos mirando al pasado, cuando la sola idea de una huelga se consideraba el peor de los sacrilegios. Más de un responsable de UGT y CCOO sentirá vergüenza al comprobar la función prácticamente testimonial a la que han derivado estas instituciones.
Danny Coughlin es el hijo del capitán de la policía de Boston, donde las jornadas se alargan más allá de las 60 horas semanales y los uniformes y las balas corren a cargo de los empleados públicos. Cuando comienzan a surgir en la ciudad las primeras organizaciones de trabajadores, el joven policía se debatirá entre la fidelidad a su padre y la reivindicación de sus propios derechos. Mientras, Luther Laurence, el otro protagonista de la historia, mantiene una lucha mucho más complicada contra el arraigado racismo de la sociedad norteamericana hacia los negros. En sus planes no se contempla la posibilidad de alzar la voz, simplemente la de sobrevivir.
Al gran conflicto social se le suman los conflictos personales de cada uno, cargados de una enorme tensión dramática a la que también contribuyen sus respectivas historias amorosas. Muchos ingredientes para triunfar pero también para cometer grandes errores, el más peligroso de ellos, la saturación de tramas. Cualquier otro día no será fácil de guionizar, pues cuenta con demasiados elementos difíciles de obviar, ni tampoco de interpretar. Se requieren dos grandes actores capaces de llevar todo el peso de la trama, junto a un tercer protagonista con menos peso en la historia, y secundarios de lujo en papeles de malvado (Robert Duvall encarnando al tío de Danny se me antoja indispensable). Demasiado esfuerzo, creativo y económico, para que el proyecto tire adelante. Pero demasiado goloso también como para desaprovechar semejante material. Crucemos los dedos.
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