Rob Marshall ha logrado una hazaña casi imposible. No por reunir en un mismo plató a un elenco de actrices deslumbrantes ni por revitalizar una obra de Federico Fellini convertida más tarde en exitoso musical de Broadway, no. El director ha conseguido con su tan esperada Nine derrumbar expectativas en un tiempo vertiginoso, a tan sólo escasos minutos de comenzar el metraje, y lo más importante, ha catapultado a su anterior propuesta en el género, una Chicago injustamente galardonada, del suficiente bajo al notable alto. Suele decirse aquello de otros vendrán que bueno te harán y, en este caso, las comparaciones han recolocado a cada cual en su lugar.
Anunciado desde hace meses como el musical definitivo, Nine ha terminado por ser un desfile de estrellas invitadas, un despliegue de números musicales sin apenas historia y, si apuramos, con escaso presupuesto, al menos para todo aquello que no fuera el cuantioso caché de sus protagonistas. Un cartel de grandes artistas, auténtico reclamo del filme, resulta insuficiente para tan nefasto guión y, lo que es peor, termina jugando en contra del único y principal cometido de un musical: la espectacularidad.
Marshall pensó que sólo con estrellas como Nicole Kidman o Judi Dench cantando y bailando había suficiente. De ahí que las presente una por una al inicio de la película a modo de inexplicable avance en una de las peores introducciones jamás planteadas en la historia del cine. A medida que avanza el metraje, uno tiene la impresión de que las siete intérpretes aterrizaron el mismo día en los estudios Cinecittà de Roma, grabaron su escena correspondiente, posaron para los innecesarios principio y final y se fueron de inmediato por donde habían venido.
Y es que Nine ni siquiera se toma la molestia de variar sus decorados. Con un fondo romano de cartón piedra, se van sucediendo incansablemente las actuaciones, más propias de una función de teatro que de una apuesta cinematográfica. Aunque las luces, las interpretaciones y las coreografías cambian con cada escena, la capacidad de sorpresa queda anulada por una puesta en escena reiterativa y pobre al servicio de unas canciones de escaso impacto.
Aún así, conviene hablar de desequilibrios entre unos números que son memorables y otros directamente para olvidar. A nivel visual y coreográfico, la Fergie de Black Eyed Peas se lleva la palma con Be italian, la única escena que logra rozar el espectáculo. Marion Cotillard, por su parte, alcanza la cima interpretativa de la película, comiéndose con patatas a sus compañeras de reparto e incluso al mismísimo Daniel Day-Lewis, totalmente desubicado en su papel de Guido Contini, un exitoso director de cine en plena etapa de crisis creativa. La sorpresa viene de la mano de Nicole Kidman, apenas mencionada por los críticos, con una especie de resurrección en la que el bótox comienza a dar paso de nuevo al talento. La ex de Tom Cruise demuestra que su paso por Moulin Rouge no fue en vano, regalando una de las mejores voces del filme.
El otro lado de la moneda lo encontramos en nuestra querida Pene, nominada en todos los premios internacionales por su papel de amante de Guido. Reconocimientos inmerecidos si nos atenemos a tan mediocre interpretación y a su terrible dicción en inglés (¿Estará en su exótica voz el motivo del éxito?). Menciones aparte merecen la esperpéntica aparición de Sophia Loren, acartonado fantasma de una vieja gloria del cine, y el papel subestimado con el que ha tenido que apechugar la gran Judi Dench.
Desde luego, a Marshall, empeñado en un género que se le escapa de las manos, le queda mucho por aprender, aunque es probable que aparque el musical durante un tiempo tras el fiasco en taquilla de Nine (los hermanos Weinstein todavía se dan golpes contra la pared por su errática apuesta para los Oscars, en la que la prometedora Shutter island de Scorsese quedó finalmente descartada). Mientras tanto, no le vendrían mal unas cuantas lecciones de su colega Baz Luhrmann, sobre todo en lo que a ritmo y puesta en escena se refiere. Y es que lo único que ha despertado esta cinta de incomprensible título (¿Nueve qué?) es que terminemos echando de menos a Catherine Zeta-Jones entonando aquello de All that jazz.
Anunciado desde hace meses como el musical definitivo, Nine ha terminado por ser un desfile de estrellas invitadas, un despliegue de números musicales sin apenas historia y, si apuramos, con escaso presupuesto, al menos para todo aquello que no fuera el cuantioso caché de sus protagonistas. Un cartel de grandes artistas, auténtico reclamo del filme, resulta insuficiente para tan nefasto guión y, lo que es peor, termina jugando en contra del único y principal cometido de un musical: la espectacularidad.
Marshall pensó que sólo con estrellas como Nicole Kidman o Judi Dench cantando y bailando había suficiente. De ahí que las presente una por una al inicio de la película a modo de inexplicable avance en una de las peores introducciones jamás planteadas en la historia del cine. A medida que avanza el metraje, uno tiene la impresión de que las siete intérpretes aterrizaron el mismo día en los estudios Cinecittà de Roma, grabaron su escena correspondiente, posaron para los innecesarios principio y final y se fueron de inmediato por donde habían venido.
Y es que Nine ni siquiera se toma la molestia de variar sus decorados. Con un fondo romano de cartón piedra, se van sucediendo incansablemente las actuaciones, más propias de una función de teatro que de una apuesta cinematográfica. Aunque las luces, las interpretaciones y las coreografías cambian con cada escena, la capacidad de sorpresa queda anulada por una puesta en escena reiterativa y pobre al servicio de unas canciones de escaso impacto.
Aún así, conviene hablar de desequilibrios entre unos números que son memorables y otros directamente para olvidar. A nivel visual y coreográfico, la Fergie de Black Eyed Peas se lleva la palma con Be italian, la única escena que logra rozar el espectáculo. Marion Cotillard, por su parte, alcanza la cima interpretativa de la película, comiéndose con patatas a sus compañeras de reparto e incluso al mismísimo Daniel Day-Lewis, totalmente desubicado en su papel de Guido Contini, un exitoso director de cine en plena etapa de crisis creativa. La sorpresa viene de la mano de Nicole Kidman, apenas mencionada por los críticos, con una especie de resurrección en la que el bótox comienza a dar paso de nuevo al talento. La ex de Tom Cruise demuestra que su paso por Moulin Rouge no fue en vano, regalando una de las mejores voces del filme.
El otro lado de la moneda lo encontramos en nuestra querida Pene, nominada en todos los premios internacionales por su papel de amante de Guido. Reconocimientos inmerecidos si nos atenemos a tan mediocre interpretación y a su terrible dicción en inglés (¿Estará en su exótica voz el motivo del éxito?). Menciones aparte merecen la esperpéntica aparición de Sophia Loren, acartonado fantasma de una vieja gloria del cine, y el papel subestimado con el que ha tenido que apechugar la gran Judi Dench.
Desde luego, a Marshall, empeñado en un género que se le escapa de las manos, le queda mucho por aprender, aunque es probable que aparque el musical durante un tiempo tras el fiasco en taquilla de Nine (los hermanos Weinstein todavía se dan golpes contra la pared por su errática apuesta para los Oscars, en la que la prometedora Shutter island de Scorsese quedó finalmente descartada). Mientras tanto, no le vendrían mal unas cuantas lecciones de su colega Baz Luhrmann, sobre todo en lo que a ritmo y puesta en escena se refiere. Y es que lo único que ha despertado esta cinta de incomprensible título (¿Nueve qué?) es que terminemos echando de menos a Catherine Zeta-Jones entonando aquello de All that jazz.
Comentarios
... y pensar que te gustó Avatar... jeje.
Una pregunta: ¿por qué Pene está tan sobrevalorada? a mi nunca me ha gustado y el poco inglés que habla en Los Abrazos Rotos es bastante penoso teniendo en cuenta el tiempo que lleva por EEUU
Una pregunta: ¿por qué Pene está tan sobrevalorada? a mi nunca me ha gustado y el poco inglés que habla en Los Abrazos Rotos es bastante penoso teniendo en cuenta el tiempo que lleva por EEUU