Era el estreno más esperado de la temporada patria y los resultados de audiencia lo han demostrado. Gran Hotel reunía anoche al 20% de los telespectadores, frente al 16% que obtuvieron en su momento las dos grandes apuestas de Telecinco para este otoño, Homicidios y Cheers, hoy claramente a la baja. Resultados esperables y deseables. La campaña previa, y el sello de Bambú en la producción (Gran Reserva, Hispania), hacían presagiar que la nueva serie de Antena 3 destacaría por su impecable factura. ¿Pero estamos en condiciones de exigir a la ficción nacional algo más que una buena ambientación? Yo creo que sí.
Que el vestuario, la iluminación, los decorados, la banda sonora y todos los aspectos técnicos iban a ser meritorios era algo que se intuía en el tráiler de la serie. El imponente palacio de la Magdalena de Santander suponía la traca final para una producción de auténtico lujo. El presupuesto parece no haber escatimado en gastos a la hora de recrear Downton Abbey en versión hotel de lujo. Tampoco a la hora de contratar a pesos pesados y estrellas de moda de la interpretación en nuestro país. Pero la ambición parece haberse encallado en lo que a priori parece más barato y en cambio no tiene precio, el talento.
El éxito de Downton Abbey no se limita exclusivamente a su cuidada recreación de una época marcada por la división de clases. El mérito no está sólo en los vestidos de fiesta o la puesta en escena. Puede que su trama no contenga tantos ganchos de misterio como Gran hotel, pero sin embargo lo que seduce de la propuesta británica es su exquisito cuidado con los detalles, la exhaustiva construcción de sus guiones, el mimo y respeto hacia los personajes. Y en ese aspecto es en el que flojea la producción de Bambú.
Inspirada en múltiples propuestas de época, la serie ha construido su trama en torno al cliché. La división entre el bien y el mal está tan marcada que no da espacio a los matices. La hermana mayor es pura bondad y la pequeña, pura codicia. Los ricos son unos arrogantes y los menos ricos, seres humildes. Y aunque los perfiles están muy fijados, en un ambiente de perfección y rectitud, el guión se permite resbalar en detalles tan estúpidos como que la protagonista de alta cuna viaje en el mismo vagón de tren que el trabajador de a pie que va en busca de su hermana desaparecida.
De la misma manera que alguien hizo el esfuerzo de documentarse sobre el año que se introdujo la luz eléctrica en España, también debería existir una figura que velase por la credibilidad del argumento. No es creíble que un hotel que cuida al milímetro los detalles contrate a un camarero sin la formación suficiente. O que dicho camarero se camufle como invitado en una cena de gala sin que el supervisor lo reconozca. Tampoco estaría mal que los diálogos disimulasen de forma más sutil las sorpresas que quedan por venir (¿A alguien se le escapó que la muerte en extrañas circunstancias del dueño del hotel fue en realidad un envenenamiento?).
La manera más fácil de camuflar estos pequeños flecos es con interpretaciones convincentes. Y en ese sentido, Gran Hotel adolece de un pequeño desequilibrio entre grandiosas actuaciones (las de los veteranos Manuel de Blas y Concha Velasco) y aportaciones sin carisma como las de Adriana Ozores y Amaia Salamanca, ambas fracasando en su esfuerzo por ser la mala y la buena de la película.
Así, entre homenajes (o plagios) a la lucha en tercera clase de Titanic, al acoso a la víctima en plena celebración de Motivos personales, a las comidas de la servidumbre en la cocina de Downton Abbey, discurre un primer capítulo que prefiere desgranar todas las tramas y reservar los fuegos artificiales de cara al segundo episodio. Seremos pacientes. Los cimientos de este hotel son lo suficientemente robustos como para aguantar pequeñas grietas que en nada desmerecen la belleza del edificio.
Que el vestuario, la iluminación, los decorados, la banda sonora y todos los aspectos técnicos iban a ser meritorios era algo que se intuía en el tráiler de la serie. El imponente palacio de la Magdalena de Santander suponía la traca final para una producción de auténtico lujo. El presupuesto parece no haber escatimado en gastos a la hora de recrear Downton Abbey en versión hotel de lujo. Tampoco a la hora de contratar a pesos pesados y estrellas de moda de la interpretación en nuestro país. Pero la ambición parece haberse encallado en lo que a priori parece más barato y en cambio no tiene precio, el talento.
El éxito de Downton Abbey no se limita exclusivamente a su cuidada recreación de una época marcada por la división de clases. El mérito no está sólo en los vestidos de fiesta o la puesta en escena. Puede que su trama no contenga tantos ganchos de misterio como Gran hotel, pero sin embargo lo que seduce de la propuesta británica es su exquisito cuidado con los detalles, la exhaustiva construcción de sus guiones, el mimo y respeto hacia los personajes. Y en ese aspecto es en el que flojea la producción de Bambú.
Inspirada en múltiples propuestas de época, la serie ha construido su trama en torno al cliché. La división entre el bien y el mal está tan marcada que no da espacio a los matices. La hermana mayor es pura bondad y la pequeña, pura codicia. Los ricos son unos arrogantes y los menos ricos, seres humildes. Y aunque los perfiles están muy fijados, en un ambiente de perfección y rectitud, el guión se permite resbalar en detalles tan estúpidos como que la protagonista de alta cuna viaje en el mismo vagón de tren que el trabajador de a pie que va en busca de su hermana desaparecida.
De la misma manera que alguien hizo el esfuerzo de documentarse sobre el año que se introdujo la luz eléctrica en España, también debería existir una figura que velase por la credibilidad del argumento. No es creíble que un hotel que cuida al milímetro los detalles contrate a un camarero sin la formación suficiente. O que dicho camarero se camufle como invitado en una cena de gala sin que el supervisor lo reconozca. Tampoco estaría mal que los diálogos disimulasen de forma más sutil las sorpresas que quedan por venir (¿A alguien se le escapó que la muerte en extrañas circunstancias del dueño del hotel fue en realidad un envenenamiento?).
La manera más fácil de camuflar estos pequeños flecos es con interpretaciones convincentes. Y en ese sentido, Gran Hotel adolece de un pequeño desequilibrio entre grandiosas actuaciones (las de los veteranos Manuel de Blas y Concha Velasco) y aportaciones sin carisma como las de Adriana Ozores y Amaia Salamanca, ambas fracasando en su esfuerzo por ser la mala y la buena de la película.
Así, entre homenajes (o plagios) a la lucha en tercera clase de Titanic, al acoso a la víctima en plena celebración de Motivos personales, a las comidas de la servidumbre en la cocina de Downton Abbey, discurre un primer capítulo que prefiere desgranar todas las tramas y reservar los fuegos artificiales de cara al segundo episodio. Seremos pacientes. Los cimientos de este hotel son lo suficientemente robustos como para aguantar pequeñas grietas que en nada desmerecen la belleza del edificio.
Comentarios
Pero si tras un par de episodios más la trama no me hace olvidar las "grietas", para mí el edificio se derrumba.
Y la primera escena en la que aparece Adriana Ozores en la serie, esa que mira por la ventana, está recitando como una aprendiz de actriz! Muy mala. Me gustó mucho más en La duquesa esta mujer.
Pero estoy de acuerdo en que están demasiado estereotipados: el detective que viene a investigar el caso (el Peris) es de risa; Salamanca es demasiado buena; su prometido, demasiado malo; Yon demasiado "Internado"; Azorin demasiado rebelde; me falta ubicar a Concha Velasco... todavía no se ha definido demasiado bien.
El Peris!! Bravooooooo!!! Entrañable personaje donde los haya!! Així ets català!
A mi el investigador, no sé si porque es el Peris o qué, me pareció un buen personaje, con su sarcasmo, con un guión menos previsible.
El detective me pareció un poco jocoso, en plan "los de provincias no sabéis hacer nada bien", aunque tal vez sea ese el caso.
Y ya puestos, qué decir del patético hijo de la Matrona Ama de Llaves, con los perritos arriba y abajo (lo pillas?). Te acuerdas de Vent del Plà?
Por otra parte, es realmente un lujo ver otra vez en activo a la gran Asunción Balaguer, aunque sólo sea verla con un papel de ricachona digna de morir ahogada en un Titanic cualquiera.
Y cómo llegaste a mi blog? Tengo curiosidad, de donde vienen las caras nuevas! jejeje
A mi el hijo de Concha Velasco me cae bien, hace bien su papel de tontito. Mi favorito es el mayordomo mayor. El más convincente.
El del garito de las apuestas, me imagino que ya lo sabes (y si eres de culebrones de mediodía más todavía) no es otro que el amigo y compañero de clase de Quim Gutiérrez en Poble Nou. Te acuerdas?
Cómo llegue a tu blog? Supongo que como todos, buscando una foto para el mío. Concretamente buscaba una foto de Ferran Monegal y Josep Cuní juntos, y encontré la tuya. La pillé, no sin antes echar un vistazo a tu blog, y agenciándomelo a mis favoritos.
PD. No has publicado nada de Homicidios, verdad?
Poble Nou me cogió un poco demasiado joven, todavía no estaba por la labor de los culebrones, así que no recuerdo a Eloy Azorín en esa serie.
No, creo que no es Pascual. Es el más mayor de todos, el jefe de todos ellos. Muy bueno!
No he visto Homicidios. Por?
Sólo tienes que pinchar en mi nombre y te saldrá mi perfil completo. Al final de la página tienes mis blogs (paciencia... son muchos! Aunque los principales se llaman Alderaanings i Alderaan -originales, verdad?)
No me refiero a Eloy Azorín, si no al dueño del garito de apuestas. Pero si no viste en su dia Poble Nou no sabrás quien es.
Ah! El mayordomo! Ese era el jefe anti-nazis de El Internado. No me entusiasma mucho, la verdad.
Yo si sigo Homicidios. Era para comentarlo, nada más.
Ostras sí, qué productividad! Recomiéndame uno por el que empezar!