Toc, toc. La violencia llama a tu puerta. Tú, que siempre habías evitado cruzarte en su camino, que criaste a tus hijos de espaldas a ella, te la encuentras de repente delante, planteándote de golpe un terrible dilema. ¿Cómo responder a la brutalidad injustificada? ¿Con la pasividad de quien confía en el diálogo como solución a los conflictos o con la misma moneda? En esa encrucijada se ve inmerso sin quererlo el protagonista de En un mundo mejor, filme que a su vez generará un segundo debate interior en el espectador. ¿Hay que simplificar al máximo los argumentos en aras de un mensaje inexcusable?
Para muchos, el aluvión de premios que ha recibido la cinta danesa, entre ellos el Oscar a la mejor película extranjera, estará injustificado. Aludirán que el argumento es tramposo, plagado de situaciones forzadas, llevadas al extremo para provocar una respuesta inmediata, casi instintiva. Y lo peor es que no les faltará razón. A Susanne Bier no le ha temblado el pulso a la hora de utilizar elementos un tanto demagógicos, incluso facilones, para lograr transmitir el mensaje de que la violencia conlleva más violencia. Hay situaciones forzadas, como la de un padre dejándose abofetear ante la mirada atónita de sus hijos, que no entienden una justicia sin idéntica respuesta. Hay situaciones ya vistas, como la del dictador que reclama atención médica y que ya han explorado series como House o Anatomía de Grey. También hay demasiadas coincidencias, como en su día planteó Crash, demasiada previsibilidad, excesiva redundancia. Pero aún así, la intención es tan loable y la moraleja tan necesaria que se perdonan los trucos de magia.
Al cine social suele exigírsele verosimilitud. En el caso de En un mundo mejor demasiadas tramas parecen estudiadas para el impacto. Los elementos se alinean para reforzar el mensaje y el espectador es consciente de ello. Sin embargo, hay ocasiones en las que uno agradece una cierta manipulación, sobre todo cuando el objetivo es reflexionar (para algunos, dar lecciones de moral) sobre la condición humana. No es condenable la finalidad que persigue Bier. Es de agradecer.
La directora está acostumbrada a tratar temas que en un principio pueden parecer obvios. En Hermanos nos plasmó los estragos psicológicos de la guerra, que todos intuimos pero pocas veces lo hemos visto plasmado con tanta fuerza. Ahora, con En un mundo mejor, ha querido mostrar en imágenes otro hecho indiscutible, que la violencia, el abuso de poder, invade nuestras vidas. Que es imposible esquivarlo, que tarde o temprano conviene afrontarlo.
Como indica el propio título del filme, En un mundo mejor es una poderosa utopía, un gozoso homenaje de lo deseable. No todas las cintas sociales tienen por qué sumergirnos en el desánimo y el realismo más crudo. A veces resulta mucho más gratificante que las reflexiones, aunque sean evidentes, nos vengan envueltas en forma de un impecable cuento para adultos.
Para muchos, el aluvión de premios que ha recibido la cinta danesa, entre ellos el Oscar a la mejor película extranjera, estará injustificado. Aludirán que el argumento es tramposo, plagado de situaciones forzadas, llevadas al extremo para provocar una respuesta inmediata, casi instintiva. Y lo peor es que no les faltará razón. A Susanne Bier no le ha temblado el pulso a la hora de utilizar elementos un tanto demagógicos, incluso facilones, para lograr transmitir el mensaje de que la violencia conlleva más violencia. Hay situaciones forzadas, como la de un padre dejándose abofetear ante la mirada atónita de sus hijos, que no entienden una justicia sin idéntica respuesta. Hay situaciones ya vistas, como la del dictador que reclama atención médica y que ya han explorado series como House o Anatomía de Grey. También hay demasiadas coincidencias, como en su día planteó Crash, demasiada previsibilidad, excesiva redundancia. Pero aún así, la intención es tan loable y la moraleja tan necesaria que se perdonan los trucos de magia.
Al cine social suele exigírsele verosimilitud. En el caso de En un mundo mejor demasiadas tramas parecen estudiadas para el impacto. Los elementos se alinean para reforzar el mensaje y el espectador es consciente de ello. Sin embargo, hay ocasiones en las que uno agradece una cierta manipulación, sobre todo cuando el objetivo es reflexionar (para algunos, dar lecciones de moral) sobre la condición humana. No es condenable la finalidad que persigue Bier. Es de agradecer.
La directora está acostumbrada a tratar temas que en un principio pueden parecer obvios. En Hermanos nos plasmó los estragos psicológicos de la guerra, que todos intuimos pero pocas veces lo hemos visto plasmado con tanta fuerza. Ahora, con En un mundo mejor, ha querido mostrar en imágenes otro hecho indiscutible, que la violencia, el abuso de poder, invade nuestras vidas. Que es imposible esquivarlo, que tarde o temprano conviene afrontarlo.
Como indica el propio título del filme, En un mundo mejor es una poderosa utopía, un gozoso homenaje de lo deseable. No todas las cintas sociales tienen por qué sumergirnos en el desánimo y el realismo más crudo. A veces resulta mucho más gratificante que las reflexiones, aunque sean evidentes, nos vengan envueltas en forma de un impecable cuento para adultos.
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