Consejo para no enredarse en la telaraña de Origen: jamás perder de vista la premisa principal. El equipo capitaneado por Leonardo DiCaprio se ocupa de robar ideas ajenas a través de los sueños, que ellos mismos diseñan para facilitar la extracción. Esta vez, sin embargo, reciben el encargo de hacer justo lo contrario, insertar un concepto en la mente del heredero de una gran compañía energética. El objetivo es que el joven renuncie al legado de su padre y emprenda un nuevo negocio por su cuenta, para que así el cliente de DiCaprio se quite de encima a su principal competidor.
Todo lo que rodea a este planteamiento, sugerente pero sencillo al fin y al cabo, es un puro ejercicio de confusión que, lejos de enriquecer el relato lo convierte en una maraña de trucos para descolocar al espectador. Nos vendieron Origen como un desafío intelectual, como un sofisticado guión propio de una obra maestra, pero finalmente la cinta ni contribuye a la reflexión ni demuestra una complejidad más allá de los delirios del director. Y es que Christopher Nolan, como si de los protagonistas de The prestige se tratara, parece haber convertido el efectismo en su principal truco de magia.
Cuestionar al realizador inglés, y a esta película en particular, es nadar a contracorriente. Los críticos se han rendido a sus pies y, de forma casi mimética, los espectadores han claudicado. Nolan se ha superado a sí mismo una vez más y ha logrado la película total, o al menos es lo que nos cuentan. Con tales expectativas, acudí a su estreno esperándome encontrar el filme de ciencia ficción por antonomasia, la obra cumbre e insuperable de un director que jamás me ha defraudado. Pues bien, la excepción ha tenido que llegar precisamente con su cinta mejor valorada. Uno que es raro.
Pensé que el reto que supuestamente planteaba la película al espectador tendría detrás una finalidad más compleja, mucho más profunda. Pero al final resulta que escarbando un poco más en la trama principal terminas encontrando el más absoluto de los vacíos. Puro artificio. Mientras los protagonistas se ven obligados, mediante un capricho del guión de lo más innecesario, a penetrar en un sueño dentro de otro sueño dentro de otro sueño, el argumento me somete sin escapatoria posible a una pesadilla dentro de otra pesadilla dentro de otra pesadilla. Tres niveles de sopor interminable. Tanto como la caída del monovolumen puente abajo, que nunca termina de producirse.
Los efectos especiales también prometían ser lo nunca visto y, sin duda, darle la vuelta a la ciudad de París es toda una experiencia si no fuera porque lo hemos visto ya mil veces en la imponente campaña publicitaria o porque su aportación al desarrollo del filme es más bien nula. Por no mencionar algunas escenas del hotel. Por favor, reconozcamos sin miedo a morir lapidados que la escena del pobre hombre introduciendo los cuerpos levitados de sus compañeros en el ascensor no es espectacular, sino ridícula. Matrix, diez años atrás, no lo olvidemos, todavía sigue siendo mucho más rompedora.
En definitiva, todos los elementos de Origen que iban a suponer un desafío intelectual son sólo golpes de efecto que intentan, y logran, esconder la simpleza de su planteamiento. La terminología confusa, las diferentes realidades oníricas y los ataques del subconsciente, por mucho que se busque descolocarnos, seguirán partiendo de una trama que cualquier episodio de Fringe lograría superar, la de un hombre que intenta cambiar la mente de otro hombre (la historia de amor casi mejor ni mencionarla, porque en vez de emocionar consigue lo imposible, que uno termine odiando a la mismísima Marion Cotillard).
Da la impresión de que Nolan quedó impactado en su día por un libro de interpretación de sueños y quiso plasmar sus conocimientos en forma de blockbuster multimillonario. Pero podría haber recaído en una obra con un cariz más reflexivo y mucho más profunda que la película que le ha dado como resultado. Remontarse unos siglos atrás, cuando Calderón de la Barca ya trató la cuestión con mucha más inteligencia. El tema no es nuevo, señor Nolan. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Todo lo que rodea a este planteamiento, sugerente pero sencillo al fin y al cabo, es un puro ejercicio de confusión que, lejos de enriquecer el relato lo convierte en una maraña de trucos para descolocar al espectador. Nos vendieron Origen como un desafío intelectual, como un sofisticado guión propio de una obra maestra, pero finalmente la cinta ni contribuye a la reflexión ni demuestra una complejidad más allá de los delirios del director. Y es que Christopher Nolan, como si de los protagonistas de The prestige se tratara, parece haber convertido el efectismo en su principal truco de magia.
Cuestionar al realizador inglés, y a esta película en particular, es nadar a contracorriente. Los críticos se han rendido a sus pies y, de forma casi mimética, los espectadores han claudicado. Nolan se ha superado a sí mismo una vez más y ha logrado la película total, o al menos es lo que nos cuentan. Con tales expectativas, acudí a su estreno esperándome encontrar el filme de ciencia ficción por antonomasia, la obra cumbre e insuperable de un director que jamás me ha defraudado. Pues bien, la excepción ha tenido que llegar precisamente con su cinta mejor valorada. Uno que es raro.
Pensé que el reto que supuestamente planteaba la película al espectador tendría detrás una finalidad más compleja, mucho más profunda. Pero al final resulta que escarbando un poco más en la trama principal terminas encontrando el más absoluto de los vacíos. Puro artificio. Mientras los protagonistas se ven obligados, mediante un capricho del guión de lo más innecesario, a penetrar en un sueño dentro de otro sueño dentro de otro sueño, el argumento me somete sin escapatoria posible a una pesadilla dentro de otra pesadilla dentro de otra pesadilla. Tres niveles de sopor interminable. Tanto como la caída del monovolumen puente abajo, que nunca termina de producirse.
Los efectos especiales también prometían ser lo nunca visto y, sin duda, darle la vuelta a la ciudad de París es toda una experiencia si no fuera porque lo hemos visto ya mil veces en la imponente campaña publicitaria o porque su aportación al desarrollo del filme es más bien nula. Por no mencionar algunas escenas del hotel. Por favor, reconozcamos sin miedo a morir lapidados que la escena del pobre hombre introduciendo los cuerpos levitados de sus compañeros en el ascensor no es espectacular, sino ridícula. Matrix, diez años atrás, no lo olvidemos, todavía sigue siendo mucho más rompedora.
En definitiva, todos los elementos de Origen que iban a suponer un desafío intelectual son sólo golpes de efecto que intentan, y logran, esconder la simpleza de su planteamiento. La terminología confusa, las diferentes realidades oníricas y los ataques del subconsciente, por mucho que se busque descolocarnos, seguirán partiendo de una trama que cualquier episodio de Fringe lograría superar, la de un hombre que intenta cambiar la mente de otro hombre (la historia de amor casi mejor ni mencionarla, porque en vez de emocionar consigue lo imposible, que uno termine odiando a la mismísima Marion Cotillard).
Da la impresión de que Nolan quedó impactado en su día por un libro de interpretación de sueños y quiso plasmar sus conocimientos en forma de blockbuster multimillonario. Pero podría haber recaído en una obra con un cariz más reflexivo y mucho más profunda que la película que le ha dado como resultado. Remontarse unos siglos atrás, cuando Calderón de la Barca ya trató la cuestión con mucha más inteligencia. El tema no es nuevo, señor Nolan. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Comentarios
Si no hubiese tenido unas vacaciones tan caóticas habría ido a verla al cine... pero ahora ya no... otra de Leo en el tintero. Qué decepción.