
40 años más tarde, O’Barry sigue arrepentido. Se considera el causante de una explotación de animales que todavía perdura. Tras la famosa sonrisa del delfín, argumenta, se esconde una de las hipocresías más macabras de la naturaleza. En piscinas de cemento, los cetáceos viven deprimidos y estresados, hasta el punto que los entrenadores deben camuflarles entre la comida fármacos contra las úlceras de estómago. Su cambio de actitud hacia el activismo, sin ir más lejos, se debió al suicidio de un delfín hembra llamado Cathy. La descripción que hace de la muerte consciente del animal es uno de los momentos más sobrecogedores de un filme, The cove, que eleva el género documental a cotas de obra maestra.
Este es el punto de partida de la cinta, que pone en antecedentes al espectador sobre la vorágine en la que se ha convertido la captura de delfines para uso lúdico. Pero el objetivo e hilo conductor de The cove es denunciar la matanza encubierta de 23.000 cetáceos en una cala escondida de la localidad japonesa de Taiji. El delfín es el epicentro de este sórdido lugar, donde mientras se ofrece un espectáculo de acrobacias con estos animales en el museo de la ballena a la vez puede degustarse carne de cetáceo como si de un combo de palomitas se tratara.

La preparación del reportaje, tal como bromea el propio Psihoyos, es bien propia del equipo de Ocean’s eleven. Para camuflar las cámaras de alta definición y esquivar a los pescadores japoneses, auténticos gángsters sicilianos, los productores de The cove recurren a un especialista de la Industrial Light & Magic, responsable de los efectos especiales de Star wars. Una vez escondidas las cámaras en rocas de cartón piedra, unos buzos profesionales serán los encargados de colocarlas en el lugar adecuado y en mitad de la noche, con sobresaltos y persecuciones incluidos.
Pero más allá de estas pequeñas dosis de espectacularidad, que mantienen el ritmo del metraje, The cove no esquiva el terreno pantanoso. Los tejemanejes de Japón en la Comisión Ballenera Internacional, con métodos como el soborno a países en desarrollo, la venta fraudulenta de carne de delfín como si fuera de ballena o las altas dosis de mercurio, hasta 20 veces superior a la cantidades permitidas, que conlleva su ingestión son algunos de los valientes alegatos de la película.

Comentarios
Y lo que da más pena es el pobre entrenador de delfines cuando explica el suicidio de su delfinita. Dice que literalmente se suicidó porque los delfines respiran con actos conscientes, o sea que tienen que provocar la respiración. Y esta dejó de hacerlo...