En una hipotética batalla entre la protagonista de Sexo en Nueva York, Carrie Bradshaw, y la auténtica alma de la serie, Samantha Jones, ganaría por goleada esta última. Seis temporadas y dos películas han servido para confirmar a la rubia ninfómana como el auténtico reclamo de una producción que gasta sus cartuchos sin demasiados complejos. Samantha ha sido, es y seguirá siendo el toque de humor indispensable para que esta gallinita de los huevos de oro no termine suicidándose.
Pero quien sigue llevando la batuta de esta historia, tanto delante como detrás de las cámaras, es Sarah Jessica Parker, SarahJessi para los amigos de la periferia. Doce años y unos cuantos retoques de cirugía después (recomiendo comprobar los increíbles cambios que ha experimentado esta mujer desde la primera temporada de la serie), la columnista mejor pagada del planeta se continúa creyendo el centro del universo. Sus problemas existenciales y sus disertaciones sobre algo tan cursi como los asuntos del corazón siguen siendo tan superficiales como innecesarios.
Un estorbo que, si bien en capítulos de 25 minutos apenas era perceptible, en un metraje de dos horas y media termina fomentando el rechazo frontal a los desvaríos de SarahJessi. Charlotte y Miranda, por su parte, han sido desplazadas a un segundo plano, prácticamente a funciones de figurante, mientras Samantha, la joya desaprovechada en el primer largometraje, adquiere aquí el protagonismo reivindicado. Sus aportaciones son las únicas que conceden a Sexo en Nueva York 2 la categoría de comedia. El resto a duras penas logra dibujar una leve sonrisa.
Es extraño que ningún lumbreras de la televisión norteamericana haya pensado en la posibilidad de un spin-off de Samantha Jones. Extraño y gratificante, puesto que personajes de este calibre suelen caer en desgracia cuando adquieren todo el protagonismo. Las apariciones de Kim Catrall, bien dosificadas, son el contrapunto perfecto para Sexo en Nueva York, como lo fue en su momento Aída en 7 vidas o Joey en Friends. Fuera de ese contexto, convertidos en reyes de la función, estos coprotagonistas corren el riesgo de interpretar una parodia de sus personajes.
En el caso de Samantha no hay lugar a dudas. Más vale destacar como secundaria que echar por tierra todo el mérito por culpa de mayores pretensiones. De la película quedarán para el recuerdo sus desternillantes contribuciones, desde sus traumas con la menopausia hasta sus líos con la justicia de los Emiratos Árabes. Pocas veces he presenciado el aplauso espontáneo de una platea de cine como el que sucedió tras la escena del bolso en el zoco de Abu Dhabi.
Del argumento, poco más a destacar, pues tampoco es lo importante de la cinta. La pequeña crisis matrimonial de Carrie y Mr. Big o el viaje a la ciudad árabe son sólo excusas para ordeñar un producto que todavía da de sí. De hecho, las duras críticas a esta segunda entrega no terminan de entenderse. Mientras que el anterior largometraje se regodeaba en los aspectos más superficiales de la serie, como los extravagantes modelitos de la protagonista, en esta ocasión los guionistas han logrado hacer reír más y mejor. Sexo y humor, al fin y al cabo, ¿no han sido siempre la esencia de Sexo en Nueva York?
Pero quien sigue llevando la batuta de esta historia, tanto delante como detrás de las cámaras, es Sarah Jessica Parker, SarahJessi para los amigos de la periferia. Doce años y unos cuantos retoques de cirugía después (recomiendo comprobar los increíbles cambios que ha experimentado esta mujer desde la primera temporada de la serie), la columnista mejor pagada del planeta se continúa creyendo el centro del universo. Sus problemas existenciales y sus disertaciones sobre algo tan cursi como los asuntos del corazón siguen siendo tan superficiales como innecesarios.
Un estorbo que, si bien en capítulos de 25 minutos apenas era perceptible, en un metraje de dos horas y media termina fomentando el rechazo frontal a los desvaríos de SarahJessi. Charlotte y Miranda, por su parte, han sido desplazadas a un segundo plano, prácticamente a funciones de figurante, mientras Samantha, la joya desaprovechada en el primer largometraje, adquiere aquí el protagonismo reivindicado. Sus aportaciones son las únicas que conceden a Sexo en Nueva York 2 la categoría de comedia. El resto a duras penas logra dibujar una leve sonrisa.
Es extraño que ningún lumbreras de la televisión norteamericana haya pensado en la posibilidad de un spin-off de Samantha Jones. Extraño y gratificante, puesto que personajes de este calibre suelen caer en desgracia cuando adquieren todo el protagonismo. Las apariciones de Kim Catrall, bien dosificadas, son el contrapunto perfecto para Sexo en Nueva York, como lo fue en su momento Aída en 7 vidas o Joey en Friends. Fuera de ese contexto, convertidos en reyes de la función, estos coprotagonistas corren el riesgo de interpretar una parodia de sus personajes.
En el caso de Samantha no hay lugar a dudas. Más vale destacar como secundaria que echar por tierra todo el mérito por culpa de mayores pretensiones. De la película quedarán para el recuerdo sus desternillantes contribuciones, desde sus traumas con la menopausia hasta sus líos con la justicia de los Emiratos Árabes. Pocas veces he presenciado el aplauso espontáneo de una platea de cine como el que sucedió tras la escena del bolso en el zoco de Abu Dhabi.
Del argumento, poco más a destacar, pues tampoco es lo importante de la cinta. La pequeña crisis matrimonial de Carrie y Mr. Big o el viaje a la ciudad árabe son sólo excusas para ordeñar un producto que todavía da de sí. De hecho, las duras críticas a esta segunda entrega no terminan de entenderse. Mientras que el anterior largometraje se regodeaba en los aspectos más superficiales de la serie, como los extravagantes modelitos de la protagonista, en esta ocasión los guionistas han logrado hacer reír más y mejor. Sexo y humor, al fin y al cabo, ¿no han sido siempre la esencia de Sexo en Nueva York?
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