
Pero quien sigue llevando la batuta de esta historia, tanto delante como detrás de las cámaras, es Sarah Jessica Parker, SarahJessi para los amigos de la periferia. Doce años y unos cuantos retoques de cirugía después (recomiendo comprobar los increíbles cambios que ha experimentado esta mujer desde la primera temporada de la serie), la columnista mejor pagada del planeta se continúa creyendo el centro del universo. Sus problemas existenciales y sus disertaciones sobre algo tan cursi como los asuntos del corazón siguen siendo tan superficiales como innecesarios.

Es extraño que ningún lumbreras de la televisión norteamericana haya pensado en la posibilidad de un spin-off de Samantha Jones. Extraño y gratificante, puesto que personajes de este calibre suelen caer en desgracia cuando adquieren todo el protagonismo. Las apariciones de Kim Catrall, bien dosificadas, son el contrapunto perfecto para Sexo en Nueva York, como lo fue en su momento Aída en 7 vidas o Joey en Friends. Fuera de ese contexto, convertidos en reyes de la función, estos coprotagonistas corren el riesgo de interpretar una parodia de sus personajes.

Del argumento, poco más a destacar, pues tampoco es lo importante de la cinta. La pequeña crisis matrimonial de Carrie y Mr. Big o el viaje a la ciudad árabe son sólo excusas para ordeñar un producto que todavía da de sí. De hecho, las duras críticas a esta segunda entrega no terminan de entenderse. Mientras que el anterior largometraje se regodeaba en los aspectos más superficiales de la serie, como los extravagantes modelitos de la protagonista, en esta ocasión los guionistas han logrado hacer reír más y mejor. Sexo y humor, al fin y al cabo, ¿no han sido siempre la esencia de Sexo en Nueva York?
Comentarios