Producida por Guillermo del Toro (El laberinto del fauno), con el respaldo de Telecinco Cinema (Alatriste, El orfanato, Ágora, Celda 211) y ganadora del último festival de Málaga, es extraño que Rabia no haya contado con todo el despliegue mediático que debería acompañar tamaño apadrinamiento. Ni siquiera la cadena de Vasile ha dedicado ni una sola de sus cortinillas a promocionarla. Una vez visto el filme, se comprende, a medias, la decisión. La propuesta del ecuatoriano Sebastián Cordero no está llamada a conseguir grandes réditos, si bien partía con todos los elementos para alcanzarlos.
Rabia apuesta por la sencillez, por la sobriedad. Podría haber optado perfectamente por el estruendo y de bien seguro se habría convertido en mucho más efectiva, mucho más llamativa para el gran público. Sus posibilidades eran muchas. Cabía la opción de mantener la intriga durante todo el filme, de nutrirlo por completo con escenas de sobresalto, de una atmósfera mucho más angustiante. Cordero tenía en sus manos la posibilidad de mantenernos enganchados a la pantalla. Y, sin embargo, achica las cualidades de la trama y se queda a medio gas.
La historia se centra en Rosa y José María, dos inmigrantes sudamericanos puteados en la que parecía una tierra de acogida. Ella trabaja como empleada del hogar para un matrimonio ricachón de Donosti que, como la mansión en la que habitan, vivió tiempos mejores. Él va sorteando su situación de irregular subido en un andamio, soportando las miradas de desprecio y los desprecios de su jefe. Su amor recién nacido se verá interrumpido por el violento temperamento del joven que, tras matar accidentalmente a su superior, se recluye en la azotea deshabitada de la mansión en la que trabaja su amada.
A partir de ese momento comienza el juego interesante de la película. Desde su escondrijo, José María será testigo de los secretos que esconde el hogar. Aislado del mundo, sufrirá la impotencia de no poder actuar, de mantenerse alejado de Rosa mientras observa a cortísima distancia su rutina diaria. A este prometedor planteamiento se suma los diferentes momentos de tensión en los que el protagonista podría ser descubierto. Situaciones suficientes para mantener un clímax angustioso durante todo el metraje.
Cordero, como decíamos, se queda a medio camino. Escenas impresionantes como la de la fumigación, que deberían ser la tónica del filme, se convierten en excepciones de un relato apesadumbrado. Las conversaciones a través de las dos líneas de teléfono entre ambos amantes, que deberían erizarnos la piel, terminan cansando al espectador, que alcanza el final de la cinta con un ligero agotamiento.
A la falta de habilidad manejando unos excelentes recursos se le añade el planteamiento de la inmigración, que según parece no estaba presente en la novela original escrita por Sergio Bizzio. Tópicos a mansalva y diálogos forzados buscan resaltar la opresión que sufren los forasteros de clase más baja pero que no encajan en una cinta cuyo discurso y razón de ser no es precisamente la denuncia. “No estamos en tu pueblo” o “vete a tu país” son añadidos que ni justifican la actitud del protagonista ni aportan nada a un filme que debió introducirse sin complejos en el género de terror.
De esta manera, Rabia deambula entre el drama, la denuncia social y el thriller sin resultar plenamente satisfactoria en ninguno de los tres géneros. Los esfuerzos de Cordero por dejar huella, como el plano secuencia final con Chavela Vargas de fondo, tan increíble como innecesario, terminan siendo eso, un mero intento de salvar una obra que no se encuentra a sí misma.
Rabia apuesta por la sencillez, por la sobriedad. Podría haber optado perfectamente por el estruendo y de bien seguro se habría convertido en mucho más efectiva, mucho más llamativa para el gran público. Sus posibilidades eran muchas. Cabía la opción de mantener la intriga durante todo el filme, de nutrirlo por completo con escenas de sobresalto, de una atmósfera mucho más angustiante. Cordero tenía en sus manos la posibilidad de mantenernos enganchados a la pantalla. Y, sin embargo, achica las cualidades de la trama y se queda a medio gas.
La historia se centra en Rosa y José María, dos inmigrantes sudamericanos puteados en la que parecía una tierra de acogida. Ella trabaja como empleada del hogar para un matrimonio ricachón de Donosti que, como la mansión en la que habitan, vivió tiempos mejores. Él va sorteando su situación de irregular subido en un andamio, soportando las miradas de desprecio y los desprecios de su jefe. Su amor recién nacido se verá interrumpido por el violento temperamento del joven que, tras matar accidentalmente a su superior, se recluye en la azotea deshabitada de la mansión en la que trabaja su amada.
A partir de ese momento comienza el juego interesante de la película. Desde su escondrijo, José María será testigo de los secretos que esconde el hogar. Aislado del mundo, sufrirá la impotencia de no poder actuar, de mantenerse alejado de Rosa mientras observa a cortísima distancia su rutina diaria. A este prometedor planteamiento se suma los diferentes momentos de tensión en los que el protagonista podría ser descubierto. Situaciones suficientes para mantener un clímax angustioso durante todo el metraje.
Cordero, como decíamos, se queda a medio camino. Escenas impresionantes como la de la fumigación, que deberían ser la tónica del filme, se convierten en excepciones de un relato apesadumbrado. Las conversaciones a través de las dos líneas de teléfono entre ambos amantes, que deberían erizarnos la piel, terminan cansando al espectador, que alcanza el final de la cinta con un ligero agotamiento.
A la falta de habilidad manejando unos excelentes recursos se le añade el planteamiento de la inmigración, que según parece no estaba presente en la novela original escrita por Sergio Bizzio. Tópicos a mansalva y diálogos forzados buscan resaltar la opresión que sufren los forasteros de clase más baja pero que no encajan en una cinta cuyo discurso y razón de ser no es precisamente la denuncia. “No estamos en tu pueblo” o “vete a tu país” son añadidos que ni justifican la actitud del protagonista ni aportan nada a un filme que debió introducirse sin complejos en el género de terror.
De esta manera, Rabia deambula entre el drama, la denuncia social y el thriller sin resultar plenamente satisfactoria en ninguno de los tres géneros. Los esfuerzos de Cordero por dejar huella, como el plano secuencia final con Chavela Vargas de fondo, tan increíble como innecesario, terminan siendo eso, un mero intento de salvar una obra que no se encuentra a sí misma.
Comentarios
Con la gracilidad de tu verbo... y te cuelas... o es que ya has desistido en impresionar a los ojeadores de Cinemanía???
Ya sabes, soy el crítico del crítico.
Ni me había enterado de que la peli ya está en cartel. Toda la razón con lo de que pasa desapercibida.
Pero me ha sorprendido... acostumbras a elaborar más las frases, jeje.
Pero de significado está perfecto, se entiendo a la primera, jeje.. ni se te ocurra cambiarlo.. que ya mi amiga la detective dice que soy un estirado-listillo-chulillo y parece que sólo hago méritos para confirmarlo.
;)