Joaquin Phoenix es ese actor al que hace un par de años se le fue la olla de forma estrepitosa, pasando de ser la prometedora revelación de Gladiator a un despojo humano que alimentaba día sí y día también la amplia demanda de frikis por la que atraviesa la prensa del corazón. Con una barba de meses y ademanes de estrella de capa caída, anunció que el rap surrealista era su nueva pasión y, lo que es peor, que abandonaba para siempre la interpretación. Ahora todo parece haber sido una artimaña comercial de lo más ruin para dar vida a un falso documental de su cuñado Casey Affleck, en el que el actor aparece colocándose, insultando a sus compañeros o practicando sexo oral.
El caso es que Two lovers, aterrizada en nuestro país dos años después de su estreno en 2008, sigue considerándose como el último trabajo interpretativo en la carrera de Phoenix. Si finalmente cumple sus amenazas de abandonar la escena, sin duda lo habrá hecho por la puerta grande, con una de sus mejores actuaciones. Si, por el contrario, toda esta debacle termina siendo una pantomima, el puertorriqueño se las verá y se las deseará para recuperar la credibilidad actoral y el talento que desprende su papel de Leonard.
James Gray, el director de La noche es nuestra, ha convertido a Phoenix en su actor fetiche. Dicen llevarse de maravilla y la verdad es que la química entre ambos surte efecto en el trabajo del peculiar intérprete. De repente, los papeles de tipo duro en películas de acción han dado paso a una amplitud de registros a la que el Commodus de Gladiator no nos tenía acostumbrados. Hasta el punto que el trabajo de Phoenix se erige en la piedra angular de un filme que apenas cuenta nada nuevo pero que cautiva desde el primer minuto.
Leonard es un treintañero de inclinaciones suicidas que todavía vive, sobreprotegido como en la niñez, en casa de sus padres. Es un joven entregado al negocio familiar, inocente, sin maldad, pero con una amplitud de miras que no sobrepasa la puerta de su hogar. Un buen día, conecta con la hija de unos amigos de la familia, que encuentra adorables sus singularidades. Es gracioso, cariñoso, ingenuo. Un bicho raro encantador. Hasta que aparece de repente la guapísima vecina de arriba y Leonard comienza a debatirse entre la cómoda estabilidad de la pretendiente y el amor imposible hacia su nueva amiga, que no está por la labor.
Two lovers no es un drama romántico al uso. Quien espere derramar lágrimas a destajo se equivoca de película, puesto que aquí lo realmente relevante emana de un personaje construido a la perfección, que desprende lástima por momentos y, sobre todo, mucha comprensión. Aquí lo importante no es si el protagonista termina al final con su amada sino las decisiones que uno va tomando en la vida, en muchas ocasiones de forma totalmente egoísta e incluso cruel.
Este es un relato a muy lenta cocción sobre una historia de amor de lo más típica, pero aderezado con ingeniosos diálogos y, ante todo, por el carisma de Leonard. Si Joaquin Phoenix demuestra con esta película estar tirando por la borda una prometedora carrera, tampoco se queda atrás su compañera de reparto Gwyneth Paltrow. Su tímida resurrección, Iron Man aparte, nos ha servido para recordar cuánto la echábamos de menos. Dos talentos unidos por el azar, y por James Gray, que no debieran caer tan pronto en saco roto.
El caso es que Two lovers, aterrizada en nuestro país dos años después de su estreno en 2008, sigue considerándose como el último trabajo interpretativo en la carrera de Phoenix. Si finalmente cumple sus amenazas de abandonar la escena, sin duda lo habrá hecho por la puerta grande, con una de sus mejores actuaciones. Si, por el contrario, toda esta debacle termina siendo una pantomima, el puertorriqueño se las verá y se las deseará para recuperar la credibilidad actoral y el talento que desprende su papel de Leonard.
James Gray, el director de La noche es nuestra, ha convertido a Phoenix en su actor fetiche. Dicen llevarse de maravilla y la verdad es que la química entre ambos surte efecto en el trabajo del peculiar intérprete. De repente, los papeles de tipo duro en películas de acción han dado paso a una amplitud de registros a la que el Commodus de Gladiator no nos tenía acostumbrados. Hasta el punto que el trabajo de Phoenix se erige en la piedra angular de un filme que apenas cuenta nada nuevo pero que cautiva desde el primer minuto.
Leonard es un treintañero de inclinaciones suicidas que todavía vive, sobreprotegido como en la niñez, en casa de sus padres. Es un joven entregado al negocio familiar, inocente, sin maldad, pero con una amplitud de miras que no sobrepasa la puerta de su hogar. Un buen día, conecta con la hija de unos amigos de la familia, que encuentra adorables sus singularidades. Es gracioso, cariñoso, ingenuo. Un bicho raro encantador. Hasta que aparece de repente la guapísima vecina de arriba y Leonard comienza a debatirse entre la cómoda estabilidad de la pretendiente y el amor imposible hacia su nueva amiga, que no está por la labor.
Two lovers no es un drama romántico al uso. Quien espere derramar lágrimas a destajo se equivoca de película, puesto que aquí lo realmente relevante emana de un personaje construido a la perfección, que desprende lástima por momentos y, sobre todo, mucha comprensión. Aquí lo importante no es si el protagonista termina al final con su amada sino las decisiones que uno va tomando en la vida, en muchas ocasiones de forma totalmente egoísta e incluso cruel.
Este es un relato a muy lenta cocción sobre una historia de amor de lo más típica, pero aderezado con ingeniosos diálogos y, ante todo, por el carisma de Leonard. Si Joaquin Phoenix demuestra con esta película estar tirando por la borda una prometedora carrera, tampoco se queda atrás su compañera de reparto Gwyneth Paltrow. Su tímida resurrección, Iron Man aparte, nos ha servido para recordar cuánto la echábamos de menos. Dos talentos unidos por el azar, y por James Gray, que no debieran caer tan pronto en saco roto.
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