
No puede obviarse que la película es un remake del filme danés de Susanne Bier Brothers, estrenado en 2004, pero cuando no se ha tenido la oportunidad de visionar la obra original, como es el caso, sólo cabe valorar la adaptación de Sheridan como una cinta independiente. El director irlandés, responsable de obras maestras como En el nombre del padre o Mi pie izquierdo, parece que ha suavizado el tono amargo empleado por Bier. Más allá de lo acertado de esta decisión, su simple trabajo con los actores, de los que consigue extraer todo el potencial, ya es digno de admiración.

La película muestra el drama de una viuda de guerra con dos niñas pequeñas que encuentra el consuelo en el hermano de su marido, la oveja negra de una familia de tradición militar. Mientras va surgiendo algo más que amistad entre ambos, la cinta nos traslada al mismo tiempo a Afganistán, donde el capitán terminó en brazos peores que los de la muerte. Su cautiverio en zona talibán al principio parece superfluo. Las imágenes de la tortura incluso entorpecen el desarrollo de la trama más adictiva, la que nos enseña como va fraguándose el amor. Pero finalmente resultan indispensables para entender la terrible evolución del personaje principal.

Pero Maguire no es la única sorpresa de la cinta. Aunque a Natalie Portman y a Jake Gyllenhaal no se les puede reprochar ni un solo desliz, terminan eclipsados por una criatura de apenas diez años. Bailee Madison es el rostro de los auténticos daños colaterales de una guerra, los que además de provocar bajas innecesarias consiguen matar en vida al resto de supervivientes. Sus momentos de confesión con la madre, en los que la madurez se ha zampado de cuajo su inocencia, son los que arrancan las lágrimas más profundas del espectador. Hermanos no sólo muestra los estragos de un conflicto bélico sino que además consigue trastocarnos.
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