Es importante matizar, como hizo el presentador de la cinta en la sección Seven Chances del Festival de Sitges, que lo que Joss Whedon ha hecho con Mucho ruido y pocas nueces no es adaptar la obra de Shakespeare a la gran pantalla sino arrojar el texto literalmente sobre ella. No conviene ir desinformado y entrar en pánico, como fue mi caso. Aquí la jugada es a la inversa. La película es la que se acomoda al libro.
Desconociendo este pequeño pero importantísimo detalle, uno comprueba con estupor que el guión no se ha tomado la molestia de adaptar ni una mísera coma de la comedia de Shakespeare. La primera reacción es cagarse en la madre que parió a Whedon y en el maldito momento que le dio por experimentar más allá de la ciencia ficción de culto y la factoría Marvel. O anoche la gente llegó prevenida de casa al cine Prado de Sitges o realmente estaba muy familiarizada con la lectura clásica. Porque yo sí sufrí un proceso de adaptación complicado.
Hasta que asimilé la vertiginosa lectura de subtítulos, situé a los personajes en su contexto actual y digerí cuál era el plan, experimenté un episodio de rechazo frontal no sólo hacia el director de la cinta, al que ya acusaba internamente (e injustamente) de farsante, sino a todo el mundo a mi alrededor, que parecía captarlo todo al vuelo y desternillarse sin compasión. Mis complejos comenzaban a aflorar.
Por suerte, el filme se encargó enseguida de serenar los ánimos caldeados. Superado el shock inicial, Mucho ruido y pocas nueces se convierte en una divertida comedia de enredo, un ejercicio de adaptación nada sencillo, que efectivamente no mueve una coma del texto original pero que aprovecha el contexto actual para expandir el humor y la sátira de Shakespeare hasta límites delirantes.
La reencarnación de los cortesanos de Messina en personajes que bien podrían protagonizar una sitcom estadounidense le sienta de maravilla al clásico, sobre todo porque el reparto se entrega en cuerpo y alma al disparate. Los enredos, engaños y traiciones palaciegas, con su tono tan mordaz, pero también tan dramático y teatral, adquieren con esta relectura mayores dosis de ironía y sarcasmo, alcanzando el absurdo más desternillante.
La presencia de cámaras de videovigilancia o teléfonos móviles en una trama del siglo XVI contribuye sin duda a la carcajada, pero el verdadero mérito de esta nueva perspectiva de Mucho ruido y pocas nueces (grabada curiosamente en blanco y negro) recae, como en la mayoría de buenas comedias, en un excelente reparto coral. Rostros muy reconocibles para los fans de Whedon como Amy Acker, Alexis Denisof o Nathan Fillion se unen con absoluta entrega a esta nueva y desconocida faceta indie de su mentor, manifestada nada menos que entre Los vengadores y Agents of S.H.I.E.L.D.. Pensándolo bien lo único que cabe hacer es vitorear ¡Viva la madre que lo parió!
Desconociendo este pequeño pero importantísimo detalle, uno comprueba con estupor que el guión no se ha tomado la molestia de adaptar ni una mísera coma de la comedia de Shakespeare. La primera reacción es cagarse en la madre que parió a Whedon y en el maldito momento que le dio por experimentar más allá de la ciencia ficción de culto y la factoría Marvel. O anoche la gente llegó prevenida de casa al cine Prado de Sitges o realmente estaba muy familiarizada con la lectura clásica. Porque yo sí sufrí un proceso de adaptación complicado.
Hasta que asimilé la vertiginosa lectura de subtítulos, situé a los personajes en su contexto actual y digerí cuál era el plan, experimenté un episodio de rechazo frontal no sólo hacia el director de la cinta, al que ya acusaba internamente (e injustamente) de farsante, sino a todo el mundo a mi alrededor, que parecía captarlo todo al vuelo y desternillarse sin compasión. Mis complejos comenzaban a aflorar.
Por suerte, el filme se encargó enseguida de serenar los ánimos caldeados. Superado el shock inicial, Mucho ruido y pocas nueces se convierte en una divertida comedia de enredo, un ejercicio de adaptación nada sencillo, que efectivamente no mueve una coma del texto original pero que aprovecha el contexto actual para expandir el humor y la sátira de Shakespeare hasta límites delirantes.
La reencarnación de los cortesanos de Messina en personajes que bien podrían protagonizar una sitcom estadounidense le sienta de maravilla al clásico, sobre todo porque el reparto se entrega en cuerpo y alma al disparate. Los enredos, engaños y traiciones palaciegas, con su tono tan mordaz, pero también tan dramático y teatral, adquieren con esta relectura mayores dosis de ironía y sarcasmo, alcanzando el absurdo más desternillante.
La presencia de cámaras de videovigilancia o teléfonos móviles en una trama del siglo XVI contribuye sin duda a la carcajada, pero el verdadero mérito de esta nueva perspectiva de Mucho ruido y pocas nueces (grabada curiosamente en blanco y negro) recae, como en la mayoría de buenas comedias, en un excelente reparto coral. Rostros muy reconocibles para los fans de Whedon como Amy Acker, Alexis Denisof o Nathan Fillion se unen con absoluta entrega a esta nueva y desconocida faceta indie de su mentor, manifestada nada menos que entre Los vengadores y Agents of S.H.I.E.L.D.. Pensándolo bien lo único que cabe hacer es vitorear ¡Viva la madre que lo parió!
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