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ESPECIAL SITGES 2013: Interior. Leather Bar

Puede que jamás lleguemos a entender a James Franco. Si su patética presentación en la gala de los Oscars de hace dos años fue un boicot intencionado o la constatación de un escaso carisma. Si tiene cara de colocado o es que realmente se pone de hierba hasta las cejas. Si es gay, hetero, bisexual o todo lo que haga falta para jugar a la ambigüedad. En definitiva, si nos toma el pelo desde un particular e incomprendido sentido del humor.

Lástima que el mejor acercamiento al actor, guionista y director, esta Interior. Leather Bar que se proyectó de tapadillo en la sección Seven chances del Festival de Sitges, esté condenada de antemano a la marginalidad y al olvido. Porque más que una provocadora propuesta de sexo homosexual y explícito, es una lúcida y sugerente reflexión sobre el mundo del cine.

Para el presentador de esta sección alternativa del certamen fantástico, la cinta de Franco no debería considerarse realmente como una película sino más bien como un extra de DVD, una pieza de Making off. Y es que el actor, junto a su amigo Travis Matthews, nos muestra entre bambalinas el proceso para recrear los 40 minutos que la censura vetó del thriller de los 80 Cruising (A la caza), en el que Al Pacino se infiltraba en los ambientes gays más sórdidos de Nueva York para atrapar a un asesino de homosexuales.

Puede que se me escapen las sutilezas escondidas entre el material adicional de los DVD, pero dudo que contengan tantas lecturas y sean tan valientes como Interior. Leather Bar. ¿Qué pretende James Franco recreando las escenas prohibidas de Cruising? Lo primero que viene a la cabeza es el escándalo, el golpe de efecto, la llamada de atención. El sexo sin tapujos como la vía más fácil para lanzar un mensaje.

Franco no escurre el bulto y traslada a la platea el debate sobre la utilidad de su obra. El propio protagonista de este experimento sin precedente conocido, el actor de segunda que debe ponerse en la piel de Al Pacino, le plantea a los directores sus dudas sobre el valor artístico del proyecto. Lo bueno es que aparentemente ni los propios realizadores le encuentran el sentido a Interior. Leather Bar. Pero tras esa apariencia de anarquía e improvisación se evidencia un gran ejercicio de metacine y una clara voluntad de denuncia.

Empezando por Val Lauren, este protagonista desconcertado por un papel que no logra comprender. Su pánico a involucrarse en una propuesta con actores homosexuales, dispuestos a desnudarse, morrearse y follarse por la buena causa, por los fines artísticos, es un claro tirón de orejas al gremio de actores, más inclinado a la seguridad de los guiones que a la experimentación de nuevas formas de expresión. ¿Acaso el buen intérprete debe autolimitar el talento a sus convicciones personales?

Entre orgías, azotes y bozales de cuero, el actor va desprendiéndose de sus recelos. Los diálogos que mantiene con James Franco sobre la explicitud de las imágenes sexuales, a pesar de su obviedad, no dejan de ser brillantes. ¿Por qué la violencia en el cine escandaliza menos que el primer plano de dos cipotes? Interior. Leather Bar no busca la provocación, persigue el debate. No es una película homosexual, sino para amantes del cine. Lamentablemente quedará como la última frikada de James Franco que abarrotó de mariquitas el cine Prado de Sitges.

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