
La primera escena no es el mejor ejemplo. En mitad de la noche, un conductor frío, astuto y calmado ayuda a dos ladrones a huir de la policía de Los Ángeles. Domina perfectamente la situación y los tiempos. No pierde los nervios. Ni se inmuta con el sonido de las sirenas o de un helicóptero iluminando su coche. Es todo un profesional ante el volante. Únicamente parece descargar toda su adrenalina mordisqueando un palillo. Aunque la secuencia es impecable, nada parece presagiar que estamos ante una apuesta diferente.

El protagonista se zambulle de lleno en el lodo del crimen organizado, sin pensárselo dos veces, para salvar la existencia de sus nuevos amigos. El romanticismo no sale de su boca, es un ser más bien callado, pero sí de sus actos, aunque algunos de ellos sean de una extremada violencia (magnífica la escena en el ascensor con el cierre de puertas final).

Pero es en la estética, capaz de pasar en cuestión de minutos de la imagen adrenalínica al ralentizado más profundo, donde Drive hace posible la compleja combinación. Parece que parte de la culpa la tiene el danés Nicolas Winding Refn, el director de esta proeza y conocido en su país de origen por un estilo vanguardista en el plano visual. Desde luego, el estilismo que desprende su primera incursión en el cine de Hollywood es digno de mención. La revisión sofisticada de los 80 que lleva a cabo, banda sonora incluida, es otro de los motivos por los que esta cinta se sale de lo habitual.
Se entiende que una malhumorada espectadora de Estados Unidos haya denunciado a la productora por publicidad engañosa. La buena mujer pensaba que iba a ver algo parecido a Fast & Furious y terminó encontrándose una película con persecuciones de coches, por momentos hiperviolenta, por momentos melancólica, incluso romántica, con enrevesada trama mafiosa y destellos de ingenio. Demasiado para su cerebro. Lo que extraña es que nadie la haya denunciado a ella por mal gusto.
Comentarios