Las lesbianas sufren una doble marginación. La sociedad que conforman peras y manzanas tan felices como perdices las mira con rechazo, por mucho que Mecano convirtiera la relación entre dos mujeres en un hit del pop español. Pero además de esta reacción más o menos esperable en ciudadanos de estricta moral, dentro del llamado colectivo homosexual, las lesbianas padecen una segunda marginalidad por parte de sus compañeros masculinos. Si la supremacía de hombres sobre mujeres todavía es palpable en heterosexuales, la cosa se agudiza todavía más entre mariquitas y bolleras.
Mucho más invisibles que los gays, las lesbianas parecieron resurgir de su armario de doble fondo en el estreno de la última película de Julio Medem, una Habitación en Roma convenientemente publicitada con el reclamo del sexo explícito entre dos mujeres. A juzgar por el aforo de la sala, la estrategia sólo ha surtido efecto entre homosexuales femeninas. Ni hombres heteros atraídos por suntuosas mujeres en bolas ni gays sensibilizados con la causa rosa. Esto no es Brokeback mountain ni A single man, por citar dos ejemplos de cintas homosexuales con amplio altavoz mediático. Aquí estamos ante algo con menor repercusión, casi casi marginal, como la realidad sumergida que Medem ha querido plasmar.
De ahí lo arriesgado de un realizador ya de por sí controvertido. Recibió el encargo de versionar la cinta chilena En la cama y aceptó el reto trasladando los diálogos de alcoba a dos amantes desconocidas. Pudo haberlo hecho entre dos hombres, y estoy convencido de que la respuesta, tanto de crítica como de público, hubiera sido mucho más entusiasta. Sin embargo, decidió saltar de nuevo al vacío con esta historia sobre dos mujeres extranjeras que encuentran un amor de improviso entre las cuatro paredes de un hotel de Roma.
¿Era necesario un remake de la ópera prima de Matías Bize? Exceptuando el matiz lésbico, la premisa partía de la misma idea. Dos desconocidos se descubren en una noche de pasión que pasará a formar parte de su pasado en cuanto amanezca. La intimidad de dos cuerpos desnudos en torno a una cama seguirá siendo el único eje central de la historia. Sin embargo, es en el tratamiento donde encontramos las principales diferencias. La cámara en manos de Medem se mueve con mayor elegancia, mientras la música se añade a la puesta en escena para ofrecer un relato menos abrupto y seco que el de Bize.
Para rizar un poco más el rizo, Medem decide que las protagonistas se expresen en un idioma que no es el materno, acentuando todavía más sus abismales diferencias. Alba es la española a la que todo el mundo etiquetaría enseguida como la mitad masculina de la pareja, mientras que Natasha es una inocente rusita para quien la atracción por una mujer es un sentimiento totalmente nuevo. Lo que comienza siendo un juego entre verdades y mentiras termina convirtiéndose en un amor de profundidad inabarcable.
Y es que lo que En la cama tenía de pretenciosa, Habitación en Roma lo tiene de exagerada. Aunque los trabajos de Elena Anaya y Natasha Yarovenko son sobresalientes, el guión las termina conduciendo hacia una escalada dramática insostenible. Los que acudan al cine buscando largas escenas de sexo casi pornográfico se encontrarán con orgasmos sorprendentemente precoces y, sobre todo, con toneladas de diálogos en busca de la trascendencia. Por mucho empeño de las actrices, el espectador abandona la función con escepticismo e incluso, tras la escena con la flecha de Cupido, con cierto bochorno. Si el amor fuera tan profundo, impulsivo e instantáneo como el que sufren estas dos desconocidas en una sola noche, no habría en el mundo plazas psiquiátricas suficientes para cubrir los inabarcables efectos del desamor.
Mucho más invisibles que los gays, las lesbianas parecieron resurgir de su armario de doble fondo en el estreno de la última película de Julio Medem, una Habitación en Roma convenientemente publicitada con el reclamo del sexo explícito entre dos mujeres. A juzgar por el aforo de la sala, la estrategia sólo ha surtido efecto entre homosexuales femeninas. Ni hombres heteros atraídos por suntuosas mujeres en bolas ni gays sensibilizados con la causa rosa. Esto no es Brokeback mountain ni A single man, por citar dos ejemplos de cintas homosexuales con amplio altavoz mediático. Aquí estamos ante algo con menor repercusión, casi casi marginal, como la realidad sumergida que Medem ha querido plasmar.
De ahí lo arriesgado de un realizador ya de por sí controvertido. Recibió el encargo de versionar la cinta chilena En la cama y aceptó el reto trasladando los diálogos de alcoba a dos amantes desconocidas. Pudo haberlo hecho entre dos hombres, y estoy convencido de que la respuesta, tanto de crítica como de público, hubiera sido mucho más entusiasta. Sin embargo, decidió saltar de nuevo al vacío con esta historia sobre dos mujeres extranjeras que encuentran un amor de improviso entre las cuatro paredes de un hotel de Roma.
¿Era necesario un remake de la ópera prima de Matías Bize? Exceptuando el matiz lésbico, la premisa partía de la misma idea. Dos desconocidos se descubren en una noche de pasión que pasará a formar parte de su pasado en cuanto amanezca. La intimidad de dos cuerpos desnudos en torno a una cama seguirá siendo el único eje central de la historia. Sin embargo, es en el tratamiento donde encontramos las principales diferencias. La cámara en manos de Medem se mueve con mayor elegancia, mientras la música se añade a la puesta en escena para ofrecer un relato menos abrupto y seco que el de Bize.
Para rizar un poco más el rizo, Medem decide que las protagonistas se expresen en un idioma que no es el materno, acentuando todavía más sus abismales diferencias. Alba es la española a la que todo el mundo etiquetaría enseguida como la mitad masculina de la pareja, mientras que Natasha es una inocente rusita para quien la atracción por una mujer es un sentimiento totalmente nuevo. Lo que comienza siendo un juego entre verdades y mentiras termina convirtiéndose en un amor de profundidad inabarcable.
Y es que lo que En la cama tenía de pretenciosa, Habitación en Roma lo tiene de exagerada. Aunque los trabajos de Elena Anaya y Natasha Yarovenko son sobresalientes, el guión las termina conduciendo hacia una escalada dramática insostenible. Los que acudan al cine buscando largas escenas de sexo casi pornográfico se encontrarán con orgasmos sorprendentemente precoces y, sobre todo, con toneladas de diálogos en busca de la trascendencia. Por mucho empeño de las actrices, el espectador abandona la función con escepticismo e incluso, tras la escena con la flecha de Cupido, con cierto bochorno. Si el amor fuera tan profundo, impulsivo e instantáneo como el que sufren estas dos desconocidas en una sola noche, no habría en el mundo plazas psiquiátricas suficientes para cubrir los inabarcables efectos del desamor.
Comentarios
Aunque empiezas con un planteamiento tópico (pero muy cierto) sobre la realidad del colectivo, luego te enfrascas en la peli y me quedo con ganas de más opinión. De más... cine.
Ya sabes, soy el crítico de tus críticas ;)
;)