La expectación era máxima. Del nuevo proyecto de Tim Burton para la Disney se venía hablando desde hace meses, gracias en parte a una imponente campaña de marketing perfectamente orquestada para generar grandes expectativas. La propuesta venía además aderezada con 3D, la dimensión sin la que parecen no saber vivir las grandes producciones de Hollywood. Tal avalancha mediática, sin embargo, nos impidió plantearnos la pregunta más importante. ¿Era necesaria esta nueva incursión en el país de las maravillas después de decenas de adaptaciones anteriores para todos los gustos? Visto el resultado, con gafas tridimensionales incluidas, sólo cabe un no por respuesta.
De un cuento tan popular y arraigado como Alicia en el país de las maravillas era imposible esperar un trabajo con rasgos burtonianos, a no ser que el director hubiese decidido darle un giro a la historia para adaptarla a su terreno, tal como supo hacer con algo tan tradicional como la navidad. Pero en esta ocasión se trataba de todo un clásico de la Disney, por mucho que insistan en los orígenes de Lewis Caroll, y, sobre todo, de un encargo, ese tipo de trabajos que tanto ha perjudicado al cine de autor y muy particularmente a la carrera de un creador como Tim Burton.
Desde La novia cadáver no asistimos a una producción genuina de este autor, pero hay que remontarse a una película anterior, Big Fish, para recordar su último trabajo memorable. Demasiado tiempo sin disfrutar del talento imaginativo de un director capaz de superar con creces el universo mágico del cuento de Carroll pasado por la túrmix de Disney. Y es que en la adaptación que llevó a cabo la llamada fábrica de los sueños falta un ingrediente esencial común en la bibliografía del escritor inglés y en la filmografía de Burton: la sátira.
La Alicia de Disney irradia edulcoración y mucho infantilismo, elementos que chocan frontalmente con las características del cine de Tim Burton. El director no ha podido desplegar su talento gótico ni aportar su mirada cautivadoramente sórdida. A cambio, se ha arrodillado ante las leyes de la sensiblería y, sobre todo, de la técnica. Demasiados trucos digitales y efectos especiales para una historia ya conocida por todos y, por tanto, con escasas sorpresas.
Otra de las grandes apuestas del proyecto, la desconocida actriz Mia Wasikowska, tampoco cumple las expectativas. Aunque Alicia no es el colmo de la personalidad arrolladora, su actuación como protagonista deja mucho que desear. A veces puede ser más complicado encarnar a una joven inocente que a una malvada despiadada. De ahí que la extraña encarnación virtual de Helena Bonham Carter sea de lo mejorcito del filme, si bien es cierto que buena parte del mérito proviene del carisma del personaje de la reina roja. Por su parte, Johnny Depp, en una desproporcionada vuelta de tuerca, lleva al límite su excentricidad habitual. Para su desgracia, los sapos, monos y besugos digitales resultan más graciosos que su interpretación de sombrerero loco.
Habrá que esperar pues a un nuevo proyecto de Burton para reencontrarnos de nuevo con su cine más personal. Este salto cromático del negro al rosa no le sienta nada bien a su obra, si bien el horizonte se vislumbra repleto de adaptaciones. Por un lado, La familia Addams, que encaja a la perfección en su estética oscura, y por otro, Maleficent, una versión de la Blancanieves pero con la bruja como protagonista. Así sí puede que Burton logre reconquistarnos. Porque con esta Alicia lo único que ha logrado es constatarme que el reinvento del 3D es más un retroceso que un avance en la historia del cine (¿Soy el único al que le pican los ojos y le duele la nariz con esas gafotas?).
De un cuento tan popular y arraigado como Alicia en el país de las maravillas era imposible esperar un trabajo con rasgos burtonianos, a no ser que el director hubiese decidido darle un giro a la historia para adaptarla a su terreno, tal como supo hacer con algo tan tradicional como la navidad. Pero en esta ocasión se trataba de todo un clásico de la Disney, por mucho que insistan en los orígenes de Lewis Caroll, y, sobre todo, de un encargo, ese tipo de trabajos que tanto ha perjudicado al cine de autor y muy particularmente a la carrera de un creador como Tim Burton.
Desde La novia cadáver no asistimos a una producción genuina de este autor, pero hay que remontarse a una película anterior, Big Fish, para recordar su último trabajo memorable. Demasiado tiempo sin disfrutar del talento imaginativo de un director capaz de superar con creces el universo mágico del cuento de Carroll pasado por la túrmix de Disney. Y es que en la adaptación que llevó a cabo la llamada fábrica de los sueños falta un ingrediente esencial común en la bibliografía del escritor inglés y en la filmografía de Burton: la sátira.
La Alicia de Disney irradia edulcoración y mucho infantilismo, elementos que chocan frontalmente con las características del cine de Tim Burton. El director no ha podido desplegar su talento gótico ni aportar su mirada cautivadoramente sórdida. A cambio, se ha arrodillado ante las leyes de la sensiblería y, sobre todo, de la técnica. Demasiados trucos digitales y efectos especiales para una historia ya conocida por todos y, por tanto, con escasas sorpresas.
Otra de las grandes apuestas del proyecto, la desconocida actriz Mia Wasikowska, tampoco cumple las expectativas. Aunque Alicia no es el colmo de la personalidad arrolladora, su actuación como protagonista deja mucho que desear. A veces puede ser más complicado encarnar a una joven inocente que a una malvada despiadada. De ahí que la extraña encarnación virtual de Helena Bonham Carter sea de lo mejorcito del filme, si bien es cierto que buena parte del mérito proviene del carisma del personaje de la reina roja. Por su parte, Johnny Depp, en una desproporcionada vuelta de tuerca, lleva al límite su excentricidad habitual. Para su desgracia, los sapos, monos y besugos digitales resultan más graciosos que su interpretación de sombrerero loco.
Habrá que esperar pues a un nuevo proyecto de Burton para reencontrarnos de nuevo con su cine más personal. Este salto cromático del negro al rosa no le sienta nada bien a su obra, si bien el horizonte se vislumbra repleto de adaptaciones. Por un lado, La familia Addams, que encaja a la perfección en su estética oscura, y por otro, Maleficent, una versión de la Blancanieves pero con la bruja como protagonista. Así sí puede que Burton logre reconquistarnos. Porque con esta Alicia lo único que ha logrado es constatarme que el reinvento del 3D es más un retroceso que un avance en la historia del cine (¿Soy el único al que le pican los ojos y le duele la nariz con esas gafotas?).
Comentarios
La vi superinfantil y no sé, me pensaba que no lo sería, no sabía tampoco que iba de la mano de Disney, claro.
Johnny Depp me cansó, demasiado repetitivo y pesadito. Y la reina blanca muy muy ñoña y dulce, ¿era necesario?
No sé, para mi lo mejor fue casi el principio de la película, antes de entrar en el mundo de las maravillas, con el pretendiente tonto pero rico. Y eso es triste.
Y otra cosa que me sorprendió que se supone que esta película no es la segunda parte de ninguna otra, aunque en lapelícula se hable de que es su regreso después de unos cuantos años, pero cuando ves la película tienes la sensaciónde que lo dan todo por sabido y no te cuientan nada, aunque la chica tampoco lo recuerda. Y yo lo siento, pero no había visto Alicia hasta hoy.
kyot
Johnny Depp está insoportable en esta peli, casi más que el conejo hiperactivo, que también cansa. Lo mejor es el sapo que se comió la tarta de la reina! jajjajaj
Y la reina blanca a mi no me disgustó, porque es tan exagerada que parece una parodia.