Hoy soy un poco más sordo que ayer. No es porque los bafles de la discoteca de anoche asaltaran de forma más agresiva mis tímpanos o por culpa de un tapón de inmensas proporciones instalado en mi oído. Ni siquiera por los gritos de mi abuela, también sorda, desde el alféizar de la ventana. Hoy tengo menos capacidad auditiva porque anoche vi Transformers. Y puedo asegurar que sus casi dos horas y media de metraje contienen más contaminación acústica que toda una jornada en el recién inaugurado mirador de el aeropuerto de El Prat de Llobregat (que también son ganas de pasar una tarde de domingo estirado en una tumbona de cemento viendo aterrizar una media de tres aviones por minuto…).
Estoy convencido que el índice de decibelios de esta última chaladura de Spielberg supera con creces el recomendado por la Unión Europea para todo un año. Hasta el punto que el Dolby Surround se convierte en tu peor enemigo, originando temblores y ráfagas de viento por toda la sala. Ruido, ensordecedor ruido, es lo que nos depara esta gigantesca producción veraniega creada para reventar taquillas. Y lo consigue. En su primera semana ha recaudado más de 150 millones de dólares en Estados Unidos, convirtiéndose en el mejor taquillazo del verano no correspondiente a ninguna saga, que ya es mucho pedir en un año marcado por terceras de piratas, spidermans, oceans y shreks.
A pesar de todo, he de decir que me gustó Transformers. Si bien sobra más de media hora de película centrada en caóticas y grandilocuentes batallas entre los Autobots y los Decepticons, se le ha de conceder el mérito de aportar grandes dosis de humor a un argumento que ya de por sí es de risa y que no hace falta ni destacar. La presencia de los robots buenos en la casa del protagonista es probablemente la mejor escena de la película, con la actuación de unos padres más histéricos por los destrozos en su jardín y las tendencias masturbatorias de su hijo que por la llegada del FBI a su hogar.
Todos los secundarios son de lujo. Desde el vendedor de coches de segunda mano y su educada madre al mismísimo perro lisiado, pasando por el ‘hacker’ negro y su primo practicando baile con la PlayStation. Todos aportan su chispa a la película y acompañan a un protagonista espléndido en sí mismo. Ni Optimus Prime ni Megatron ni otras chatarras de tres al cuarto. Shia LaBeouf es el gran acierto de Transformers. Aunque su filmografía no es para tirar cohetes (Yo, robot, la segunda parte de Los ángeles de Charlie, etcétera), su cometido en una superproducción como esta es más que digno. Corría el peligro de verse engullido por el protagonismo de esas horribles máquinas y finalmente, si algo queda es su papel de adolescente hiperactivo.
Por lo demás, Transformers va avanzando entre personajes más o menos imprescindibles sin lograr unir de forma coherente la trama de los militares en Qatar, la de los jóvenes informáticos en el Pentágono y la del protagonista y sus hormonas. Todo ello hasta culminar en un desenlace desmesurado en todos los aspectos. Demasiados minutos, demasiada gente, demasiada música (las películas de Michael Bay destacan más por su machacona banda sonora que por su talento), demasiado ruido, en definitiva.
Un capricho de dos niños adultos con pasta que puede sentar un terrible precedente. Si los de Disney lograron hacer de una atracción toda una saga de piratas caribeños, ¿Quién nos asegura que el día de mañana no acudamos en masa para ver las nuevas aventuras de Playmobil, Barbie & ken o los mismísimos Pin & Pon? Tiempo al tiempo. Si casi logran que llore por un amasijo de hierros, ¿qué no harán con mi querido Mr. Potato?
Estoy convencido que el índice de decibelios de esta última chaladura de Spielberg supera con creces el recomendado por la Unión Europea para todo un año. Hasta el punto que el Dolby Surround se convierte en tu peor enemigo, originando temblores y ráfagas de viento por toda la sala. Ruido, ensordecedor ruido, es lo que nos depara esta gigantesca producción veraniega creada para reventar taquillas. Y lo consigue. En su primera semana ha recaudado más de 150 millones de dólares en Estados Unidos, convirtiéndose en el mejor taquillazo del verano no correspondiente a ninguna saga, que ya es mucho pedir en un año marcado por terceras de piratas, spidermans, oceans y shreks.
A pesar de todo, he de decir que me gustó Transformers. Si bien sobra más de media hora de película centrada en caóticas y grandilocuentes batallas entre los Autobots y los Decepticons, se le ha de conceder el mérito de aportar grandes dosis de humor a un argumento que ya de por sí es de risa y que no hace falta ni destacar. La presencia de los robots buenos en la casa del protagonista es probablemente la mejor escena de la película, con la actuación de unos padres más histéricos por los destrozos en su jardín y las tendencias masturbatorias de su hijo que por la llegada del FBI a su hogar.
Todos los secundarios son de lujo. Desde el vendedor de coches de segunda mano y su educada madre al mismísimo perro lisiado, pasando por el ‘hacker’ negro y su primo practicando baile con la PlayStation. Todos aportan su chispa a la película y acompañan a un protagonista espléndido en sí mismo. Ni Optimus Prime ni Megatron ni otras chatarras de tres al cuarto. Shia LaBeouf es el gran acierto de Transformers. Aunque su filmografía no es para tirar cohetes (Yo, robot, la segunda parte de Los ángeles de Charlie, etcétera), su cometido en una superproducción como esta es más que digno. Corría el peligro de verse engullido por el protagonismo de esas horribles máquinas y finalmente, si algo queda es su papel de adolescente hiperactivo.
Por lo demás, Transformers va avanzando entre personajes más o menos imprescindibles sin lograr unir de forma coherente la trama de los militares en Qatar, la de los jóvenes informáticos en el Pentágono y la del protagonista y sus hormonas. Todo ello hasta culminar en un desenlace desmesurado en todos los aspectos. Demasiados minutos, demasiada gente, demasiada música (las películas de Michael Bay destacan más por su machacona banda sonora que por su talento), demasiado ruido, en definitiva.
Un capricho de dos niños adultos con pasta que puede sentar un terrible precedente. Si los de Disney lograron hacer de una atracción toda una saga de piratas caribeños, ¿Quién nos asegura que el día de mañana no acudamos en masa para ver las nuevas aventuras de Playmobil, Barbie & ken o los mismísimos Pin & Pon? Tiempo al tiempo. Si casi logran que llore por un amasijo de hierros, ¿qué no harán con mi querido Mr. Potato?
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