Tres platos deliciosos nos sirvió esta cocina del infierno (Hell's Kitchen Dance) en su debut. Fue el pasado 7 de julio dentro del programa del Festival de verano de Barcelona Grec 2006. La decepción era imposible, ya que venían avalados por un gran chef, el maestro letón afincado en Nueva York Mikhail Baryshnikov. Pero si las expectativas eran altas, la realidad las superó con creces.
Un equipo de jóvenes promesas interpretan la primera pieza Over/Come. Jóvenes que no tienen nada de pinches, pues su aportación a la cocina resulta imprescindible. Cuando además la materia prima es de primerísima calidad, como lo es una coreografía a cargo de Aszure Barton alegre, fuerte y vital, el resultado es impecable. La fiesta, la amistad, la juerga, los ligues, el amor, el sexo (qué manera tan exquisita de representar los cuerpos haciendo el amor, con qué movimientos tan bellos y tan complicados de ejecutar sin parecer caóticos). Son algunos de los ingredientes de juventud que conforman esta primera pieza en la que una joven de bellos rizos y paso firme, Ariel Freedman, representa la máxima expresión.
Enfrentarse a su juventud es lo que hace literalmente Baryshnikov en el segundo plato, Years later. Bailar consigo mismo, frente a una pantalla proyectando imágenes en blanco y negro de su pasado y su cuerpo veinteañeros, es, además de valiente y un tanto masoquista, la puesta en escena más expresiva y hermosa de lo que significa el paso del tiempo. Lejos de transmitir melancolía o tristeza, estados de ánimo que probablemente nos causaría al conjunto de mortales ese enfrentamiento con el pasado, la coreografía nos reconcilia con nuestra edad y nos reafirma que todo forma parte del ciclo vital.
El montaje podría resultar frío. Tampoco debe resultar fácil bailar frente a una pantalla gigante. Sin embargo, Baryshnikov, mediante juegos de sombras y canones rítmicos de una gran precisión con su yo virtual, consigue momentos extremadamente cálidos, sobre todo cuando la radiante Aszure Barton entra en escena y lo acompaña en su andadura por el túnel del tiempo.
Por último, madurez y juventud, maestría y aprendizaje, se funden en Come in. El chef y sus aprendices (por llamarlos de alguna forma) se traspasan mutuamente conocimientos. De fondo, los violines de una reiterativa y pausada melodía de Vladimir Martynov van marcando los pasos de la lección. El maestro sugiere. Los alumnos, en sus pupitres, absorben el temario como esponjas. Cada cual demuestra lo que sabe sin renunciar a sugerencias y aportaciones del de al lado. La suma de cada uno de ellos conforma un equipo capaz de llevar a cabo cualquier receta. Un exquisito postre para un exquisito menú. Tras probarlo, uno sólo puede desear dos cosas: repetir o catar nuevos sabores.
Un equipo de jóvenes promesas interpretan la primera pieza Over/Come. Jóvenes que no tienen nada de pinches, pues su aportación a la cocina resulta imprescindible. Cuando además la materia prima es de primerísima calidad, como lo es una coreografía a cargo de Aszure Barton alegre, fuerte y vital, el resultado es impecable. La fiesta, la amistad, la juerga, los ligues, el amor, el sexo (qué manera tan exquisita de representar los cuerpos haciendo el amor, con qué movimientos tan bellos y tan complicados de ejecutar sin parecer caóticos). Son algunos de los ingredientes de juventud que conforman esta primera pieza en la que una joven de bellos rizos y paso firme, Ariel Freedman, representa la máxima expresión.
Enfrentarse a su juventud es lo que hace literalmente Baryshnikov en el segundo plato, Years later. Bailar consigo mismo, frente a una pantalla proyectando imágenes en blanco y negro de su pasado y su cuerpo veinteañeros, es, además de valiente y un tanto masoquista, la puesta en escena más expresiva y hermosa de lo que significa el paso del tiempo. Lejos de transmitir melancolía o tristeza, estados de ánimo que probablemente nos causaría al conjunto de mortales ese enfrentamiento con el pasado, la coreografía nos reconcilia con nuestra edad y nos reafirma que todo forma parte del ciclo vital.
El montaje podría resultar frío. Tampoco debe resultar fácil bailar frente a una pantalla gigante. Sin embargo, Baryshnikov, mediante juegos de sombras y canones rítmicos de una gran precisión con su yo virtual, consigue momentos extremadamente cálidos, sobre todo cuando la radiante Aszure Barton entra en escena y lo acompaña en su andadura por el túnel del tiempo.
Por último, madurez y juventud, maestría y aprendizaje, se funden en Come in. El chef y sus aprendices (por llamarlos de alguna forma) se traspasan mutuamente conocimientos. De fondo, los violines de una reiterativa y pausada melodía de Vladimir Martynov van marcando los pasos de la lección. El maestro sugiere. Los alumnos, en sus pupitres, absorben el temario como esponjas. Cada cual demuestra lo que sabe sin renunciar a sugerencias y aportaciones del de al lado. La suma de cada uno de ellos conforma un equipo capaz de llevar a cabo cualquier receta. Un exquisito postre para un exquisito menú. Tras probarlo, uno sólo puede desear dos cosas: repetir o catar nuevos sabores.
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