La guerra de Irak, una vez más. Después de abordar el conflicto desde todos los ángulos posibles, de En el valle de Elah a En tierra hostil, nos llega una nueva propuesta ambientada en tan recientes acontecimientos. Parece como si la industria cinematográfica quisiera redimir ahora los pecados cometidos por los medios de comunicación en plena contienda, cuando la información quedó encubierta por la censura. Sin duda, más vale tarde que nunca.
A pesar del aluvión de cintas bélicas, Caza a la espía llega en el momento idóneo. Justo cuando George W. Bush tiene la desfachatez de publicar en sus memorias que él fue una voz disidente en el tema de Irak aterriza una cinta que desgrana al milímetro los falsos argumentos que nos condujeron, también a nosotros, a una guerra interesada. Y aunque en pantalla los disparos o las torturas despiadadas no son los protagonistas, nos encontramos sin duda ante la película que aborda el tema de la forma más valiente.
Tan valiente como los protagonistas reales en los que se inspira Caza a la espía. Valerie Plame, agente encubierta de la CIA, ve publicada su identidad en el periódico después de que su marido, el diplomático Joe Wilson, denunciara en el The New York Times la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak, la excusa con la que Bush Jr. y sus secuaces iniciaron los bombardeos. La cinta destapa sin tapujos los trapos sucios de una administración basada en la corrupción, la mentira y la venganza al más puro estilo de la Mafia siciliana.
Ahí están las imágenes reales de Bush denunciando la amenaza de las armas en Irak ante la ONU. O los bombardeos con los que se inició la guerra y que las televisiones de medio mundo retransmitieron en directo. Pero en la cinta no sólo quedan retratadas las sucias maniobras de un conflicto bélico sino también las fisuras, boquetes en algunos casos, por los que la democracia más orgullosa del mundo pierde todos sus principios.
El fanatismo y la falta de libertad de expresión encuentran su máximo exponente en la exaltada que increpa al diplomático con gritos de "comunista" o "traidor" por osar llevar la contraria al gobierno de la nación. Pero no es la única grieta de un sistema viciado. También quedan expuestos los métodos de un servicio de inteligencia que no duda en dejar con el culo al aire a sus informantes con tal de salvar el pellejo. Supuestos órganos independientes que al final están al servicio del mandatario de turno, sea éste un ex alcohólico arrepentido o la esperanza frustrada del Yes, we can.
Que nadie espere encontrar en Caza a la espía algún resquicio del Jason Bourne que rodó Doug Liman. Y mucho menos del Sr. y la Sra. Smith. Aquí las persecuciones no son en plena calle y con la adrenalina al límite sino desde la sombra, con mecanismos mucho más perversos y consecuencias más devastadoras. La película es tan meticulosa que puede llegar a resultar confusa en su primera mitad, repleta de términos tan llanos como uranio empobrecido o antiproliferación. Pero el impacto que provoca comprobar más adelante el juego sucio de Washington impacta más que cualquier escena de acción plagada de efectos. Aterroriza.
Como también aterra, por último, el talento de Naomi Watts y Sean Penn al frente de la película, que para sí quisieran los maniquíes Brangelina. La amiga australiana de Nicole Kidman hace ya tiempo que le hace sombra tras ir enlazando proyectos cada vez más prometedores. Pero lo de Sean Penn ya es admirable. Aúna la capacidad innata para interpretar con el compromiso por los temas más polémicos de su USA natal (ahí están también Pena de muerte o Milk para certificarlo). Sus agallas como actor tienen tanto mérito como las del embajador que se atrevió a contradecir a la Casa Blanca. Seguro que en sus oídos también resuenan los gritos de comunista y traidor.
A pesar del aluvión de cintas bélicas, Caza a la espía llega en el momento idóneo. Justo cuando George W. Bush tiene la desfachatez de publicar en sus memorias que él fue una voz disidente en el tema de Irak aterriza una cinta que desgrana al milímetro los falsos argumentos que nos condujeron, también a nosotros, a una guerra interesada. Y aunque en pantalla los disparos o las torturas despiadadas no son los protagonistas, nos encontramos sin duda ante la película que aborda el tema de la forma más valiente.
Tan valiente como los protagonistas reales en los que se inspira Caza a la espía. Valerie Plame, agente encubierta de la CIA, ve publicada su identidad en el periódico después de que su marido, el diplomático Joe Wilson, denunciara en el The New York Times la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak, la excusa con la que Bush Jr. y sus secuaces iniciaron los bombardeos. La cinta destapa sin tapujos los trapos sucios de una administración basada en la corrupción, la mentira y la venganza al más puro estilo de la Mafia siciliana.
Ahí están las imágenes reales de Bush denunciando la amenaza de las armas en Irak ante la ONU. O los bombardeos con los que se inició la guerra y que las televisiones de medio mundo retransmitieron en directo. Pero en la cinta no sólo quedan retratadas las sucias maniobras de un conflicto bélico sino también las fisuras, boquetes en algunos casos, por los que la democracia más orgullosa del mundo pierde todos sus principios.
El fanatismo y la falta de libertad de expresión encuentran su máximo exponente en la exaltada que increpa al diplomático con gritos de "comunista" o "traidor" por osar llevar la contraria al gobierno de la nación. Pero no es la única grieta de un sistema viciado. También quedan expuestos los métodos de un servicio de inteligencia que no duda en dejar con el culo al aire a sus informantes con tal de salvar el pellejo. Supuestos órganos independientes que al final están al servicio del mandatario de turno, sea éste un ex alcohólico arrepentido o la esperanza frustrada del Yes, we can.
Que nadie espere encontrar en Caza a la espía algún resquicio del Jason Bourne que rodó Doug Liman. Y mucho menos del Sr. y la Sra. Smith. Aquí las persecuciones no son en plena calle y con la adrenalina al límite sino desde la sombra, con mecanismos mucho más perversos y consecuencias más devastadoras. La película es tan meticulosa que puede llegar a resultar confusa en su primera mitad, repleta de términos tan llanos como uranio empobrecido o antiproliferación. Pero el impacto que provoca comprobar más adelante el juego sucio de Washington impacta más que cualquier escena de acción plagada de efectos. Aterroriza.
Como también aterra, por último, el talento de Naomi Watts y Sean Penn al frente de la película, que para sí quisieran los maniquíes Brangelina. La amiga australiana de Nicole Kidman hace ya tiempo que le hace sombra tras ir enlazando proyectos cada vez más prometedores. Pero lo de Sean Penn ya es admirable. Aúna la capacidad innata para interpretar con el compromiso por los temas más polémicos de su USA natal (ahí están también Pena de muerte o Milk para certificarlo). Sus agallas como actor tienen tanto mérito como las del embajador que se atrevió a contradecir a la Casa Blanca. Seguro que en sus oídos también resuenan los gritos de comunista y traidor.
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