La historia de un hombre que comienza su vida con el deterioro físico de un octogenario y que culmina sus días entre sollozos y gorgoritos se antojaba interesante. ¿Cómo afrontar el paso del tiempo a contracorriente del resto del mundo? La premisa de El curioso caso de Benjamin Button, en la que el protagonista rejuvenece con los años, prometía grandes dosis de reflexión en torno al tiempo y su gran influencia sobre nuestra vida y sobre nuestra muerte. Si además venía acompañado de una historia de amor destinada a ser una de las más hermosas del celuloide, la película tenía todos los números para convertirse en una multipremiada obra maestra.
Una vez estrenado el filme, en el momento en que los vaticinios han dado paso a los hechos, es cuando se han producido las opiniones radicalmente opuestas y cuando la previsible lluvia de premios ha devenido simplemente en llovizna. Para muchos, David Fincher aprueba con matrícula su primera incursión en el género romántico, proporcionando al espectador una joya cinematográfica destinada a formar parte de la historia del cine con mayúsculas. Para otros, entre los que me incluyo, El curioso caso de Benjamin Button ha supuesto una notable decepción. Todas las expectativas, toda su ambición, se han visto incumplidas por un filme desmedido que no ha sabido aprovechar el filón de una propuesta más que interesante.
La angustia de un ser que alcanza los años mozos mientras su entorno va envejeciendo queda deslucida por un relato que se preocupa más por abarcar el máximo de anécdotas posible que por mostrar el tormento de su atípico protagonista. Lo mismo ocurre con la relación en el tiempo de Benjamin y su amada Daisy, prometedora historia de amor que jamás logra despertar la pasión del espectador debido, en parte, a la frialdad con la que se narran los acontecimientos.
La trama arranca prometedora, cuando un padre conmocionado por la muerte de su esposa durante el parto y por la monstruosidad de su recién nacido, decide abandonarlo a las puertas de una residencia de la tercera edad en Nueva Orleans. La relación de un grupo de ancianos con un pie en la tumba y un pequeño aquejado de sus mismos males constituye el tipo de anécdota que la película podría explotar más a menudo a lo largo del metraje para lograr un relato parecido al de Forrest Gump, plagado de toques humorísticos que la convierten en mucho más amena que la nueva propuesta del guionista Eric Roth.
Y es que el relato se detiene demasiado tiempo y en demasiadas ocasiones en retazos de la vida de Benjamin para luego pasar por encima de otros de manera acelerada y superficial. Mientras la niñez-vejez del personaje se nos muestra con todo lujo de detalles, el filme nos resume sus últimos días en apenas unos minutos, cuando resulta mucho más interesante a nivel dramático conocer su vejez desde la juventud. Fincher no nos deja tiempo para asimilar la decadencia del protagonista, para entender la desazón de su amada ante su chocante senilidad en el cuerpo de un niño. Por el camino, ha perdido el tiempo en prescindibles batallitas y en alardes técnicos que sólo sirven para engrosar el metraje de un filme descompensado (véase el momento submarino en plena contienda mundial).
Los actores tampoco contribuyen a hacer más profunda El curioso caso de Benjamin Button. Tras las incalculables capas de maquillaje no encontramos ningún momento para la posteridad en las interpretaciones de Cate Blanchett y Brad Pitt, tan insípidas como frías, ni tampoco en la también nominada al Oscar Taraji P. Henson. Sólo los académicos sabrán los criterios mediante los cuáles decidieron obviar a Leonardo DiCaprio en Revolutionary road en favor de Brad Pitt. O el motivo por el que la película menos fincheriana de David Fincher acapara nominaciones en detrimento de sus trepidantes predecesoras, que jamás lograron ninguna. En todo caso, se manifiesta la división de opiniones en torno a un filme que busca agradar pero que no siempre lo consigue.
Una vez estrenado el filme, en el momento en que los vaticinios han dado paso a los hechos, es cuando se han producido las opiniones radicalmente opuestas y cuando la previsible lluvia de premios ha devenido simplemente en llovizna. Para muchos, David Fincher aprueba con matrícula su primera incursión en el género romántico, proporcionando al espectador una joya cinematográfica destinada a formar parte de la historia del cine con mayúsculas. Para otros, entre los que me incluyo, El curioso caso de Benjamin Button ha supuesto una notable decepción. Todas las expectativas, toda su ambición, se han visto incumplidas por un filme desmedido que no ha sabido aprovechar el filón de una propuesta más que interesante.
La angustia de un ser que alcanza los años mozos mientras su entorno va envejeciendo queda deslucida por un relato que se preocupa más por abarcar el máximo de anécdotas posible que por mostrar el tormento de su atípico protagonista. Lo mismo ocurre con la relación en el tiempo de Benjamin y su amada Daisy, prometedora historia de amor que jamás logra despertar la pasión del espectador debido, en parte, a la frialdad con la que se narran los acontecimientos.
La trama arranca prometedora, cuando un padre conmocionado por la muerte de su esposa durante el parto y por la monstruosidad de su recién nacido, decide abandonarlo a las puertas de una residencia de la tercera edad en Nueva Orleans. La relación de un grupo de ancianos con un pie en la tumba y un pequeño aquejado de sus mismos males constituye el tipo de anécdota que la película podría explotar más a menudo a lo largo del metraje para lograr un relato parecido al de Forrest Gump, plagado de toques humorísticos que la convierten en mucho más amena que la nueva propuesta del guionista Eric Roth.
Y es que el relato se detiene demasiado tiempo y en demasiadas ocasiones en retazos de la vida de Benjamin para luego pasar por encima de otros de manera acelerada y superficial. Mientras la niñez-vejez del personaje se nos muestra con todo lujo de detalles, el filme nos resume sus últimos días en apenas unos minutos, cuando resulta mucho más interesante a nivel dramático conocer su vejez desde la juventud. Fincher no nos deja tiempo para asimilar la decadencia del protagonista, para entender la desazón de su amada ante su chocante senilidad en el cuerpo de un niño. Por el camino, ha perdido el tiempo en prescindibles batallitas y en alardes técnicos que sólo sirven para engrosar el metraje de un filme descompensado (véase el momento submarino en plena contienda mundial).
Los actores tampoco contribuyen a hacer más profunda El curioso caso de Benjamin Button. Tras las incalculables capas de maquillaje no encontramos ningún momento para la posteridad en las interpretaciones de Cate Blanchett y Brad Pitt, tan insípidas como frías, ni tampoco en la también nominada al Oscar Taraji P. Henson. Sólo los académicos sabrán los criterios mediante los cuáles decidieron obviar a Leonardo DiCaprio en Revolutionary road en favor de Brad Pitt. O el motivo por el que la película menos fincheriana de David Fincher acapara nominaciones en detrimento de sus trepidantes predecesoras, que jamás lograron ninguna. En todo caso, se manifiesta la división de opiniones en torno a un filme que busca agradar pero que no siempre lo consigue.
Comentarios