Tan difícil como que se alineen los astros es que un director logre reunir todos los elementos necesarios para orquestar una obra maestra. Y más complicado todavía, por no decir inaudito, es que una misma persona repita la hazaña en tres ocasiones seguidas. Sus tres primeras ocasiones, nada más y nada menos. Stephen Daldry ha completado de nuevo un filme del que apenas puede destacarse nada porque todos y cada uno de los engranajes que lo conforman están perfectamente diseñados. Nada chirría y todo contribuye a engendrar la que ya es, de sus tres joyas, la más perfecta.
Una vez más, el director británico ha sabido seleccionar materia prima de la más alta calidad. Comenzando por un amigo que, desde luego, es todo un tesoro, llamado David Hare y terminando por unos productores que, a pesar de las disputas y las diferencias, fomentadas en su mayoría por el polémico Harvey Weinstein, han sabido situar a El lector donde se merece, en la lucha por el Oscar a la mejor película del año.
La base del filme ya es todo un acierto. Bernhard Schlink, abogado y casi desconocido escritor alemán, salió de su anonimato en 1995 gracias a una novela parcialmente autobiográfica en la que el nazismo se planteaba desde uno de los pocos prismas que sobre esta barbarie todavía quedaban por explorar. El libro situaba al lector en la tesitura de empatizar con la guardiana de un campo de concentración acusada de crímenes de guerra. La adaptación a la pantalla realizada por Hare no sólo no ha ignorado tan espinoso planteamiento sino que ha presentado el dilema de forma muy elegante e inteligente.
“No se trata de juzgar según nuestras leyes actuales, sino según el régimen legal de la época” reflexiona el profesor de derecho del joven protagonista sobre los juicios que se llevaron a cabo en Alemania varios años después de la II Guerra Mundial. Para Hanna Schmitz, sus actuaciones, por muy macabras que pudieran ser, eran sólo obediencias de su contrato laboral. De ahí que muchos vieran en los subalternos del régimen nazi juzgados unos cabezas de turco ideales para limpiar la conciencia de la sociedad alemana. “¿Y usted qué hubiera hecho en mi lugar?” le plantea la acusada al juez en uno de los momentos más tensos y reveladores de la película.
Los que opinen que reflexiones de este tipo equivalen a un posicionamiento claro a favor del nazismo han obviado deliberadamente los pasajes que hacen de este filme una obra seria, madura y, sobre todo, respetuosa. Sorprendente es que no se muestren imágenes del campo de concentración en pleno apogeo ni que se recurra al flashback para recalcar los horripilantes hechos de los que la protagonista formó parte. Sorprendente y de agradecer, porque por primera vez el holocausto judío en el cine se trata más con la cabeza que con el corazón.
Donde los astros sí parecen haber jugado de forma determinante es en la elección final de la actriz que ha dado vida a Hanna Schmitz. Si no hubiera sido por un inesperado contratiempo, Nicole Kidman y sus toxinas botulínicas encabezarían el cartel de la película. Decisión que hubiera resultado contraproducente para un papel ávido de matices. Sólo Winslet, con su innata naturalidad para interpretar, podría impregnar al personaje de las miradas y de los gestos que requiere para conmover al espectador.
La relación de Hanna Schmitz y el jovencísimo Michael Berg que ocupa la primera parte del filme se trata con tan absoluta delicadeza y naturalidad que apenas puede despertar rechazo en la platea más reaccionaria. Ni siquiera los desnudos integrales, de tan bellos, pueden herir sensibilidad alguna. En todo caso, si por algo se caracteriza esta exquisita obra es por hacer florecer los sentimientos del espectador. Una obra que remueve por dentro y que nos planta justo delante del perdón, eso que a los humanos tanto nos cuesta reconocer. Por El lector, y toda su excelencia de principio a fin, y por sus dos joyas anteriores, Stephen Daldry se sitúa de forma directa en lo más alto del podio de mis directores favoritos.
Una vez más, el director británico ha sabido seleccionar materia prima de la más alta calidad. Comenzando por un amigo que, desde luego, es todo un tesoro, llamado David Hare y terminando por unos productores que, a pesar de las disputas y las diferencias, fomentadas en su mayoría por el polémico Harvey Weinstein, han sabido situar a El lector donde se merece, en la lucha por el Oscar a la mejor película del año.
La base del filme ya es todo un acierto. Bernhard Schlink, abogado y casi desconocido escritor alemán, salió de su anonimato en 1995 gracias a una novela parcialmente autobiográfica en la que el nazismo se planteaba desde uno de los pocos prismas que sobre esta barbarie todavía quedaban por explorar. El libro situaba al lector en la tesitura de empatizar con la guardiana de un campo de concentración acusada de crímenes de guerra. La adaptación a la pantalla realizada por Hare no sólo no ha ignorado tan espinoso planteamiento sino que ha presentado el dilema de forma muy elegante e inteligente.
“No se trata de juzgar según nuestras leyes actuales, sino según el régimen legal de la época” reflexiona el profesor de derecho del joven protagonista sobre los juicios que se llevaron a cabo en Alemania varios años después de la II Guerra Mundial. Para Hanna Schmitz, sus actuaciones, por muy macabras que pudieran ser, eran sólo obediencias de su contrato laboral. De ahí que muchos vieran en los subalternos del régimen nazi juzgados unos cabezas de turco ideales para limpiar la conciencia de la sociedad alemana. “¿Y usted qué hubiera hecho en mi lugar?” le plantea la acusada al juez en uno de los momentos más tensos y reveladores de la película.
Los que opinen que reflexiones de este tipo equivalen a un posicionamiento claro a favor del nazismo han obviado deliberadamente los pasajes que hacen de este filme una obra seria, madura y, sobre todo, respetuosa. Sorprendente es que no se muestren imágenes del campo de concentración en pleno apogeo ni que se recurra al flashback para recalcar los horripilantes hechos de los que la protagonista formó parte. Sorprendente y de agradecer, porque por primera vez el holocausto judío en el cine se trata más con la cabeza que con el corazón.
Donde los astros sí parecen haber jugado de forma determinante es en la elección final de la actriz que ha dado vida a Hanna Schmitz. Si no hubiera sido por un inesperado contratiempo, Nicole Kidman y sus toxinas botulínicas encabezarían el cartel de la película. Decisión que hubiera resultado contraproducente para un papel ávido de matices. Sólo Winslet, con su innata naturalidad para interpretar, podría impregnar al personaje de las miradas y de los gestos que requiere para conmover al espectador.
La relación de Hanna Schmitz y el jovencísimo Michael Berg que ocupa la primera parte del filme se trata con tan absoluta delicadeza y naturalidad que apenas puede despertar rechazo en la platea más reaccionaria. Ni siquiera los desnudos integrales, de tan bellos, pueden herir sensibilidad alguna. En todo caso, si por algo se caracteriza esta exquisita obra es por hacer florecer los sentimientos del espectador. Una obra que remueve por dentro y que nos planta justo delante del perdón, eso que a los humanos tanto nos cuesta reconocer. Por El lector, y toda su excelencia de principio a fin, y por sus dos joyas anteriores, Stephen Daldry se sitúa de forma directa en lo más alto del podio de mis directores favoritos.
Comentarios
Bonita reseña... como ya te dije en el buzón de FA.
A mí personalmente me agrada mucho cuando un crítico escribe de lo que le gusta con esa pasión y con ese, si cabe, amor por determinada película o artista.
Noto que te gusta mucho Kate Winslet, ¿es ella tu actriz favorita?
Saludos,