Los cuentos son reiteradamente denostados por la crítica. Parece que el cine no pueda tener un lugar para las historias que desembocan de forma inevitable en un final feliz, como si el espectador no tuviera derecho a soñar o como si la vida equivaliera siempre a una cruda realidad. De ahí que Slumdog millionaire, por todos los inverosímiles sucesos que acontecen a su protagonista, sea introducida por la vía directa en ese saco de filmes tramposos al que tanto recurren los críticos más sesudos.
Es evidente que el filme manipula la realidad para adecuarla a un relato de sucesivas desgracias que culminan en un utópico desenlace. El espectador tiene bien claro que las preguntas de Quien quiere ser millonario coinciden con las vivencias del protagonista gracias a la pericia del guionista de Full monty, Simon Beaufoy, y que muchas de las situaciones son forzadas casualidades. Sin embargo, la mayoría parece acogerlas con gusto, sobre todo teniendo en cuenta que no será la primera ni la última película que esquiva por momentos la verosimilitud para ofrecer una visión más optimista de la vida.
Ahora que ya sabemos que Slumdog Millionaire es la gran triunfadora del año y que ha logrado desbancar en la lucha por el oscar a grandes pesos pesados como El curioso caso de Benjamin Button, conviene valorar el filme como lo que es: un cuento moderno ambientado en la India más humilde y desamparada. Si además tenemos en cuenta su increíble evolución desde el rechazo de los estudios, cuando la cinta corría el riesgo de estrenarse directamente en DVD, hasta convertirse en la gallina de los huevos de oro, entenderemos aún más que en esta vida todavía existen razones para el optimismo.
El filme arranca vibrante, con un joven indio de nombre Jamal acusado de hacer trampas en el concurso Quien quiere ser millonario y que comienza a narrar a la policía las coincidencias entre las preguntas del programa y sus vivencias. Danny Boyle nos ofrece la niñez de Jamal en un barrio de chabolas de Mumbai a ritmo de música machacona y de videoclip. Eso no le impide mostrarnos la realidad de un país que más de uno querrá evitar como destino turístico tras contemplar en la cinta su cara menos vista. Y es que si el filme conduce con rumbo fijo hacia el happy end, por el camino no evita pasar por la crudeza y la miseria de la India más desconocida.
Puede que el límite entre la bondad y la maldad sea muy forzado o que el destino de algunos personajes, como el de Latika, resulte demasiado previsible, pero la película no pierde en ningún momento el sentido del ritmo. La belleza formal de imágenes como la de la lavandería más grande del mundo junto al vertiginoso montaje conforman un filme ágil que no da pie al aburrimiento. Pero reducir Slumdog Millionaire a un mero producto de entretenimiento sería desafortunado. La película constituye un canto a la amistad y al amor pero también una crítica a las desigualdades sociales de la economía actual o a la hipocresía del turismo occidental.
La imagen de Jamal y su amigo Salim desde lo alto de unos inmensos edificios en construcción sobre el que fuera su antiguo barrio de chabolas es una de las más evocadoras de la película. Lo mismo ocurre con la secuencia de los turistas en el Taj Majal, muestra de esa estúpida raza de humanos más pendiente de la guía y la cámara de fotos que de la propia experiencia de viajar. Por lo tanto, entre peripecia y peripecia del protagonista, el director británico nos cuela interesantes reflexiones sobre esa desproporcionada relación entre oriente y occidente, entre los mal llamados tercer y primer mundo.
Sobre la tortuosa historia de amor de Jamal y Latika y el porvenir del chico en el programa de televisión, desenlaces excesivamente forzados para algunos, sólo haría hincapié si resultaran lo más destacable de la película. El final feliz era sólo una alternativa, acertada para mi gusto, de una historia que prefiere la sonrisa al llanto, el cuento por encima de la tragedia, pero que en su planteamiento despierta sentidos y mantiene expectante. ¿Que Boyle usa trucos baratos para vender la cinta? Pues hagamos igual que con los magos: sentarnos, soñar y dejarnos llevar.
Es evidente que el filme manipula la realidad para adecuarla a un relato de sucesivas desgracias que culminan en un utópico desenlace. El espectador tiene bien claro que las preguntas de Quien quiere ser millonario coinciden con las vivencias del protagonista gracias a la pericia del guionista de Full monty, Simon Beaufoy, y que muchas de las situaciones son forzadas casualidades. Sin embargo, la mayoría parece acogerlas con gusto, sobre todo teniendo en cuenta que no será la primera ni la última película que esquiva por momentos la verosimilitud para ofrecer una visión más optimista de la vida.
Ahora que ya sabemos que Slumdog Millionaire es la gran triunfadora del año y que ha logrado desbancar en la lucha por el oscar a grandes pesos pesados como El curioso caso de Benjamin Button, conviene valorar el filme como lo que es: un cuento moderno ambientado en la India más humilde y desamparada. Si además tenemos en cuenta su increíble evolución desde el rechazo de los estudios, cuando la cinta corría el riesgo de estrenarse directamente en DVD, hasta convertirse en la gallina de los huevos de oro, entenderemos aún más que en esta vida todavía existen razones para el optimismo.
El filme arranca vibrante, con un joven indio de nombre Jamal acusado de hacer trampas en el concurso Quien quiere ser millonario y que comienza a narrar a la policía las coincidencias entre las preguntas del programa y sus vivencias. Danny Boyle nos ofrece la niñez de Jamal en un barrio de chabolas de Mumbai a ritmo de música machacona y de videoclip. Eso no le impide mostrarnos la realidad de un país que más de uno querrá evitar como destino turístico tras contemplar en la cinta su cara menos vista. Y es que si el filme conduce con rumbo fijo hacia el happy end, por el camino no evita pasar por la crudeza y la miseria de la India más desconocida.
Puede que el límite entre la bondad y la maldad sea muy forzado o que el destino de algunos personajes, como el de Latika, resulte demasiado previsible, pero la película no pierde en ningún momento el sentido del ritmo. La belleza formal de imágenes como la de la lavandería más grande del mundo junto al vertiginoso montaje conforman un filme ágil que no da pie al aburrimiento. Pero reducir Slumdog Millionaire a un mero producto de entretenimiento sería desafortunado. La película constituye un canto a la amistad y al amor pero también una crítica a las desigualdades sociales de la economía actual o a la hipocresía del turismo occidental.
La imagen de Jamal y su amigo Salim desde lo alto de unos inmensos edificios en construcción sobre el que fuera su antiguo barrio de chabolas es una de las más evocadoras de la película. Lo mismo ocurre con la secuencia de los turistas en el Taj Majal, muestra de esa estúpida raza de humanos más pendiente de la guía y la cámara de fotos que de la propia experiencia de viajar. Por lo tanto, entre peripecia y peripecia del protagonista, el director británico nos cuela interesantes reflexiones sobre esa desproporcionada relación entre oriente y occidente, entre los mal llamados tercer y primer mundo.
Sobre la tortuosa historia de amor de Jamal y Latika y el porvenir del chico en el programa de televisión, desenlaces excesivamente forzados para algunos, sólo haría hincapié si resultaran lo más destacable de la película. El final feliz era sólo una alternativa, acertada para mi gusto, de una historia que prefiere la sonrisa al llanto, el cuento por encima de la tragedia, pero que en su planteamiento despierta sentidos y mantiene expectante. ¿Que Boyle usa trucos baratos para vender la cinta? Pues hagamos igual que con los magos: sentarnos, soñar y dejarnos llevar.
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