Mejor película
Hace cuatro años que la Academia de Hollywood decidió expandir hasta un máximo de 10 el número de candidatas al Oscar a mejor película con una doble intención: subir los audímetros de la ceremonia gracias a una mayor diversidad de fans y engrosar la taquilla con más nominadas. Pues bien, según la Entertainment Weekly ninguno de los objetivos se ha alcanzado con un éxito arrebatador. Las audiencias de televisión apenas han subido un 7% y sólo las películas independientes han obtenido un ligero aumento de ingresos. La artimaña tampoco se ha traducido en un mayor reparto de premios, ya que finalmente la lucha siempre termina siendo entre dos o tres favoritas. Y para colmo, ni siquiera ha supuesto una oportunidad para brindarle una mención especial a grandes películas que jamás optarían a un Oscar pero que se han ganado el beneplácito de crítica y público.
Tal es el caso de La vida de Adèle, para muchos la mejor película del año y cuya procedencia francesa no debería haber mermado sus posibilidades en los galardones de la meca del cine. Más allá de las aventuras exóticas, menos se entienden las ausencias de Agosto (una cinta basada en las interpretaciones con mucha más entidad que La gran estafa americana), Prisioneros o Rush, que han despertado más entusiasmo que Dallas Buyers Club o Philomena, dos dramas con tintes telefílmicos en los que únicamente sobresalen los papeles protagonistas. En una campaña ideal, el gran duelo se presentaría entre Gravity y Her.
Mejor director
Pocos discutirán que Alfonso Cuarón ha sido el director del año (y seguramente de los últimos tiempos) revolucionando con una idea sencilla la historia del cine. Si Gravity es una experiencia irrepetible ha sido gracias a él. Lástima que los votantes hayan decidido precipitarse seleccionando a dos de sus predilecciones, David O. Russell y Alexander Payne, que ni con La gran estafa americana ni Nebraska (¿por qué ese blanco y negro?) han estado a la altura de una obra maestra. Por el contrario, Paul Greengrass ha regresado a sus mejores tiempos, los de United 93, con la adrenalínica Capitán Philips, mientras que Abdellatif Kechiche ha demostrado que con tiranía y explotación laboral pueden lograrse filmes que desprenden justo lo contrario.
Mejor actriz
Como ocurrió con Penélope Cruz o Marion Cotillard. La Academia siempre deja un hueco para estrellas emergentes y extranjeras que finalmente terminan subiendo al escenario para recoger su Oscar. De ahí que no se entienda el desplante a una de las mejores interpretaciones, sino la mejor, del último año. Por su naturalidad, por la evolución de su personaje, por esas escenas de sexo cercanas y puras, incluso por ese duro sometimiento a las exigencias del director. Por todo ello, Adèle Exarchopoulos merecía aparecer en pantalla el próximo domingo junto a Cate Blanchett, Meryl Streep, Sandra Bullock y Amy Adams. A todas ellas se las hubiera comido con patatas en la alfombra roja. Puede que incluso en las votaciones. Una pena.
Mejor actor
Los académicos han perdido una gran oportunidad para reunir en esta categoría a cinco pesos pesados de la industria. Porque este año los actores reivindican su puesto en la pasarela e incluso logran eclipsar a sus compañeras, que son las que suelen atraer los objetivos. La presencia de Leonardo DiCaprio y Matthew McConaughey es indiscutible pero la carrera podría haber resultado mucho más reñida con las nominaciones de Tom Hanks, que este año ha regresado por todo lo alto con Al encuentro de Mr. Banks y sobre todo con Capitán Philips, y Joaquin Phoenix, irreconocible en esta nueva faceta de corderito degollado por un sistema operativo llamado Samantha. Pero al ausencia más inexplicable es la de Hugh Jackman, que después de culminar sus dotes teatrales con Los miserables demuestra un talento incuestionable con el drama negro Prisioneros. Incomprensible.
Mejor actriz secundaria
Como decía, es el apartado más acertado y en el que resulta más complicado prescindir de una de las candidatas para hacerle un hueco a otra de las sorpresas del año, esa Scarlett Johansson que sin mostrar su belleza en pantalla logra enamorar no sólo a Joaquin Phoenix sino a toda la platea. Su nominación habría aumentado las posibilidades de Her y su victoria hubiera significado una grata apuesta de la Academia. Puestos a escoger, la ausencia de Sally Hawkins en la lista de candidatas a mejor interpretación secundaria sería la menos traumática, sobre todo si nos fijamos en que su papel en Blue Jasmine no es tan diferente del de Happy. Un cuento sobre la felicidad. Aún así, con todo el dolor de mi corazón. Pero Samantha es mucha Samantha.
Mejor actor secundario
Que este es el año, y ya lleva unos cuantos, de Matthew McConaughey, podría haberse demostrado con una doble nominación. Porque, puestos a escoger, su breve aparición en El lobo de Wall Street es de aquellas que quedan grabadas en la retina. Y esa es tarea muy complicada en una película en la que todos están pasados de rosca sin chirriar en ningún momento. Michael Fassbender, a pesar de su postureo anti-galardones, lleva pidiendo a gritos desde hace tiempo un reconocimiento. La ausencia de Jared Leto, con una interpretación tan al gusto de los académicos, sería prácticamente un crimen, como ignorar el aterrador debut de Barkhad Adhi. Pero es que si alguien ha dado un paso de gigante en su carrera este año no es otro que Jake Gyllenhaal, fascinante en Prisioneros y en la inminente Enemy.
Hace cuatro años que la Academia de Hollywood decidió expandir hasta un máximo de 10 el número de candidatas al Oscar a mejor película con una doble intención: subir los audímetros de la ceremonia gracias a una mayor diversidad de fans y engrosar la taquilla con más nominadas. Pues bien, según la Entertainment Weekly ninguno de los objetivos se ha alcanzado con un éxito arrebatador. Las audiencias de televisión apenas han subido un 7% y sólo las películas independientes han obtenido un ligero aumento de ingresos. La artimaña tampoco se ha traducido en un mayor reparto de premios, ya que finalmente la lucha siempre termina siendo entre dos o tres favoritas. Y para colmo, ni siquiera ha supuesto una oportunidad para brindarle una mención especial a grandes películas que jamás optarían a un Oscar pero que se han ganado el beneplácito de crítica y público.
Tal es el caso de La vida de Adèle, para muchos la mejor película del año y cuya procedencia francesa no debería haber mermado sus posibilidades en los galardones de la meca del cine. Más allá de las aventuras exóticas, menos se entienden las ausencias de Agosto (una cinta basada en las interpretaciones con mucha más entidad que La gran estafa americana), Prisioneros o Rush, que han despertado más entusiasmo que Dallas Buyers Club o Philomena, dos dramas con tintes telefílmicos en los que únicamente sobresalen los papeles protagonistas. En una campaña ideal, el gran duelo se presentaría entre Gravity y Her.
Mejor director
Pocos discutirán que Alfonso Cuarón ha sido el director del año (y seguramente de los últimos tiempos) revolucionando con una idea sencilla la historia del cine. Si Gravity es una experiencia irrepetible ha sido gracias a él. Lástima que los votantes hayan decidido precipitarse seleccionando a dos de sus predilecciones, David O. Russell y Alexander Payne, que ni con La gran estafa americana ni Nebraska (¿por qué ese blanco y negro?) han estado a la altura de una obra maestra. Por el contrario, Paul Greengrass ha regresado a sus mejores tiempos, los de United 93, con la adrenalínica Capitán Philips, mientras que Abdellatif Kechiche ha demostrado que con tiranía y explotación laboral pueden lograrse filmes que desprenden justo lo contrario.
Mejor actriz
Como ocurrió con Penélope Cruz o Marion Cotillard. La Academia siempre deja un hueco para estrellas emergentes y extranjeras que finalmente terminan subiendo al escenario para recoger su Oscar. De ahí que no se entienda el desplante a una de las mejores interpretaciones, sino la mejor, del último año. Por su naturalidad, por la evolución de su personaje, por esas escenas de sexo cercanas y puras, incluso por ese duro sometimiento a las exigencias del director. Por todo ello, Adèle Exarchopoulos merecía aparecer en pantalla el próximo domingo junto a Cate Blanchett, Meryl Streep, Sandra Bullock y Amy Adams. A todas ellas se las hubiera comido con patatas en la alfombra roja. Puede que incluso en las votaciones. Una pena.
Mejor actor
Los académicos han perdido una gran oportunidad para reunir en esta categoría a cinco pesos pesados de la industria. Porque este año los actores reivindican su puesto en la pasarela e incluso logran eclipsar a sus compañeras, que son las que suelen atraer los objetivos. La presencia de Leonardo DiCaprio y Matthew McConaughey es indiscutible pero la carrera podría haber resultado mucho más reñida con las nominaciones de Tom Hanks, que este año ha regresado por todo lo alto con Al encuentro de Mr. Banks y sobre todo con Capitán Philips, y Joaquin Phoenix, irreconocible en esta nueva faceta de corderito degollado por un sistema operativo llamado Samantha. Pero al ausencia más inexplicable es la de Hugh Jackman, que después de culminar sus dotes teatrales con Los miserables demuestra un talento incuestionable con el drama negro Prisioneros. Incomprensible.
Mejor actriz secundaria
Como decía, es el apartado más acertado y en el que resulta más complicado prescindir de una de las candidatas para hacerle un hueco a otra de las sorpresas del año, esa Scarlett Johansson que sin mostrar su belleza en pantalla logra enamorar no sólo a Joaquin Phoenix sino a toda la platea. Su nominación habría aumentado las posibilidades de Her y su victoria hubiera significado una grata apuesta de la Academia. Puestos a escoger, la ausencia de Sally Hawkins en la lista de candidatas a mejor interpretación secundaria sería la menos traumática, sobre todo si nos fijamos en que su papel en Blue Jasmine no es tan diferente del de Happy. Un cuento sobre la felicidad. Aún así, con todo el dolor de mi corazón. Pero Samantha es mucha Samantha.
Mejor actor secundario
Que este es el año, y ya lleva unos cuantos, de Matthew McConaughey, podría haberse demostrado con una doble nominación. Porque, puestos a escoger, su breve aparición en El lobo de Wall Street es de aquellas que quedan grabadas en la retina. Y esa es tarea muy complicada en una película en la que todos están pasados de rosca sin chirriar en ningún momento. Michael Fassbender, a pesar de su postureo anti-galardones, lleva pidiendo a gritos desde hace tiempo un reconocimiento. La ausencia de Jared Leto, con una interpretación tan al gusto de los académicos, sería prácticamente un crimen, como ignorar el aterrador debut de Barkhad Adhi. Pero es que si alguien ha dado un paso de gigante en su carrera este año no es otro que Jake Gyllenhaal, fascinante en Prisioneros y en la inminente Enemy.
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