
Ellos, y no los niños, son el motivo por el que en esta ocasión el realizador de Maryland ha decidido obsequiarnos con una versión, francamente particular, de un libro infantil muy popular al otro lado del charco. Tiesas deben haberse quedado estas pobres criaturas en cuanto hayan comprobado, al poco de empezar la película, que detrás de esos maravillosos monstruos lo único que se escondía es otra excentricidad de Spike Jonze, desde luego, no apta para todos los públicos.
Donde viven los monstruos es una película inclasificable. A pesar de los esfuerzos por encontrarle algún significado, lo cierto es que de su visionado ni siquiera se desprende una simple moraleja. Lo peor es que su promoción puede haber inducido a engaño, ya que en mi sala de proyección varios padres entraron ilusionados con sus niños de la mano y algunos, al rato, huyeron despavoridos con cara de estupefacción.

La película podría ser una reflexión sobre la educación infantil, ya que el niño protagonista acude al lugar donde habitan estos seres extraños tras una pelea con su madre. Sin embargo, no puede extraerse ningún tipo de lectura ni en su comportamiento posterior ni el de su alter ego monstruoso, un tal Carol bastante más mono y simpático en las imágenes que al natural. Ambos son celosos y rebeldes, dos mentes que se sienten incomprendidas por su entorno. Si tuviera que apostar por algún mensaje diría, totalmente cogido con pinzas, que en la falta de comunicación podría estar el quid de la cuestión. Pero prefiero dejar esa tarea a los que ya realizaron el esfuerzo de buscar significados en El ladrón de orquídeas y Cómo ser John Malkovich.

Esto, que para la mayoría de mortales no sería más que una extravagancia pretenciosa, en el lugar donde habitan los críticos e intelectuales de alta esfera supone una auténtica revelación. “El problema con estos personajes no es tanto sus personalidades, sino el modo en que los guionistas Jonze y Eggers los han convertido en adultos neuróticos con relaciones disfuncionales”; “El éxito del film se mide mejor por su simplicidad y la pureza de su innovación”; “El grado de expresión y sentimiento -de contenerlo y transmitirlo- que consiguen los muñecazos, convierten en más surrealista y metafórico aún el contenido del cuento”. Lo dicho. Hace falta ser redomadamente ‘cool’ para extraer tanto jugo donde no lo hay.
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