La gran proeza de Ethan y Joel Coen con No es país para viejos no es otra que adaptar de forma tan sumamente fiel la novela de Cormac McCarthy, cometido nada desdeñable si tenemos en cuenta que se trata de una narración bastante compleja carente de estilo directo y plagada de diferentes tipos de narradores. El gran logro de la película es alumbrar la trama de un libro en el que resulta tan complicado identificar a los distintos personajes. Y, sobre todo, reflejar de manera tan minuciosa algunos pasajes inolvidables de la historia.
Al lector de No es país para viejos le habrá resultado muy sencillo, y también muy gratificante, identificar en pantalla las imágenes creadas durante la lectura como la persecución nocturna hasta el río, el sistema de ventilación de un motel de carretera como escondite o los encuentros del psicópata Chigurh con un grupo de jóvenes que a cambio de un puñado de dólares le ofrecen gustosos su camisa al asesino. No es país para viejos, la película, es tan fidedigna a la novela de origen que ni siquiera se pierden por el camino el espíritu y la atmósfera impregnadas por McCarthy.
Es más, el cotizado autor estadounidense debe estar muy agradecido a los no menos cotizados hermanos Coen por dotar a su obra de un nuevo sello personal sin vulnerar en ningún momento su propia esencia. Así, nos encontramos con una No es país para viejos tan mccarthyniana como coeniana, con todo lo bueno y lo malo que esto puede implicar.
Lo bueno, adaptación aparte, lo encontramos en una factura audiovisual impecable, en la belleza formal de unas imágenes mimadas al detalle. La puesta en escena marca insignia de los Coen impregna cada plano, cada secuencia de un filme estéticamente irreprochable. Planos subjetivos en forma de prismáticos, cenitales omnipresentes, casi místicos, panorámicas de inabarcables y desoladores paisajes desérticos. Una fotografía tan contundente que apenas requiere de una banda sonora que la acompañe. Sobriedad y frialdad que marcan tanto al relato como a los personajes que lo conforman.
Sin embargo, en este caso pierde fuerza la máxima de que una imagen vale más que mil palabras, ya que sobriedad y frialdad juegan en contra de una historia de personajes en la que precisamente lo que menos se desprende son sus motivaciones. El narrador omnisciente y la voz en primera persona del sheriff Ed Tom Bell en la novela original ayudan al lector a conocer el porqué de las actuaciones de los diferentes protagonistas y el porqué de un título tan claro en intenciones como el de No es país para viejos. Su lectura puede ayudar en cierta manera a entender tan desconcertante e imprevisto final en el largometraje.
Prescindiendo de una voz tan valiosa como es la primera persona, que sólo aparece al inicio del filme, los Coen alejan la historia de su vínculo con la realidad, de su lado más poético y filosófico. Obviando las reflexiones del personaje encarnado por Tommy Lee Jones, la película decrece en cercanía y aumenta su vertiente más aséptica, más desapasionada. Ese distanciamiento, sumado a un tempo más bien pausado, provocan en más de una ocasión un colosal aburrimiento, solamente superable con la contundente aparición de Bardem.
El actor español convence, y mucho, en su papel de implacable asesino a sueldo. Violencia y terror personificados que encuentran su mejor momento en un cara o cruz entre el psicópata y el dueño de una gasolinera en mitad del desierto. No es sólo su presencia, sino sus miradas y expresiones tan ricas en matices las que hacen que el papel de Bardem merezca la consagración en forma de Oscar. Más discutible resulta, en cambio, la estatuilla a mejor película para No es país para viejos. Le falta ritmo, emoción y algo muy importante, su aptitud para todos los públicos. Fargo terminó vencida por El paciente inglés. Falta ver si diez años más tarde la Academia está dispuesta a abrir la puerta a cineastas tan particulares, con un público tan limitado como fiel, como los Coen.
Al lector de No es país para viejos le habrá resultado muy sencillo, y también muy gratificante, identificar en pantalla las imágenes creadas durante la lectura como la persecución nocturna hasta el río, el sistema de ventilación de un motel de carretera como escondite o los encuentros del psicópata Chigurh con un grupo de jóvenes que a cambio de un puñado de dólares le ofrecen gustosos su camisa al asesino. No es país para viejos, la película, es tan fidedigna a la novela de origen que ni siquiera se pierden por el camino el espíritu y la atmósfera impregnadas por McCarthy.
Es más, el cotizado autor estadounidense debe estar muy agradecido a los no menos cotizados hermanos Coen por dotar a su obra de un nuevo sello personal sin vulnerar en ningún momento su propia esencia. Así, nos encontramos con una No es país para viejos tan mccarthyniana como coeniana, con todo lo bueno y lo malo que esto puede implicar.
Lo bueno, adaptación aparte, lo encontramos en una factura audiovisual impecable, en la belleza formal de unas imágenes mimadas al detalle. La puesta en escena marca insignia de los Coen impregna cada plano, cada secuencia de un filme estéticamente irreprochable. Planos subjetivos en forma de prismáticos, cenitales omnipresentes, casi místicos, panorámicas de inabarcables y desoladores paisajes desérticos. Una fotografía tan contundente que apenas requiere de una banda sonora que la acompañe. Sobriedad y frialdad que marcan tanto al relato como a los personajes que lo conforman.
Sin embargo, en este caso pierde fuerza la máxima de que una imagen vale más que mil palabras, ya que sobriedad y frialdad juegan en contra de una historia de personajes en la que precisamente lo que menos se desprende son sus motivaciones. El narrador omnisciente y la voz en primera persona del sheriff Ed Tom Bell en la novela original ayudan al lector a conocer el porqué de las actuaciones de los diferentes protagonistas y el porqué de un título tan claro en intenciones como el de No es país para viejos. Su lectura puede ayudar en cierta manera a entender tan desconcertante e imprevisto final en el largometraje.
Prescindiendo de una voz tan valiosa como es la primera persona, que sólo aparece al inicio del filme, los Coen alejan la historia de su vínculo con la realidad, de su lado más poético y filosófico. Obviando las reflexiones del personaje encarnado por Tommy Lee Jones, la película decrece en cercanía y aumenta su vertiente más aséptica, más desapasionada. Ese distanciamiento, sumado a un tempo más bien pausado, provocan en más de una ocasión un colosal aburrimiento, solamente superable con la contundente aparición de Bardem.
El actor español convence, y mucho, en su papel de implacable asesino a sueldo. Violencia y terror personificados que encuentran su mejor momento en un cara o cruz entre el psicópata y el dueño de una gasolinera en mitad del desierto. No es sólo su presencia, sino sus miradas y expresiones tan ricas en matices las que hacen que el papel de Bardem merezca la consagración en forma de Oscar. Más discutible resulta, en cambio, la estatuilla a mejor película para No es país para viejos. Le falta ritmo, emoción y algo muy importante, su aptitud para todos los públicos. Fargo terminó vencida por El paciente inglés. Falta ver si diez años más tarde la Academia está dispuesta a abrir la puerta a cineastas tan particulares, con un público tan limitado como fiel, como los Coen.
Comentarios
Creo que estos hermanos han hecho suyo el estilo del autor, muy parco si, mezclado con eso que parece ser la naturaleza de sus peliculas (Burton Kink o El hombre que nunca estuvo alli), la narracion sin una aparente logica, y llevada sin sentido ni coherencia. De esta manera consiguen cear un absurdo o un existencialismo palpable en ambas peliculas.
Puede ser que se eche en falta la falta de desarrollo en determinados personajes (como el del sheriff), que podria darle la replica por ejemplo a la voragine del papel de Bardem. Papel que por cierto adquiere mucha mas protagonismo aqui que en la obra, y quizas se explique asi su nominacion como mejor actor secundario.
En resumen, por como han sabido adaptar el libro, por su concepcion del cine, es una de las mejores obras del año. Si se merece o no el Oscar, depende con que cristal lo veamos, si es con el de la doble moral americana, no se lo llevara.
Cómo verás no cuestiono la película sino los premios. Los Oscar suelen caracterizarse por galardonar a filmes para todos los públicos, dejando bastante de lado el cine de autor.
Desde luego, el gran mérito de 'No es país para viejos' es la increíble adaptación que hacen del libro original, en mi opinión, superándolo. Pero a la película le faltan ingredientes como la emoción y el ritmo que sí tiene otra candidata, 'Expiación', por ahora la que yo creo que ganará el oscar a mejor película (me faltan por ver Michael Clayton, que lo dudo, y There will be blood, posible vencedora también).
Expiacion puede tener mas ritmo y mas emocion, pero en el conjunto de la historia, hay muchos flecos sueltos, y uno de ellos es esa escoba llamada Kiera!
Oye ,titular del blog, lo he puesto aquí, pero creo que lo pondrás mañana esto que he escrito cuando hagas tu comentario de los que han ganado el Oscars.