Esta semana han coincidido dos productos audiovisuales destinados básicamente a adolescentes pero que sin embargo han obtenido enorme éxito entre el público general. El primero de ellos se estrenó el pasado miércoles en Cuatro y se convirtió en una de las mejores entradas de la historia de la cadena. Kylie xy demostró que no hay nada como una buena promoción para lograr un 16 % de share a partir de una serie de presupuesto tan bajo como la edad de la audiencia a la que va dirigida. Sólo hay que oír las reflexiones que va vertiendo su protagonista a lo largo de los arrítmicos capítulos o el humor preadolescente de algunas de sus escenas para darse cuenta que su horario de emisión es más propio de las mañanas de fin de semana que de todo un ‘prime time’. Sin embargo, algo pasó en la mente del espectador norteamericano que la convirtió en una de las mejores bazas de la televisión de pago ABC Family, filial de la cadena madre y emisora de obras maestras como Perdidos, Mujeres Desesperadas o Anatomía de Grey.
Algo parecido ha sucedido también en la gran pantalla. Disturbia nacía única y exclusivamente para saciar hormonas desbocadas hasta que una mente privilegiada no titubeó al compararla con La ventana indiscreta de Hitchcock. Para entendernos, es como relacionar High school musical con Grease o Liberad a Willy con Tiburón, es decir un auténtico bochorno. No es por desmerecer a ninguna de las primeras, pero es evidente que el esfuerzo creativo que conlleva la realización de las segundas es meritoriamente más elevado. De ahí que la comparación no haga sino indignar al público que esperaba una revisión del clásico de misterio pero que finalmente se encuentra con una clásica película para adolescentes.
Ipods, youtubes y Xboxs pueblan el filme sin ningún rubor, signo inequívoco de hacia donde van los tiros. Por si fuera poco evidente, la supuesta adaptación de La ventana indiscreta reduce la edad de James Stewart a los dieciséis años, sustituye la cámara reflex por una moderna videocámara y añade un compañero molón y una tía buena al pastel para alejarse por completo de cualquier similitud con la obra de Hitchcock. Ni siquiera el discurrir de ambos filmes tiene semejanzas. La primera mitad de Disturbia, exceptuando el espectacular arranque, alarga los preliminares hasta tal extremo que resulta lenta e indigerible. La otra mitad ofrece lo que se esperaba. Tensión hasta el último minuto a golpe de efecto sonoro con los evidentes sobresaltos de por medio. Pero sobre todo una trama tan simple que bien puede resumirse, sin miedo a hacer spoiler, en su propio eslogan: “todo asesino vive cerca de alguien”. Eso es todo.
Del inesperado éxito de estas dos propuestas pensadas para un público juvenil cabe entender que, o bien la audiencia de televisión y salas de cine está compuesta básicamente por público adolescente, o bien su nivel de exigencia se ha reducido estrepitosamente hacia una media de 16 años. Sea cual sea la respuesta, si alguien sale ganando es la industria del espectáculo. Grandes beneficios con mínimos costes es el sueño de todo empresario. La calidad, mientras, se pierde en el camino.
Algo parecido ha sucedido también en la gran pantalla. Disturbia nacía única y exclusivamente para saciar hormonas desbocadas hasta que una mente privilegiada no titubeó al compararla con La ventana indiscreta de Hitchcock. Para entendernos, es como relacionar High school musical con Grease o Liberad a Willy con Tiburón, es decir un auténtico bochorno. No es por desmerecer a ninguna de las primeras, pero es evidente que el esfuerzo creativo que conlleva la realización de las segundas es meritoriamente más elevado. De ahí que la comparación no haga sino indignar al público que esperaba una revisión del clásico de misterio pero que finalmente se encuentra con una clásica película para adolescentes.
Ipods, youtubes y Xboxs pueblan el filme sin ningún rubor, signo inequívoco de hacia donde van los tiros. Por si fuera poco evidente, la supuesta adaptación de La ventana indiscreta reduce la edad de James Stewart a los dieciséis años, sustituye la cámara reflex por una moderna videocámara y añade un compañero molón y una tía buena al pastel para alejarse por completo de cualquier similitud con la obra de Hitchcock. Ni siquiera el discurrir de ambos filmes tiene semejanzas. La primera mitad de Disturbia, exceptuando el espectacular arranque, alarga los preliminares hasta tal extremo que resulta lenta e indigerible. La otra mitad ofrece lo que se esperaba. Tensión hasta el último minuto a golpe de efecto sonoro con los evidentes sobresaltos de por medio. Pero sobre todo una trama tan simple que bien puede resumirse, sin miedo a hacer spoiler, en su propio eslogan: “todo asesino vive cerca de alguien”. Eso es todo.
Del inesperado éxito de estas dos propuestas pensadas para un público juvenil cabe entender que, o bien la audiencia de televisión y salas de cine está compuesta básicamente por público adolescente, o bien su nivel de exigencia se ha reducido estrepitosamente hacia una media de 16 años. Sea cual sea la respuesta, si alguien sale ganando es la industria del espectáculo. Grandes beneficios con mínimos costes es el sueño de todo empresario. La calidad, mientras, se pierde en el camino.
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