Tarantino ha querido con esta película rendir un homenaje a las mujeres (además de a la serie B) mostrándolas a su gusto y semejanza, es decir, rudas, bastas y garrulas. Consigue más bien lo contrario, pues viéndolas actuar, uno llega a la conclusión que la mujer para triunfar debe comportarse con la misma brutalidad con la que los hombres vienen resolviendo los problemas desde tiempos inmemorables. Prueba de ello es que cualquiera de los diálogos que escupen las féminas a lo largo del metraje podría salir perfectamente de la boca de Travolta o Samuel L. Jackson en Pulp Fiction. Por lo tanto, de homenaje nada. Más bien un corta y pega entre géneros.
Si en la obra fetiche del peculiar director, los diálogos derrochaban ingenio y agudeza, en esta ocasión ambas virtudes brillan por su ausencia. Las larguísimas charlas que mantienen las protagonistas, vacías e intrascendentes en la mayoría de los casos, provocan más de un bostezo en una película en la que el argumento tampoco es precisamente para tirar cohetes. Y no valen excusas como las que justifican que estamos ante un homenaje a los filmes de serie B. Death proof es directamente un filme de serie B. Viniendo de alguien que dejó el listón por las nubes con Kill Bill, eso solo puede equivaler a batacazo en la filmografía de un notable director.
En la apuesta formal vuelve a radicar la originalidad de una producción de Tarantino, sólo que en esta ocasión es su única baza. Aún así, cuando el paso del color al blanco y negro o la sugerencia de una buenísima banda sonora ya son marca de la casa, uno espera algo más que cuatro efectos de desgastado en el fotograma para quedar realmente impactado. Dominadas la mayoría por el bla bla bla, solo una escena destaca por encima del resto. El choque frontal entre el coche del psicópata especialista Mike (Tarantino vuelve a acertar en la revitalización de viejas glorias, en este caso con el olvidadísimo Kurt Russell) y sus cuatro víctimas podría erigirse en la escena de acción más impactante del año.
Por lo demás, ni el sugerente baile de Rosario Dawson llega a los tobillos de Uma Thurman y John Travolta ni la trepidante persecución final en coche culmina en un desenlace tan brillante como el de Kill Bill. En definitiva, el capítulo especial de final de temporada que Quentin Tarantino rodó para CSI aportó más a su carrera que esta Death proof, en mi opinión, hipervalorada por la crítica. La película solo pasará a la historia por formar parte de una singular propuesta comercial en forma de programa doble. Al menos así fue en Estados Unidos, donde el fracaso en taquilla de Grindhouse ha sido estrepitoso. A nuestro país llegaron por separado, para bien mío y supongo que para el de Robert Rodríguez. Tras una película que se hace larga, ¿quién es capaz de empezar otra con iguales perspectivas? Yo, desde luego, no.
Si en la obra fetiche del peculiar director, los diálogos derrochaban ingenio y agudeza, en esta ocasión ambas virtudes brillan por su ausencia. Las larguísimas charlas que mantienen las protagonistas, vacías e intrascendentes en la mayoría de los casos, provocan más de un bostezo en una película en la que el argumento tampoco es precisamente para tirar cohetes. Y no valen excusas como las que justifican que estamos ante un homenaje a los filmes de serie B. Death proof es directamente un filme de serie B. Viniendo de alguien que dejó el listón por las nubes con Kill Bill, eso solo puede equivaler a batacazo en la filmografía de un notable director.
En la apuesta formal vuelve a radicar la originalidad de una producción de Tarantino, sólo que en esta ocasión es su única baza. Aún así, cuando el paso del color al blanco y negro o la sugerencia de una buenísima banda sonora ya son marca de la casa, uno espera algo más que cuatro efectos de desgastado en el fotograma para quedar realmente impactado. Dominadas la mayoría por el bla bla bla, solo una escena destaca por encima del resto. El choque frontal entre el coche del psicópata especialista Mike (Tarantino vuelve a acertar en la revitalización de viejas glorias, en este caso con el olvidadísimo Kurt Russell) y sus cuatro víctimas podría erigirse en la escena de acción más impactante del año.
Por lo demás, ni el sugerente baile de Rosario Dawson llega a los tobillos de Uma Thurman y John Travolta ni la trepidante persecución final en coche culmina en un desenlace tan brillante como el de Kill Bill. En definitiva, el capítulo especial de final de temporada que Quentin Tarantino rodó para CSI aportó más a su carrera que esta Death proof, en mi opinión, hipervalorada por la crítica. La película solo pasará a la historia por formar parte de una singular propuesta comercial en forma de programa doble. Al menos así fue en Estados Unidos, donde el fracaso en taquilla de Grindhouse ha sido estrepitoso. A nuestro país llegaron por separado, para bien mío y supongo que para el de Robert Rodríguez. Tras una película que se hace larga, ¿quién es capaz de empezar otra con iguales perspectivas? Yo, desde luego, no.
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