Lo decía Ana Torroja. Hawai y Bombay son dos paraísos. Bien mirados, sin embargo, ni el uno ni el otro se acercan al ideal de un lugar de ensueño. Lo advierte el personaje de George Clooney al inicio de Los descendientes, un aviso para navegantes de lo que será el filme, que nos muestra una historia cruda, más bien agridulce, en un entorno tan ansiado turísticamente como Hawai. Aquí no nos esperan esbeltas mujeres con collares de flores sino una esposa postrada en la cama de un hospital con un coma profundo. A su alrededor, la familia, su marido, tratan de asimilar los peores presagios y redefinir sus relaciones en un nuevo hogar sin figura materna. Desde luego, una situación bien lejana al paraíso.
Clooney y Los descendientes son otro Hawai, otra expectativa frustrada. Como si de un folleto de agencia de viajes se tratara, nos vendieron la última cinta de Alexander Payne como la película del año, como la mezcla perfecta de comedia y drama en la que George se desnuda como nunca. Una especie de oasis cinematográfico, de experiencia única e inigualable. Pero al final en nada se aleja de las rutas programadas que ya diseñaron otros. Y no hay nada peor que jugar con las ilusiones del viajero.
Payne no firma una cinta mediocre. Ni mucho menos. Pero tampoco alcanza la obra maestra. Los descendientes no difiere mucho de sus anteriores propuestas, con personajes torturados por los males del ciudadano moderno en un viaje hacia la paz interior. El filme tampoco innova demasiado en la forma. Esa extraña combinación en que la comedia y el drama se van intercalando para hacer más amable y digerible la historia, para acercarla a un público más cultivado y más cool, es la fórmula que desde hace mucho tiempo viene explotando con fortuna el cine indie.
¿A nadie le ha recordado esta familia desestructurada a la que conducía una furgoneta para cumplir los sueños de una niña por convertirse en Pequeña Miss Sunshine? ¿Ningún espectador ha visto por momentos el espectro de Juno en la hija adolescente y contestataria de Clooney? ¿Acaso el actor realiza un salto cualitativo tan grande en su carrera como para hacernos olvidar al Ryan Bingham de Up in the air? Payne no ha reinventado algo que ya existía, que ya está perfectamente estudiado, la comedia indie. Esas que cada año se cuelan en la carrera hacia los Oscars para cubrir la cuota alternativa. Salvo que en esta ocasión es una de las candidatas más firmes para alzarse con la estatuilla.
El galán por antonomasia, el actor caído en gracia de Hollywood, el de la mirada pícara y juguetona, ha vuelto a encandilar no sólo a los académicos sino también a buena parte de la crítica, que ya lo aúpa como claro vencedor en la próxima ceremonia del Kodak Theatre. Clooney realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, sí, pero Los descendientes no le supone un cambio de registro destacable. Aunque Matt King es uno de sus personajes más vulnerables, más cercanos, el actor jamás pierde esa aureola de irónico seductor que siempre lo acompaña. Mientras, Ryan Gosling, Michael Fassbender y Leonardo DiCaprio se preguntan en sus casas qué más pueden hacer para ganarse el favor de sus compañeros con la misma facilidad que la imagen de Nespresso.
Algo parecido le habrá ocurrido a su joven compañera de reparto Shailene Woodley, que habrá asistido atónita al ninguneo de la Academia en la lista de nominaciones a mejor actriz secundaria. Porque si hay algo parecido al edén en Los descendientes es, sin duda, su apabullante interpretación de adolescente convertida por las circunstancias en la nueva matriarca de la familia. Porque si hay una escena que destaca en la película es su grito sumergido en la piscina. El resto, de lo más corriente y terrenal.
Clooney y Los descendientes son otro Hawai, otra expectativa frustrada. Como si de un folleto de agencia de viajes se tratara, nos vendieron la última cinta de Alexander Payne como la película del año, como la mezcla perfecta de comedia y drama en la que George se desnuda como nunca. Una especie de oasis cinematográfico, de experiencia única e inigualable. Pero al final en nada se aleja de las rutas programadas que ya diseñaron otros. Y no hay nada peor que jugar con las ilusiones del viajero.
Payne no firma una cinta mediocre. Ni mucho menos. Pero tampoco alcanza la obra maestra. Los descendientes no difiere mucho de sus anteriores propuestas, con personajes torturados por los males del ciudadano moderno en un viaje hacia la paz interior. El filme tampoco innova demasiado en la forma. Esa extraña combinación en que la comedia y el drama se van intercalando para hacer más amable y digerible la historia, para acercarla a un público más cultivado y más cool, es la fórmula que desde hace mucho tiempo viene explotando con fortuna el cine indie.
¿A nadie le ha recordado esta familia desestructurada a la que conducía una furgoneta para cumplir los sueños de una niña por convertirse en Pequeña Miss Sunshine? ¿Ningún espectador ha visto por momentos el espectro de Juno en la hija adolescente y contestataria de Clooney? ¿Acaso el actor realiza un salto cualitativo tan grande en su carrera como para hacernos olvidar al Ryan Bingham de Up in the air? Payne no ha reinventado algo que ya existía, que ya está perfectamente estudiado, la comedia indie. Esas que cada año se cuelan en la carrera hacia los Oscars para cubrir la cuota alternativa. Salvo que en esta ocasión es una de las candidatas más firmes para alzarse con la estatuilla.
El galán por antonomasia, el actor caído en gracia de Hollywood, el de la mirada pícara y juguetona, ha vuelto a encandilar no sólo a los académicos sino también a buena parte de la crítica, que ya lo aúpa como claro vencedor en la próxima ceremonia del Kodak Theatre. Clooney realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, sí, pero Los descendientes no le supone un cambio de registro destacable. Aunque Matt King es uno de sus personajes más vulnerables, más cercanos, el actor jamás pierde esa aureola de irónico seductor que siempre lo acompaña. Mientras, Ryan Gosling, Michael Fassbender y Leonardo DiCaprio se preguntan en sus casas qué más pueden hacer para ganarse el favor de sus compañeros con la misma facilidad que la imagen de Nespresso.
Algo parecido le habrá ocurrido a su joven compañera de reparto Shailene Woodley, que habrá asistido atónita al ninguneo de la Academia en la lista de nominaciones a mejor actriz secundaria. Porque si hay algo parecido al edén en Los descendientes es, sin duda, su apabullante interpretación de adolescente convertida por las circunstancias en la nueva matriarca de la familia. Porque si hay una escena que destaca en la película es su grito sumergido en la piscina. El resto, de lo más corriente y terrenal.
Comentarios
Clooney me gusta como showman, pero como actor no me convence, que quieres que te diga...
Te veo obcecado!!!
Chula la crítica. Mi simpatía por el prota es similar.