No hacía falta ser un lince para preverlo. El gran Gatsby es como Moulin rouge . Contiene exactamente los mismos extremos que encandilaron a unos (entre los cuales me incluyo) e irritaron a otros. A la historia le cuesta prácticamente los mismos minutos arrancar. La estética es tan extemporánea en la Nueva York de los locos años 20 que en las calles de Montmartre. La misma orgía visual. Y, sin embargo, el efecto en el espectador entregado no es el mismo que hace doce años. Será que Baz Luhrmann ya no nos pilla por sorpresa o quizá que en esta ocasión el riesgo ha dado paso a la previsión pero el resultado, por desgracia, roza la languidez, la frialdad, la artificialidad extrema. Justo lo que muchos podrían decir sobre Lana del Rey. Con este nuevo filme se constata que si algo le cuesta al australiano es pasar desapercibido. Más que llevar la obra cumbre de la literatura estadounidense a la gran pantalla, lo que hace Luhrmann es adaptarla a sus propias necesidades . No importa que ...
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