En pleno auge del Facebook, cuando las relaciones personales se recolectan como setas de forma virtual, la cinta que debía centrarse en el fenómeno de esta red social decide detenerse en el aspecto más humano de la amistad, el que requiere un contacto más allá de la pantalla del ordenador. En el fondo, la última maravilla de David Fincher no tiene como objetivo despotricar de Mark Zuckerberg, el joven creador del último pelotazo tecnológico , aunque motivos no le falten. Su misión parece destinada a reivindicar a grito pelado el contacto social de toda la vida, el de carne y hueso. La última imagen, cargada de tristeza, lo corrobora. ¿Puede uno forrarse de la noche a la mañana sin ganarse enemigos? Probablemente sí, pero en el caso de Facebook parece que los puñales se lanzaron sin descanso. La red social nos va desgranando, no sólo la puesta en funcionamiento de la herramienta que ya utilizan 500 millones de personas en medio mundo, sino las consecuencias a nivel judicial y personal...
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