A Lucía Etxebarria no le gustará 20.000 especies de abejas . Y no le gustará porque choca frontalmente con su cruzada personal contra la transexualidad, ese recurso fácil para degenerados que solo buscan colarse en los vestuarios femeninos y seguir perpetuando el machismo imperante. Por eso no querrá ni oír hablar de la película, porque explica de manera sublime el sufrimiento y la angustia que experimentan las personas que no se identifican con su sexo biológico y que además deben lidiar con su entorno para asimilar un cambio que es de todo menos sencillo. Lo hace además con sumo tacto, poniendo el foco en una niña de ocho años, en un ámbito familiar y dentro de una comunidad rural en el País Vasco. No era tarea fácil y, sin embargo, el filme desarma todos los miedos, prejuicios y ataques frontales con humanidad y honradez. Puede que a la escritora y polemista Etxebarria no le interese 20.000 especies de abejas pero sí debería picar la curiosidad de todas aquellas personas con gana
Podrían haber seguido el camino más fácil, haber echado mano del piloto automático y les habría funcionado igual. Los creadores de The last of us , la serie, tan solo debían seguir a rajatabla las directrices del videojuego para contentar a su legión de seguidores. Y así parece que lo han hecho. Pero con un importantísimo matiz. Han colado tramas normalmente destinadas a ficciones menos populares dentro de la que ya se preveía como "la serie del año". Y, de repente, el público objetivo de una superproducción de zombis se ha tenido que tragar con patatas un capítulo centrado en la historia de amor entre dos hombres o que la protagonista, encarnada por una Bella Ramsey que se define como género fluido, se enamore de una chica en otro episodio. Los machirulos de medio mundo entrando en el siglo XXI de la forma más inesperada. He aquí la jugada maestra que solo una producción de HBO se podría permitir. El mérito de los creadores de The last of us ha sido precisamente esa vale