Ahora entiendo por qué no me suelen gustar los musicales. Resulta que los guiones surgen de manera tan sencilla y espontánea como los gorgoritos de sus actores. Sin pensarlo, sin venir a cuenta. No importa la hora ni el lugar. Es tan fácil diseñar una obra para Broadway que lo mismo podemos basarnos en la vida de Marilyn Monroe como en la de Anita la fantástica. Tan sólo hay que coger los cuatro conceptos que las han hecho famosas e idear un buen número musical a su alrededor. Si en el caso de Marilyn serían el pasado como Norma Jeane, el cine, el béisbol y la sensualidad, en el de nuestra musa patria sin duda basaríamos el espectáculo en la biología, la televisión, los posados y la mesa de operaciones. No hace falta estrujarse más el cerebro.
Esto es más o menos lo que nos viene a decir Smash, el último estreno de la cadena estadounidense NBC. Que sólo hay que dar con una temática popular para lograr el triunfo, que del resto ya se ocupa toda la inmensa maquinaria ingeniada alrededor de la industria del entretenimiento. Sin duda, Marilyn Monroe es todo un reclamo para que un musical se convierta de inmediato en todo un éxito, aunque desde la serie nos recuerden que alguien ya sentó precedente sin demasiada fortuna.
El motivo de esta superproducción televisiva es mostrarnos el teatro musical entre bambalinas, desde la producción hasta el casting, pero lo cierto es que los guionistas han decidido pasar precisamente por la gestación del guión de la manera más rápida posible. Sólo así se entiende que ya en el segundo capítulo podamos disfrutar de dos números espectaculares cuando la producción ni tan siquiera cuenta con una protagonista.
Se entienden a la perfección estas pequeñas licencias. Aunque conozcamos a la productora del gran musical sobre Marilyn, gran Angelica Houston con escasa presencia; Aunque nos muestren a los guionistas del invento, un gay estereotipado y su fiel compañera, la siempre correcta Debra Messing; Aunque presenciemos sus conflictos con el gran director de musicales, las auténticas protagonistas de Smash son las dos aspirantes al papel del mito erótico por excelencia.
En un gran acierto de casting, no sabemos si calculado o no, ambas representan lo mismo tanto delante como detrás de las cámaras. Megan Hilty es una actriz de televisión y musicales con cierta experiencia que da vida a Ivy Lynn, una secundaria de Broadway con ganas de alcanzar el estrellato. Por el contrario, su rival Karen Cartwright apenas tiene formación como artista, tan sólo la ilusión de una principiante, que también es lo que representa la debutante que la interpreta, Katharine McPhee, una finalista de American Idol que aspira a despuntar con Smash.
Su lucha, prevemos que encarnizada, por lograr el papel de sus vidas es el mayor aliciente de esta serie musical y de corte clásico que poco o nada tiene que ver con Glee. Aquí los ensayos también representan el punto álgido de cada capítulo, aunque no por su irreverencia sino por la espectacularidad. Coreografías y voces de infarto que lejos de mofarse del musical, ensalzan al género. Una propuesta blanca y amable que persigue a un público bien distinto del que tiene la comedia adolescente de la Fox.
En esa búsqueda de una audiencia más heterogénea radica el gran riesgo de ‘Smash’. Puede que las trabas de un matrimonio para conseguir la adopción de un bebé chino interesen a un porcentaje de espectadores, pero resta minutos al auténtico estímulo de la serie, esos ensayos, con sus coreografías y cantes, que le aportan toda la seducción. De momento, el estreno ya ha supuesto toda una inyección de moral para la NBC y para uno de sus productores, un Steven Spielberg que por fin logra sorprender en televisión con una apuesta a la altura de sus proyectos cinematográficos.
Esto es más o menos lo que nos viene a decir Smash, el último estreno de la cadena estadounidense NBC. Que sólo hay que dar con una temática popular para lograr el triunfo, que del resto ya se ocupa toda la inmensa maquinaria ingeniada alrededor de la industria del entretenimiento. Sin duda, Marilyn Monroe es todo un reclamo para que un musical se convierta de inmediato en todo un éxito, aunque desde la serie nos recuerden que alguien ya sentó precedente sin demasiada fortuna.
El motivo de esta superproducción televisiva es mostrarnos el teatro musical entre bambalinas, desde la producción hasta el casting, pero lo cierto es que los guionistas han decidido pasar precisamente por la gestación del guión de la manera más rápida posible. Sólo así se entiende que ya en el segundo capítulo podamos disfrutar de dos números espectaculares cuando la producción ni tan siquiera cuenta con una protagonista.
Se entienden a la perfección estas pequeñas licencias. Aunque conozcamos a la productora del gran musical sobre Marilyn, gran Angelica Houston con escasa presencia; Aunque nos muestren a los guionistas del invento, un gay estereotipado y su fiel compañera, la siempre correcta Debra Messing; Aunque presenciemos sus conflictos con el gran director de musicales, las auténticas protagonistas de Smash son las dos aspirantes al papel del mito erótico por excelencia.
En un gran acierto de casting, no sabemos si calculado o no, ambas representan lo mismo tanto delante como detrás de las cámaras. Megan Hilty es una actriz de televisión y musicales con cierta experiencia que da vida a Ivy Lynn, una secundaria de Broadway con ganas de alcanzar el estrellato. Por el contrario, su rival Karen Cartwright apenas tiene formación como artista, tan sólo la ilusión de una principiante, que también es lo que representa la debutante que la interpreta, Katharine McPhee, una finalista de American Idol que aspira a despuntar con Smash.
Su lucha, prevemos que encarnizada, por lograr el papel de sus vidas es el mayor aliciente de esta serie musical y de corte clásico que poco o nada tiene que ver con Glee. Aquí los ensayos también representan el punto álgido de cada capítulo, aunque no por su irreverencia sino por la espectacularidad. Coreografías y voces de infarto que lejos de mofarse del musical, ensalzan al género. Una propuesta blanca y amable que persigue a un público bien distinto del que tiene la comedia adolescente de la Fox.
En esa búsqueda de una audiencia más heterogénea radica el gran riesgo de ‘Smash’. Puede que las trabas de un matrimonio para conseguir la adopción de un bebé chino interesen a un porcentaje de espectadores, pero resta minutos al auténtico estímulo de la serie, esos ensayos, con sus coreografías y cantes, que le aportan toda la seducción. De momento, el estreno ya ha supuesto toda una inyección de moral para la NBC y para uno de sus productores, un Steven Spielberg que por fin logra sorprender en televisión con una apuesta a la altura de sus proyectos cinematográficos.
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