La saga de James Bond es como Madonna, se reinventa y adapta
a los nuevos tiempos como nadie. Con 50 años y 23 películas a sus espaldas, los
responsables de esta franquicia han sabido vender cada nueva entrega del famoso
agente como una novedad. Directores de renombre, chicas explosivas, secundarios
de lujo. Hasta el tema principal de la cinta es motivo de expectación. La
maquinaria no ha defraudado tampoco esta vez y Skyfall, como también ocurre
con cada nuevo disco de la Ciccone, se ha convertido por arte y efecto de la
propaganda en el mejor trabajo de 007.
¿Es exagerado el encumbramiento? Seguramente no. Sin
renunciar a los principios de uno de los pocos mitos de la historia del cine
que todavía se mantiene con vida, la última entrega de James Bond culmina el
proceso de actualización que ya se inició con la llegada de Daniel Craig. La
esencia del personaje, los guiños al espectador, incluso el cierto aire
trasnochado se mantienen, pero incorporando elementos que aseguran la
supervivencia de este gran negocio. Puestos a escoger, sin embargo, el gran
mérito de revitalizar la saga con una apuesta por el entretenimiento
inteligente se lo sigue llevando sin lugar a dudas Casino Royale.
Exceptuando ese pequeño gran desastre que supuso Quantum of
solace, Skyfall mantiene la estela emprendida por Martin Campbell,
responsable también de otra de las entregas más exitosas de la franquicia, Goldeneye. Esta vez nos encontramos tras las cámaras a un director de
renombre como Sam Mendes, pero su huella apenas es perceptible en una película
que sigue sus propias pautas, sus propias normas, ajena a cualquier
contribución de autor. Bastante ha tenido el inglés con sacar adelante un
proyecto por el que ha tenido que sacrificar años de carrera y la prometedora adaptación
de Chesil Beach.
Desde luego, el ex de Kate Winslet ha salido airoso del
marrón y ha parido una cinta que no defraudará a los seguidores del espía
inglés, que incluso hará historia dentro de la saga, pero con la que
difícilmente obtendrá el mismo reconocimiento que Christopher Nolan con Batman.
Son los productores de 007 los que manejan los hilos de un producto capaz de
reinventarse sin perder el rumbo. Algunos han visto reminiscencias de Jason
Bourne en este nuevo James Bond (¿Quién influyó antes a quién?). Otros incluso
han percibido algunos rasgos de El caballero oscuro. Seguramente no les falte
razón, pero la marca Bond permanece inalterable.
Skyfall cumple a la perfección con su cometido de darle un
nuevo impulso a la franquicia. Consigue que dos horas y media de metraje se
engullan en un santiamén sin abusar de los fuegos artificiales a los que estábamos
acostumbrados. Ya el agente Q nos advierte de que en esta nueva era no hay
cabida para los artilugios de inspector Gadget. Las horas que sus guionistas
solían perder en maquinar piruetas cada vez más complicadas, en alcanzar el no
va más, las invierten ahora en dotar a la trama de un hilo argumental más
complejo que las armas nucleares o la Guerra Fría.
En esta ocasión, no sólo seguimos las andaduras de un agente
vulnerable, víctima de los achaques de la edad, sino que también regresamos a
los orígenes del personaje, junto a otro de los mitos de la saga, la agente M.
Este viaje a su pasado, a sus flaquezas, es posible gracias a una de las
aportaciones más satisfactorias del filme, el malvado Silva con el que, esta
vez sí, Javier Bardem deja el listón español muy alto en Hollywood. Desde luego,
no puede existir triunfo mayor para un actor que hacerle sombra al mismísimo James Bond.
Comentarios
No todo tiene por qué evolucionar ni adaptarse a los nuevos tiempos. Pero quienes tienen que tomar partido en esto no pueden hacerlo, porque están muertos.
A los que nos gusta James Bond de verdad, sólo nos queda ignorar las nuevas películas para evitar indignarnos. Ya lo último que nos faltaba por ver es una comparación con Jason Bourne, por si alguien tenía alguna duda de lo fusilado que está James Bond en el siglo XXI.