Otra producción apocalíptica. Su parecido más que razonable con sonoros fracasos como Terranova o Flashforward. La crítica, mil veces vista en pantalla, al egocentrismo humano, incapaz de sobrevivir al anarquismo sin retener el instinto animal. Revolution partía con tantos puntos negativos antes de su estreno que finalmente las bajas expectativas podrían haber jugado a su favor. Esto, que le habrá sentado de maravilla a la NBC, sobre todo tras los buenos resultados de audiencia del piloto, debería frustrar por completo al padre de la criatura, un J.J. Abrams a la búsqueda desesperada de otro fenómeno de masas.
Y es que es muy probable que Revolution no termine convirtiéndose en otra Fringe, ni mucho menos en una Lost. De entrada, le ha fallado la carta de presentación, mucho menos impactante y espectacular de lo que en su día fueron los pilotos de sus series bandera, considerados en su momento como los más caros de la historia. Es indudable que en esta ocasión el rey Midas de la televisión no ha contado con semejantes medios. El dinero ya no fluye con la misma facilidad y sus proyectos no son tan infalibles como antaño.
El resultado se deja notar en unos exteriores que disimulan muy poco la artificialidad del set de rodaje y de los efectos digitales. Frente a la verosimilitud de un paisaje apocalíptico como el que nos muestra The walking dead, Revolution ha decidido apostar por un escenario más cercano al parque temático (con noria incluida), imitando en buena medida la estética de Terranova. El poblado cercado, con sus casas prefabricadas y sus plantas perfectamente sembradas, junto a los interiores del hotel de Chicago, todo un culto al cartón piedra, eliminan la atmósfera aterradora que debería acompañar a un planeta reinado por el caos.
Revolution, de hecho, tiene muy poco de revolucionaria. Si en una serie son los zombies, en otra es la contaminación, la excusa en este caso es que la tierra se ha quedado sin energía eléctrica. El resultado termina siendo el mismo: desorden, destrucción, supervivencia y tiranía. Pocas novedades al frente, salvo la incorporación de los rasgos que han marcado el estilo J.J. Abrams, léase flashbacks (en pequeñas dosis) y cliffhangers (que lo son menos cuando la sorpresa final ya venía incluida en el tráiler).
Si las tramas de la serie mantienen la senda de su primer episodio, lo más probable es que las cifras de audiencia terminen desinflándose como en su día lo hicieron otros grandes estrenos de ciencia ficción, como Flashforward o la propia Terranova (no conviene olvidar, sin embargo, el inexplicable éxito de Falling Skies). En cambio, si las conspiraciones, las ambigüedades y los personajes van ganando forma, puede que Revolution mantenga e incluso genere más interés. ¿Terminaremos viendo a lo mejor de la serie, Giancarlo Esposito, convertido en el nuevo John Locke de la televisión? Dejemos que la historia avance y que la audiencia decida.
Revolution se estrenó el pasado lunes 17 de septiembre en la NBC con 11.650.000 espectadores y una cuota del 4,1% en demográficos. Esta semana la cifra ha descendido a 9.290.000 espectadores, pero manteniendo un potente 3,5%.
Y es que es muy probable que Revolution no termine convirtiéndose en otra Fringe, ni mucho menos en una Lost. De entrada, le ha fallado la carta de presentación, mucho menos impactante y espectacular de lo que en su día fueron los pilotos de sus series bandera, considerados en su momento como los más caros de la historia. Es indudable que en esta ocasión el rey Midas de la televisión no ha contado con semejantes medios. El dinero ya no fluye con la misma facilidad y sus proyectos no son tan infalibles como antaño.
El resultado se deja notar en unos exteriores que disimulan muy poco la artificialidad del set de rodaje y de los efectos digitales. Frente a la verosimilitud de un paisaje apocalíptico como el que nos muestra The walking dead, Revolution ha decidido apostar por un escenario más cercano al parque temático (con noria incluida), imitando en buena medida la estética de Terranova. El poblado cercado, con sus casas prefabricadas y sus plantas perfectamente sembradas, junto a los interiores del hotel de Chicago, todo un culto al cartón piedra, eliminan la atmósfera aterradora que debería acompañar a un planeta reinado por el caos.
Revolution, de hecho, tiene muy poco de revolucionaria. Si en una serie son los zombies, en otra es la contaminación, la excusa en este caso es que la tierra se ha quedado sin energía eléctrica. El resultado termina siendo el mismo: desorden, destrucción, supervivencia y tiranía. Pocas novedades al frente, salvo la incorporación de los rasgos que han marcado el estilo J.J. Abrams, léase flashbacks (en pequeñas dosis) y cliffhangers (que lo son menos cuando la sorpresa final ya venía incluida en el tráiler).
Si las tramas de la serie mantienen la senda de su primer episodio, lo más probable es que las cifras de audiencia terminen desinflándose como en su día lo hicieron otros grandes estrenos de ciencia ficción, como Flashforward o la propia Terranova (no conviene olvidar, sin embargo, el inexplicable éxito de Falling Skies). En cambio, si las conspiraciones, las ambigüedades y los personajes van ganando forma, puede que Revolution mantenga e incluso genere más interés. ¿Terminaremos viendo a lo mejor de la serie, Giancarlo Esposito, convertido en el nuevo John Locke de la televisión? Dejemos que la historia avance y que la audiencia decida.
Revolution se estrenó el pasado lunes 17 de septiembre en la NBC con 11.650.000 espectadores y una cuota del 4,1% en demográficos. Esta semana la cifra ha descendido a 9.290.000 espectadores, pero manteniendo un potente 3,5%.
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