Santiago Segura ha tenido la decencia de esperar seis años desde la última entrega de Torrente. Al menos ha tenido ese detalle de dejar reposar al personaje y crear una mínima expectativa. Eso sí, desde el momento en que se daba a conocer el estreno de la cuarta parte, el fenómeno ha irrumpido sin piedad. El amiguete ha paseado la camiseta promocional de la franquicia por todo plató que se precie, sin miramientos ni distinciones, desde la Campos hasta la Quintana, desde Pablo Motos hasta el Wyoming. Lo que la audiencia separa, llega Torrente y lo une. Resultado: más de ocho millones de euros de recaudación en su primer fin de semana. El estreno español más taquillero de la historia.
Está claro que el fenómeno Torrente es una realidad incómoda para el cine español. Mientras la Academia se llena la boca pregonando las excelencias de cintas de autor, resulta que finalmente la única que mueve al personal de sus pantallas de ordenador es una producción cafre y de dudosa intelectualidad. Profunda desazón que desde luego se diluye en cuanto llegan las espectaculares ganancias económicas. Seguramente, en el discurso de los Goya del año que viene, el director de turno se vanagloriará de la buena salud de nuestro cine. Es probable que incluso lo achaque a las medidas contra la piratería.
Cifras e incongruencias aparte, si algo ha quedado patente es la buena acogida de la saga cañí. Sin embargo, con Torrente ocurre lo mismo que con la telebasura. Pocos confesarán contarse entre el millón de espectadores de este fin de semana, y todavía menos reconocerán haber disfrutado con ella. No seré yo el que cometa tal atentado contra mi propia imagen, más que nada porque de nuevo Santiago Segura me ha vuelto a defraudar. No porque esperara un humor más fino, sino justo lo contrario.
Muchos ven en tan despreciable personaje una apología de la homofobia, xenofobia y demás fobias políticamente incorrectas. Yo veía en Torrente una lúcida parodia, una inmensa hipérbole, de los sentimientos que todavía perduran en nuestra sociedad, ocultos tras una máscara de corrección. Las reacciones del público en el cine no terminan de esclarecer este punto. Cuando Torrente se ríe de una árabe con velo o de los inmigrantes sin papeles es imposible saber si el de al lado se descojona por el desatino o por afinidad. Mejor no preguntárselo.
En todo caso, soy consciente de que la crítica social no es precisamente el objetivo de estas películas. Quizá es la excusa que me busco para evitar reconocer que lo que en el fondo me divierte de Torrente son sus salidas de tono, su homenaje al caca-culo-pedo-pis. Y con franqueza, en esta cuarta entrega el director ha echado mano del piloto automático de los cameos y se ha olvidado un poco de ese humor primitivo, un tanto vergonzante, pero que provoca la risa más instintiva.
Convertir el cameo prácticamente en un género tiene sus riesgos. Podemos comprobar que Paquirrín es nefasto como segundo de a bordo y que, en cambio, Yon González asume el rol de macarra de manera sorprendente. Que Belén Esteban aparece un poco forzada pero con cierta dignidad y que, en cambio, David Bisbal aporta mucho más en la banda sonora que en su ridícula aparición. Pero si tuviera que quedarme con un espontáneo, ese sería sin duda Carmen de Mairena. Su momento es tan surrealista que termina siendo el menos impostado.
En definitiva, Santiago Segura nos brinda una cuarta parte notoriamente mejor que la tercera (tampoco era muy complicado) pero que en nada rescata el espíritu de Torrente, el brazo tonto de la ley y su secuela en Marbella. De cara a la quinta, convendría tirar menos de amiguetes y un poco más de la tan criticada caspa original. Porque, como apuntaba el otro día Ramón de España, esta saga es la radiografía más lúcida que ha dado el cine español sobre nuestro tragicómico país.
Está claro que el fenómeno Torrente es una realidad incómoda para el cine español. Mientras la Academia se llena la boca pregonando las excelencias de cintas de autor, resulta que finalmente la única que mueve al personal de sus pantallas de ordenador es una producción cafre y de dudosa intelectualidad. Profunda desazón que desde luego se diluye en cuanto llegan las espectaculares ganancias económicas. Seguramente, en el discurso de los Goya del año que viene, el director de turno se vanagloriará de la buena salud de nuestro cine. Es probable que incluso lo achaque a las medidas contra la piratería.
Cifras e incongruencias aparte, si algo ha quedado patente es la buena acogida de la saga cañí. Sin embargo, con Torrente ocurre lo mismo que con la telebasura. Pocos confesarán contarse entre el millón de espectadores de este fin de semana, y todavía menos reconocerán haber disfrutado con ella. No seré yo el que cometa tal atentado contra mi propia imagen, más que nada porque de nuevo Santiago Segura me ha vuelto a defraudar. No porque esperara un humor más fino, sino justo lo contrario.
Muchos ven en tan despreciable personaje una apología de la homofobia, xenofobia y demás fobias políticamente incorrectas. Yo veía en Torrente una lúcida parodia, una inmensa hipérbole, de los sentimientos que todavía perduran en nuestra sociedad, ocultos tras una máscara de corrección. Las reacciones del público en el cine no terminan de esclarecer este punto. Cuando Torrente se ríe de una árabe con velo o de los inmigrantes sin papeles es imposible saber si el de al lado se descojona por el desatino o por afinidad. Mejor no preguntárselo.
En todo caso, soy consciente de que la crítica social no es precisamente el objetivo de estas películas. Quizá es la excusa que me busco para evitar reconocer que lo que en el fondo me divierte de Torrente son sus salidas de tono, su homenaje al caca-culo-pedo-pis. Y con franqueza, en esta cuarta entrega el director ha echado mano del piloto automático de los cameos y se ha olvidado un poco de ese humor primitivo, un tanto vergonzante, pero que provoca la risa más instintiva.
Convertir el cameo prácticamente en un género tiene sus riesgos. Podemos comprobar que Paquirrín es nefasto como segundo de a bordo y que, en cambio, Yon González asume el rol de macarra de manera sorprendente. Que Belén Esteban aparece un poco forzada pero con cierta dignidad y que, en cambio, David Bisbal aporta mucho más en la banda sonora que en su ridícula aparición. Pero si tuviera que quedarme con un espontáneo, ese sería sin duda Carmen de Mairena. Su momento es tan surrealista que termina siendo el menos impostado.
En definitiva, Santiago Segura nos brinda una cuarta parte notoriamente mejor que la tercera (tampoco era muy complicado) pero que en nada rescata el espíritu de Torrente, el brazo tonto de la ley y su secuela en Marbella. De cara a la quinta, convendría tirar menos de amiguetes y un poco más de la tan criticada caspa original. Porque, como apuntaba el otro día Ramón de España, esta saga es la radiografía más lúcida que ha dado el cine español sobre nuestro tragicómico país.
Comentarios
jesn.
Pero bueno, para ser una cuarta entrega, hay que ver lo que aguanta el tío.
He dicho yo que lo hayas dicho¿?
:)
Eso es porque conversamos poco y claro, hay malentendidos.
jaja
Me gusta.
Ahora no encuentro la crítica de ayer de Ramón de España pero decía más o menos lo que yo (y que conste que ya la tenía redactada casi toda ayer). Decía "A riesgo de que me quiten el carnet de intelectual"! jajajaj
eres más tibio en la valoración general.