Poppy es una tipeja insoportable. La típica solterona con personalidad rara que no encajaría ni aún queriendo en nuestra encorsetada sociedad. Su felicidad no es la de una chica inocente y optimista tipo Amélie, en cuyo mundo no tiene cabida la adversidad. Poppy intercala payasadas con idioteces con tan pasmosa facilidad que es lógico que obtenga como respuesta un cierto rechazo social. Y cierto rechazo puede que logre también una película con una protagonista tan arriesgada como la de Happy. Un cuento sobre la felicidad.
Hay que reconocer el mérito de Sally Hawkins a la hora de encarnar a Poppy (de hecho ya se lo tuvieron en cuenta concediéndole el último Oso de oro de Berlín a la mejor actriz). No debe resultar nada fácil interpretar el papel de una persona que puede generar tantas filias y tantas fobias en la platea. Al histrionismo y la gesticulación más propios de Mr. Bean, con todo lo bueno y lo malo que eso puede implicar, Poppy le añade una verborrea agotadora capaz de sacar de las casillas al más paciente de los mortales.
Cuando a Poppy le roban la bicicleta te suelta: “ni siquiera me ha dado tiempo de despedirme de ella”. Cuando Poppy regresa a casa en mitad de la noche y se encuentra a un vagabundo tartamudo lo acompaña a mear. Cuando Poppy sale por primera vez con un chico le suelta un diálogo ficticio entre sus dos ojos. Incluso cuando Poppy está haciendo el amor sigue vomitando bromitas. Vamos, que aunque se empeñen en convencernos de que siempre hay un roto para un descosido, esta chica no se comería un rosco.
Sin embargo, tras un personaje tan descaradamente antisocial como el de Poppy, el director de la película, Mike Leigh, ha querido camuflar algunas reflexiones sobre nuestra sociedad occidental, cada vez más plagada de seres alicaídos y anodinos. Cuando el filme se centra en el mundo de una chica tan extravagante y tan fuera de lo común, uno termina cuestionando al resto de personas supuestamente normales. ¿Es normal evitar un saludo? ¿Ignorar a la persona que tenemos a escasos metros en la sala de espera de una consulta? ¿Someterse a la esclavitud de la vida cotidiana?
La hermana de Poppy, su antítesis, es la que mejor refleja esa idea de que la estabilidad equivale a rutina y equivale a sumisión. Embarazada, con un marido sometido y acobardado y una hipoteca a sus espaldas, tiene la osadía de acusar a su alegre hermana de ser una infeliz. Mientras ella se obsesiona con las plantas de su jardín y con que nadie le manche el suelo de parquet, a Poppy parece ilusionarle mucho más convertir las bolsas de papel en disfraz de pájaro para sus alumnos.
Y es que Poppy, no podía ser de otra forma, es profesora de primaria. Pone su imaginación al servicio de sus pequeños alumnos, ya que en el mundo de los adultos no parecen reservarle un hueco demasiado grande. En muchos momentos, Poppy me ha recordado a mi amiga Maribel, con la que puedes terminar riendo a carcajada limpia sobre algo absolutamente surrealista. Ella también es una gran profesora de primaria y, como Poppy, tampoco ha perdido en su camino a la madurez ese deseable grado de infantilismo. Conviene aclarar, para no herir susceptibilidades, que mi amiga Maribel no se asemeja en nada más a la protagonista de este filme.
Con independencia del personaje, Happy. Un cuento sobre la felicidad’ esconde algunas perlas muy recomendables. Comenzando por una interesante reflexión entre varias profesoras sobre el papel de los padres (y de las videoconsolas) en la educación de los hijos y terminando con una desternillante clase de flamenco en la que brilla más el talento de la desconocida Karina Fernández que el de la propia Hawkins. Es probable que para algunos Happy no sea precisamente un cuento y les termine provocando el efecto contrario a la felicidad, pero en todo caso se trata de una arriesgada radiografía, por momentos desequilibrada, por momentos lúcida, de una extraña en su propio hogar.
Hay que reconocer el mérito de Sally Hawkins a la hora de encarnar a Poppy (de hecho ya se lo tuvieron en cuenta concediéndole el último Oso de oro de Berlín a la mejor actriz). No debe resultar nada fácil interpretar el papel de una persona que puede generar tantas filias y tantas fobias en la platea. Al histrionismo y la gesticulación más propios de Mr. Bean, con todo lo bueno y lo malo que eso puede implicar, Poppy le añade una verborrea agotadora capaz de sacar de las casillas al más paciente de los mortales.
Cuando a Poppy le roban la bicicleta te suelta: “ni siquiera me ha dado tiempo de despedirme de ella”. Cuando Poppy regresa a casa en mitad de la noche y se encuentra a un vagabundo tartamudo lo acompaña a mear. Cuando Poppy sale por primera vez con un chico le suelta un diálogo ficticio entre sus dos ojos. Incluso cuando Poppy está haciendo el amor sigue vomitando bromitas. Vamos, que aunque se empeñen en convencernos de que siempre hay un roto para un descosido, esta chica no se comería un rosco.
Sin embargo, tras un personaje tan descaradamente antisocial como el de Poppy, el director de la película, Mike Leigh, ha querido camuflar algunas reflexiones sobre nuestra sociedad occidental, cada vez más plagada de seres alicaídos y anodinos. Cuando el filme se centra en el mundo de una chica tan extravagante y tan fuera de lo común, uno termina cuestionando al resto de personas supuestamente normales. ¿Es normal evitar un saludo? ¿Ignorar a la persona que tenemos a escasos metros en la sala de espera de una consulta? ¿Someterse a la esclavitud de la vida cotidiana?
La hermana de Poppy, su antítesis, es la que mejor refleja esa idea de que la estabilidad equivale a rutina y equivale a sumisión. Embarazada, con un marido sometido y acobardado y una hipoteca a sus espaldas, tiene la osadía de acusar a su alegre hermana de ser una infeliz. Mientras ella se obsesiona con las plantas de su jardín y con que nadie le manche el suelo de parquet, a Poppy parece ilusionarle mucho más convertir las bolsas de papel en disfraz de pájaro para sus alumnos.
Y es que Poppy, no podía ser de otra forma, es profesora de primaria. Pone su imaginación al servicio de sus pequeños alumnos, ya que en el mundo de los adultos no parecen reservarle un hueco demasiado grande. En muchos momentos, Poppy me ha recordado a mi amiga Maribel, con la que puedes terminar riendo a carcajada limpia sobre algo absolutamente surrealista. Ella también es una gran profesora de primaria y, como Poppy, tampoco ha perdido en su camino a la madurez ese deseable grado de infantilismo. Conviene aclarar, para no herir susceptibilidades, que mi amiga Maribel no se asemeja en nada más a la protagonista de este filme.
Con independencia del personaje, Happy. Un cuento sobre la felicidad’ esconde algunas perlas muy recomendables. Comenzando por una interesante reflexión entre varias profesoras sobre el papel de los padres (y de las videoconsolas) en la educación de los hijos y terminando con una desternillante clase de flamenco en la que brilla más el talento de la desconocida Karina Fernández que el de la propia Hawkins. Es probable que para algunos Happy no sea precisamente un cuento y les termine provocando el efecto contrario a la felicidad, pero en todo caso se trata de una arriesgada radiografía, por momentos desequilibrada, por momentos lúcida, de una extraña en su propio hogar.
Comentarios
La que si estoy impaciente por ver es la del pijama de rayas, pero no se si esperar o ir al cine
Desconocida esta peli para mi, me llama la atencion, puede q sea un punto de vista sobre la vida algo distinto..ese niño q llevamos dentro y q muchos no quieren q salga.. ella no lo lleva dentro.. bueno, pues la vere, pero yo me apunto a lo del alquiler.. no al cine ;).